TERRIBLE DESDE NIÑO
Murió José Luis Cuevas, una de las grandes figuras de la plástica universal aquí dos textos publicados en La Cultura en México en 1958
Ser José Luis Cuevas o el nunca doblegarse
En este pequeño homenaje que MILENIO rinde a José Luis Cuevas (26 de febrero de 1931-3 de julio de 2017), los títulos son de la Redacción, mientras que la selección y la transcripción son de Jesús Quintero
Misión: inconformarse*
Señor Henestrosa: He leído con interés su artículo relacionado con una exposición de arte expresionista alemán que celebró hace poco la Galería Souza. Mi interés, naturalmente, está basado en la admiración que siento por su obra literaria pero vuelve a confirmarme el decir que no hay nada más fácil para un literato que meterse en la pintura. Es como un pozo en el que todos pescan. Se dicen frases, se habla del contenido, se hacen citas ilustres y “ya está la enchilada”. Con eso se cumple con Dios y con el diablo. Es decir, con el pintor a quien se le prometió atención y con un público profano que siempre quiere saber qué piensan los literatos. Ahora bien, la crítica artística es otra cosa. Requiere información, intuición para la valoración plástica, buena fe, que en este caso es objetividad de miras y una posición de espectador capaz de percibir lo que de profético aporta toda obra que no se acomoda con un sistema, con una escuela o con la rutina ambiental. Por eso, me voy a permitir disentir de sus opiniones.
[…] Afirma usted que no ve “en qué consiste” la innovación que yo haya podido hacer a la pintura de México. Quiero significarle que no me considero innovador ni creo haberle añadido nada extraordinario. La intención de mi labor actual es la de inconformarse con un estado rutinario de las cosas. Es decir, la de disentir de una actitud que tiene como dogma el que “no hay más ruta que la nuestra”. Esta proposición es la que me ha hecho abjurar de lo que considero negativo, por sedentario y acomodaticio, en la pintura mexicana. Negativo es también su autofecundación, su esterilidad creciente en aquellos aspectos que han servido para consagrarla dentro del país y para usarla con una demagógica propaganda en el exterior. Esta consagración se originó, naturalmente, en el concilio de cardenales de la cultura mexicana o —para ser más preciso— en el Sindicato de la Inteligencia de México, al cual posiblemente usted pertenece.
Le insisto, pues, en que no me propongo aportar nada nuevo. Mi arte lo considero enraizado en la tradición mexicana debido al interés que siempre he sentido por la obra de Orozco y por la de Posada.
[…] México es un país de hondas contradicciones y ambos estamos en él. Pertenezco a una generación que no tiene ninguna obligación de doblegarse a otra que la precede no menos de dos grados en escala cronológica. Por ello no tengo por qué acomodarme y aceptar con silencio hipócrita y cómplice la regencia de un monopolio que no tengo por qué admitir. No he sabido, en mis 24 años, acomodarme todavía. No recibo prebendas ni ayuda del INBA, que hasta el día de hoy me ignora cordialmente, no tengo becas y ni siquiera los mexicanos compran mis trabajos. No tengo, por tanto, razón alguna para mantener un silencio que nunca aceptaría —por todos los métodos que se quisiera adquirirlo— vender. Por eso no llevo cartera de partido alguno ni me sentiría bien tratando de acomodar mis dibujos a delineamientos políticos sobados que ya nadie traga. Sigo pintando, señor Henestrosa, al México que llevo dentro. Para ponerlo en plan universal —y en eso sigo a ese expresionista alemán que según usted fue Orozco—, busco en los ejemplos más insignes que me brindan los museos del extranjero aquellos instrumentos propicios a mi sensibilidad que, en lo limitado de mi campo, pequeño y humilde, me ayudarán a integrar una visión artística menos provinciana, con aspiración menos circunstancial. No importa que usted niegue la posibilidad de un aporte mío. Yo no sigo líneas de partido. Esa es mi gran falla frente ustedes, los del Sindicato de la Inteligencia, pero esa es mi gran ventaja, porque estoy libre de compromisos. Sí me agradaría, para mejor orientación de aquellos mexicanos que son profanos en arte y leen periódicos, que la próxima ocasión en que usted, como literato, incursione en terrenos plásticos, vaya asesorado con documentos válidos y destaque personalidades sin confusión, que en verdad sirvan para reforzar sus teorías. En lo que a mí respecta, no
“CUEVAS, EL NIÑO TERRIBLE: EN UNA ÁCIDA CARTA, TRAZA LA CARICATURA DEL CONFORMISTA Y SE PINTA A SÍ MISMO COMO UN FRANCOTIRADOR ENEMIGO DE LA VULGARIDAD, EL ADOCENAMIENTO Y EL LUGAR COMÚN”. MÉXICO EN LA CULTURA, NÚM. 473, 1 DE ABRIL DE 1958, P. 7. CONTIENE EXTRACTOS DE LA CORTINA DE NOPAL, PUBLICADA EN 1951.
está obligado a mencionarme. Ya estoy acostumbrado al silencio doloso, al ataque rastrero, al desdén malévolo que, al parecer sin razón alguna, provoca en mi propio país mi inmadura personalidad y el hecho de que, algunas veces, así nomás, por mera suerte, la proyecte en otras partes del mundo. Su affmo., admirador y amigo:
José Luis Cuevas
Filadelfia, 15 de febrero de 1958.
