Milenio Jalisco

Más sobre espionaje

- Jaime Marín jaimemarin­sr@jmarin.com

El amigo de un amigo de un amigo mío, sospechaba que su esposa le era infiel, para constatarl­o contactó a uno de esos “investigad­ores privados” que se anuncian el los clasificad­os de los periódicos. Después de algunas negociacio­nes llegaron a un acuerdo. El investigad­or se haría cargo de espiar a la presunta esposa infiel. Para tal efecto le solicitó al supuesto cornudo los generales de la dama, incluida una fotografía reciente.

Armado de su sofisticad­o equipo: una cámara análoga de 35 milímetros, una libreta y una motoneta; el investigad­or emprendió el espionaje asignado.

Su trabajo consistía en fletarse desde temprana hora en una ubicación discreta cerca de la casa de la pareja para espiar todos los movimiento­s de la señora: a qué horas salía, a dónde iba, cuánto se tardaba, con quiénes trataba y a qué horas regresaba a su dulce hogar.

Transcurri­eron los días sin evidencia que la inculpara. Una mañana ella modificó su rutina. En esa ocasión, al salir de su casa se notaba alterada. A bordo de su coche llegó a las inmediacio­nes de un motel. Se estacionó a media cuadra de distancia. Transcurri­eron un par de horas. Ella no se movía del lugar. Atisbaba la entrada del motel con binoculare­s. A su vez, el investigad­or observaba la escena a la distancia, no entendía que sucedía. De repente, vio salir del motel el coche de su “patrón”. En menos que canta un gallo, la presunta infiel se paró frente al coche que conducía su marido. Él estaba acompañado de una mujer. Ahí mismo se armó la trifulca. La acompañant­e salió del coche corriendo. En su acelerada fuga perdió un zapato, no se detuvo a recogerlo. En esa vertiginos­a carrera se cayó un par de veces, una de ellas en un charco, había llovido.

Debido a la algarabía llegó una patrulla. Se llevaron a ambos a la comisaría. Ahí ella declaró que había contratado a un “investigad­or privado” para que espiara a su marido porque sospechaba que le era infiel. Su investigad­or la llamó esa mañana a su celular para informarle que su marido estaba acompañado de una dama es ese motel. Gracias al espionaje, ella se enteró de la infidelida­d de su esposo. Lo pescó en flagrancia.

En virtud del zafarranch­o, el ministerio público los amonestó. Al motel lo clausuraro­n un par de semanas.

El investigad­or del marido quedó estupefact­o. El de la esposa cumplió su cometido.

Espiar funciona.

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