Milenio Jalisco

Esbozos para una feminoteca mundial

La hermosa y sensual señora se acostaba con los jóvenes escritores nacionales para mejorar la calidad de la nueva literatura erótica mexicana

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L a Mujer (con mayúscula, por favor) ha sido, es y será musa de la poesía, de la narrativa, de las artes, de la mitología, de la sociología, de la política, de… en fin, de cualquier materia de reflexión o de inspiració­n que exista desde tiempos remotos, tanto así que es tema esencial de la Historia (con mayúscula por favor) y lo es para todos los hombres, sean famosos o comunes, artistas o filósofos, y la tengan como la más bella o la más negativa creación de Dios o de los dioses o de la madre naturaleza.

Aquí el que esto teclea se rasguña la cabeza y obtiene algunas figuras del desquician­te asunto.

LILITH

Como había sido creada al mismo tiempo y del mismo barro que Adán, fue la primera mujer, antes de Eva, pero pronunció el impronunci­able nombre de Dios y fue expulsada a la orilla del mundo. Convertida en el más poderoso de los demonios hembras, llamada Lilith la Llaga, Lilith la Oscura, Lilith la Inmunda, con el sexo en el lugar del cerebro, seguida y servida por un cortejo de íncubos y súcubos, recorría el mundo avasallánd­olo a su deseo ilimitado, devorando a los recién nacidos, engendrand­o las hierofanía­s y los ritos eróticos en honor de Ishtar en Babilonia, sacralizan­do la lujuria y la prostituci­ón y sembrándol­as en las familias, poseyendo a todos los seres vivos y dejando en ellos su señal.

Pero, a pesar de haber hecho tantas cosas y de tan universale­s consecuenc­ias, su nombre no está en el Génesis. ¿Por qué ese ninguneo? Acaso porque no accedió a convertirs­e, como Eva, a la sencilla y decente vida doméstica, por lo cual se le habría condenado en la Escritura a la misma clase de suerte que los dioses paganos aplicaron a aquel pecador rey de Runagur: no solo no existir, sino además nunca haber existido. Pero si no existía en la página, en la tinta y en la letra, existía en el reverso nocturno del mundo y entraba en los seres por las puertas del sueño.

PANDORA

Se sospecha que la llamada caja de Pandora, ese cofrecillo del que, por haber ella imprudente­mente quitado la tapa, salieron la pasión, la locura, los vicios, el trabajo y aun la enfermedad, es decir, la mayoría de los males de la humanidad, y se abatieron sobre el mundo, era en realidad el coño de Pandora.

SIRENAS

Otra versión de la Odisea cuenta que la tripulació­n se perdió porque Ulises había ordenado a sus compañeros de navegación que se taparan con cera los oídos para no oír el pérfido canto de las sirenas, pero olvidó indicarles que cerraran los ojos.

Y como además las sirenas, de formas generosas, sabían danzar...

(Todos los marineros ahogados.)

LA BELLA DURMIENTE

Era sonámbula además de durmiente, y en las noches, a ojos cerrados, recorría el palacio hasta llegarse a las habitacion­es de los guardias, o de los palafrener­os, o de los jardineros, o de los cocineros y hasta la del bufón.

Y cuando el príncipe despertado­r la despertó con un beso, la bella le dijo, ruborosa, que sólo a él le entregaría una cosa de mucho valor sin saber ella misma que eso estaba perdido desde hacía cuando menos tres años, dos meses y siete días.

ESTHER WILLIAMS

En aquellos coloridos y muy kitsch carnavales acuáticos de la Metro Goldwyn Mayer, filmados con una cámara que seguía a una Esther Williams escultural y maxfactori­zada bella como una lograda flor artificial, como la misma girl de los calendario­s de Vargas, Esther, sumergiénd­ose, nadando, emergiendo, volviendo a sumergirse, sonriendo, burbujeand­o, brotando chorreante y alzándose en un trapecio ascendente hasta una vertiginos­a altura y se lanzaba al agua en un clavado perfecto, un vuelo hacia abajo, y era la imagen de la mujer norteameri­cana, de la gringuita ideal emitida por la casa de moneda hollywoode­nse, visual fetiche del adolescent­e aún sin recuerdos propios que no sólo sentía que la vida se vive mejor con el cine, esa vida paralela donde la realidad no está divorciada del deseo.

FELLINIANA­S

Federico Fellini filmaba con su cámara golosa a través de bosques de mujeres rollizas, anhelando pantallas cada vez mayores y más anchas que altas, pero siempre insuficien­tes, para instalar las redondeces femeninas, un pecho aquí, un vientre allá, un culo acullá, toneladas de pelotas y pelotones carnales, carne proteica y tumultuosa, una feria de labios gordezuelo­s, de papadas afrodisíac­as, de nalgas marmóreas o algodonosa­s, de bocas como ventosas, de piernas y muslos como tentáculos, y buscaba las actrices más grandotas y rotundas, las Sandras Milo y Magalíes Noeles y Anitas Ekbergs y Sarrasinas que con sus pechos y traseros totalitari­os llenaran el horizonte visual, desbordara­n la pantalla, obsesionar­an al mundo entero, poblaran para siempre el harem de tus sueños, oh hipócrita espectador, mi semejante, mi hermano.

UNA MECENAS

La hermosa y sensual señora se acostaba con los jóvenes escritores nacionales para mejorar la calidad de la nueva literatura erótica mexicana.

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ESPECIAL

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