Alfaro, mal en cultura (2)
Caray, pocas veces recibo tantas felicitaciones a una columna como esta semana sobre mi anterior colaboración, donde critico la forma en que se maneja la cultura en Guadalajara. Los mensajes recibidos, excepto uno, confirman lo dicho o agregan nuevos desaciertos que yo desconocía, por ejemplo, en torno a la desorganización en la Feria Municipal del Libro.
Hubo dos precisiones. El ITESO señaló que no recomendó a nadie para dirigir la cultura en Guadalajara; aunque, no descartó que algún profesor hubiera ofrecido una opinión a titulo personal. Otro lector aclaró que no es secretaría, sino dirección, la dependencia del Ayuntamiento. Gracias por el dato.
Recibí más de cincuenta mensajes que coinciden con la idea de que se maneja mal la cultura en Guadalajara. La excepción fue una carta en defensa de Alfaro, firmada por “Rodrigo Medina” y que reviste las características que suelen tener las aclaraciones de los departamentos de comunicación de las instituciones.
El señor Medina afirma que “en los 51 años de vida que tengo jamás había visto que el gobierno municipal descentralizara la cultura y la llevara, materializada en más de 700 actividades durante casi tres meses a todas las zonas geográficas de la ciudad”.
Por mi parte, aclaro que nunca dije que no hubiera eventos. Precisamente me parece que la “eventitis” del gobierno de Alfaro, con una altísima inversión, es uno de sus desaciertos y pretende ocultar la falta de una política cultural.
La política cultural —por decirlo en tres palabras— constituye la estructura básica que debe normar las prácticas y acciones sociales de los diferentes agentes que inciden en la cultura, entendida, tanto como el universo simbólico compartido, como la práctica de las artes y las manifestaciones de la creación.
Más aún, debe incluir una visión sobre las identidades colectivas (de la ausencia de ella, por ejemplo, surgió el enorme desacierto de Alfaro de pretender sustituir con carromatos mecánicos las calandrias), un entendimiento de los imaginarios compartidos y, sobre todo, la decisión de que los efectos positivos de los programas se reflejen en un mejor nivel de vida, al ofrecer al ciudadano la posibilidad de una nueva mirada sobre el mundo y sobre sí mismo.
La política cultural incluye una repercusión en lo económico y en el mejoramiento de la autodefinición, al reconocerse parte de una comunidad que tiene su propio patrimonio colectivo, histórico, cultural, identitario. Por eso, aunque es mejor organizar eventos que no organizar nada, lo cierto es que en esta eventitis no hay estructura sólida que la fundamente.
Un punto más. Rodrigo Medina asegura que “es por todos sabido que usted es amigo personal de Martín Almádez, suspirante a la dirección de cultura en el gobierno de Enrique Alfaro y que cuando nombraron a Susana Chávez, junto con usted se puso a revolver las aguas, quizá como gesto de malos perdedores.”
Qué bueno que Rodrigo me da la oportunidad de decir que Almádez sí es mi amigo. Sin embargo, en los últimos cinco años lo he visto sólo dos veces, y por casualidad. Si critiqué el arribo de Susana Chávez (como lo hice) a la dirección de Cultura fue porque es una persona que no estaba identificada con la comunidad cultural y porque desconoce casi todo de las artes (excepto en el campo de la plástica). Hay más, pero lo tocaré la próxima semana.