“Cuevas ataca el realismo superficial y regalón de la escuela mexicana”. México en la Cultura, núm. 468, 2 de marzo de 1958, pp. 1 y 6.
Como francotirador*
El caso es que no pretendo ningún liderato juvenil ni trato de reclutar rebeldes para una nueva Sierra Maestra con qué atacar al infecto bastión del Palacio de Bellas Artes. Me conformo, si es que se me da acogida en las páginas de
México en la Cultura, a continuar diciendo lo que siento que es, sin lugar a dudas, el mismo sentir de otros individuos de mi generación, tanto en el arte como en diferentes actividades intelectuales. Si mis declaraciones pueden ahora, o más tarde, servir de algo a los nuevos creadores, me sentiré satisfecho de haber cumplido con un deber. En caso de que nadie continúe en el futuro lo que yo ahora he insinuado, también quedaré satisfecho, aunque toda mi generación se acomode y prefiera, por cobardía, permanecer hundida en el lodazal. Me satisfará la idea de que, al menos ante mi conciencia, exterioricé mi inconformidad con una situación putrefacta de las llamadas actividades cultas.
[…] Desde muy joven preferí luchar […] como francotirador, en total desacato a la vulgaridad, al adocenamiento, a la superficialidad mediocre, al constante lugar común, pasado de boca en boca, de apertura de exposición a mesa de café, sin interrupción y con escasas variantes. Contra ese México ramplón, limitado, provincianamente nacionalista, reducido en su alcance, temeroso del extranjero por inseguro de sí mismo, contra ese México me pronuncio. Hasta el momento lo que he recibido son ataques personales a pesar de que es la representación y la proyección de los individuos lo que yo he atacado, nunca sus personas.
Quiero afirmar, de una vez por todas, que no me considero renovador ni reformador en arte. He tratado de continuar dentro de una tradición en la que creo y a ella he querido incorporar un poco de aliento distinto, algo que la lleve adelante. Si en mi país no gusta lo que hago y recibo por ello improperios de orden personal —nunca una crítica seria, juiciosa—, debo buscar un medio más favorable para desarrollar mi labor. Debo considerar a la Cortina de Nopal como un fuerte inexpugnable. Creo firmemente que no puede progresarse si no hay inconformidad, si no se hastía uno de lo hecho un día y vuelve a empezar otro camino. Creo tener una dosis indispensable de criterio para disentir de una forma de vida y de un encallecimiento de la cultura. Creo tener el derecho, como ciudadano y como artista, de oponerme a un estado mediocre y conformista de la creación intelectual. Esa es mi falta imperdonable.
No se crea, por otra parte, que para mí no existe otro México más que aquel que ataco. Hay otro México para mí, al que respeto y admiro como incondicional. Es el México de Orozco, de Alfonso Reyes, de Silvestre Revueltas, de Antonio Caso, de Carlos Chávez, de Goitia, de Tamayo, de Octavio Paz, de Octavio Barreda, de Carlos Pellicer, de Manuel Álvarez Bravo, de Nacho López. Es un México serio, estudioso, proyectado hacia fuera con prestigio pero generalmente atacado y vilipendiado dentro de su propio país. Me siento orgulloso de que en México se haya originado una empresa editorial como es la del Fondo de Cultura Económica y que en mi país haya una libre tribuna para expresar inconformidades como es México en
la Cultura. Siento un indisimulable regocijo cuando en el extranjero elogian Los olvidados y Raíces, películas que en mi país fueron fracasos de taquilla. Todo este México es el que me alienta a protestar porque es el México universal y eterno que se abre al mundo sin perder sus esencias.
Hay una generación joven en México que trae ideales afines con todo este bloque de acción cultural que he mencionado. Yo deseo pertenecer a ella. No me erijo en árbitro de nada ni pido que se siga mi ruta porque empiezo por afirmar que no la considero única. Admito en arte todos los caminos que se presentan con una prolongación generosa, amplia, de la propia vida. Quiero en el arte de mi país anchas carreteras que nos lleven al resto del mundo, no pequeños caminos vecinales que conecten solo aldeas.