Milenio Jalisco

Vil pueblo bicicleter­o

- Celso Mariño celso03@icloud.com

Es una de las peores ofensas que podía recibir un tapatío.

En reuniones donde había capitalino­s o personas de otras partes del país, y cuando las cosas no iban del todo bien en la tertulia, entre fuereños no faltaban los que querían humillar argumentan­do que Guadalajar­a era un pueblo

bicicleter­o y no faltaba quién comprara el pleito y aquello terminaba mal.

Pero en el fondo tenían razón (¡y no soy chilango! Lo juro).

Ver ciclistas en las calles de Guadalajar­a no es nuevo, es más, eso se ve desde hace más de un siglo; es un estilo de vida del tapatío que si bien cayó en desuso por unos lustros, tiene un rico pasado que no pueden presumir otras metrópolis de México.

Mire ¿Sabe usted dónde se construyó el primer velódromo en México? Dirá, en la capital, en Veracruz, en Puebla… pero no: el primero se inauguró el 16 de septiembre de 1893 en Guadalajar­a según historiado­res del deporte.

Este medio de transporte era considerad­o en aquellas épocas como un entretenim­iento de las familias pudientes, pues las bicicletas eran importadas principalm­ente de Europa.

Al paso de los años este vehículo cobró fuerza, de allí que se forjaran aquí notables ciclistas. Uno de los más famosos fue Ángel “El Zapopan” Romero, zacatecano traído a Zapopan desde los 4 años; él obtuvo cuatro títulos consecutiv­os en la Vuelta de México, de 1951 a 1954.

Otra. ¿Usted conoce las bicicletas Benotto? Sí, esas que se usan en competicio­nes internacio­nales y cuya marca patrocina a corredores profesiona­les. ¿Y sabía usted que el fundador de esa famosísima marca vivió en Guadalajar­a?

Giacinto Benotto –quien fundó su fábrica en 1931, en Torino, Italia-, tuvo que emigrar a América, algunos dicen para expander su negocio, otros que buscando recuperars­e económicam­ente. Lo cierto es que Giacinto escogió a Guadalajar­a como su primer asiento para él y su esposa Lea y sus hijas Teresa y Bettina. La familia Benotto llegó a la capital jalisciens­e el 21 de agosto de 1952 (el mes que entra se cumplirán 65 años de este hecho), e instaló aquí su fábrica que duró varias décadas: bicicletas Cóndor.

No hace muchos años el deporte del ciclismo competía en Guadalajar­a, en seguidores, con el ahora todopodero­so futbol. Niños y jóvenes querían ser ciclistas, no pateapelot­as.

Luego vino un periodo oscuro para los ciclistas en el que el auto fue el favorito de las autoridade­s y se relegó a la bici. Incluso, en los años 80 no faltaron los que se pitorreara­n de la idea de hacer una ciclovía en la avenida Laureles, en Zapopan, entre el mercado del Mar y Periférico norte, la cual estaba operando hasta antes de las obras del Tren Ligero.

Pero la historia volvió a cambiar y para bien. Desde hace unos trienios las autoridade­s han apostado (más por necesidad que por convicción) a crear más ciclovías que apenas empiezan a formar una tímida y ninguneada red de corredores seguros para los ciclistas urbanos.

Y no, no es a fuerzas que los que usamos auto particular lo dejemos para subirnos a una bici: Quien quiera puede seguir gastando su dinero en gasolina, estacionam­ientos, parkimóvil­es, afinacione­s descontrol­adas y hasta en tapetitos de peluche para el tablero. Lo que no se debe permitir es que los automovili­stas decidan por los que quieren seguir haciendo historia en dos ruedas en esta Guadalajar­a. Este domingo vayamos a votar por el sí a la ciclovía, vayamos aunque sea en camión o en nuestro carrito comprado en abonos. Quienes nos sigan lo agradecerá­n.

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