Milenio Jalisco

Carlos V y la apasionada relación con su abuela

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Hace poco la televisión española hizo una estupenda serie sobre la vida de Carlos V. Algunos capítulos referían la singular relación que el emperador tuvo con la viuda de su abuelo. Permítame contarle la historia.

Carlos V no era un hombre feo, pero, debido a la endogamia de los Habsburgo para mantener unidas las ramas de la dinastía, padecía de prognatism­o, es decir, un mentón que sobresale del plano vertical de la cara. Esto avergonzab­a un poco al joven Carlos, quien trató de ocultarlo dejando crecer la barba.

Carlos, quien creció en Flandes, actualment­e Bélgica, a la muerte de su abuelo, Fernando de Aragón, y la supuesta locura de su madre, se trasladó a España con el fin de asumir como rey. Sin embargo, muchos habitantes de Castilla y también de Aragón no veían con buenos ojos la llegada del joven.

En medio de una Corte que lo veía como extraño, se encontró con Germana. Y ¿quién era la dama con tan singular nombre? Bueno, Germana era la viuda ni más ni menos que de Fernando de Aragón, quien en primeras nupcias había estado casado con Isabel la Católica. Los nobles de Castilla, todavía con el recuerdo de su amada Isabel y ante la posibilida­d de que el gobierno pasara a manos de un hijo del aragonés, no aceptaban a Germana.

En una carta de Fernando el Católico a Carlos V, su nieto, le había encomendad­o que no abandonara su viuda: “No le queda, después de Dios, otro remedio sino sólo vos”.

Así que, en la Corte de Castilla, se encontraro­n dos indeseados. Cuando Carlos V llegó a España, a los 17 años, conoció a su abuelastra que en ese entonces tenía 29 años. En su primer encuentro con Germana se mostró muy amable y comenzó a organizar banquetes en su honor. Pronto un amor apasionado surgió entre los dos, ante los ojos horrorizad­os de la Corte y las habladuría­s del pueblo.

Tuvieron una hija, que nunca fue reconocida. Para lavar la imagen de Carlos (en ese entonces también había que mantener la cara), se decidió el matrimonio de Germana con un noble del séquito personal de Carlos, poniendo así fin a los amores con su abuelastra.

Después, Carlos V se casó con Isabel de Portugal. Las fuentes refieren que era considerad­a la mujer más bella de su tiempo, como lo atestigua un cuadro de Tiziano. Se dice que fue un matrimonio feliz. Después de su muerte, Carlos no volvió a casarse.

Los historiado­res señalan que Carlos V, siempre en batalla, sobre todo contra Francisco I de Francia, residía poco en España y que Isabel tomaba las decisiones de gobierno en España. Al parecer, no lo hizo nada mal.

Hay motivo para suponer que Isabel no sólo tocó el corazón de Carlos V. Entre los hombres a su servició se encontraba Francisco de Borja, quien con un gran respeto seguía como espectador la vida de la emperatriz. Cuando Isabel murió, a Francisco se le comisionó dirigir la escolta del cuerpo hasta su tumba en la Capilla Real de Granda, donde sería sepultado junto a los restos de los Reyes Católicos.

Al descubrir el féretro, antes de introducir­lo al sepulcro, y con el fin de confirmar su identidad, Francisco, al ver el rostro descompues­to de la emperatriz, dijo aquellas duras palabras que aún se recuerdan: “No puedo jurar que esta sea la emperatriz, cuya belleza tanto me admiraba, pero sí juro que es su cadáver el que aquí ponemos, juro también no más servir a señor que se me pueda morir.”

La muerte de Isabel causó una impresión tan profunda en Francisco de Borja que la recordó todos los años el día de su muerte en su Diario.

Unos años después, Francisco ingresó a la Compañía de Jesús, en la que fue nombrado Padre General de toda la orden. Más tarde, fue canonizado por el papa Clemente X.

¿Y Carlos V? En 1555 el emperador, en Bruselas, decidió abdicar y dejar el gobierno imperial a su hermano y el de España y las Indias a su hijo Felipe. Regresó a España a habitar en una casa palacio que mandó construir junto al Monasterio de Yuste. En ese bello lugar permaneció un año y medio alejado de la vida política y acompañado por los miembros de la orden de los Jerónimos.

Carlos murió de paludismo. Lo pico un mosquito provenient­e de los estanques que había mandado construir. Al igual que Alejandro Magno, casi siglo y medio antes, el hombre más poderoso de su tiempo fue finalmente derrotado por un insecto.

El hombre más poderoso de su tiempo fue finalmente derrotado por un insecto.

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MILENIO

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