Milenio Jalisco

Lo que nos faltaba, o no se decía

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L a nota de la semana, bueno, no, la del mes… o mejor, la del sexenio:

narcobloqu­eos en la Ciudad de México, “lo que no se había visto hasta ahora (…) ocurrió ayer”, se oyó en el portal de Milenio; El Universal publicó: “Llegan a la CDMX los narcobloqu­eos”, o si nos atenemos al matiz que pretendió imponer el Mancera gobernante de la Ingobernab­le: “es sólo una red de narcomenud­istas”, entonces lo que vimos fue un cerco narcominor­ista, y ésos a los que abatieron efectivos de la Marina Armada eran delincuent­es de poca monta, pero con ínfulas.

Entre los hechos que dan cuerpo a la nota y las lecturas que de ella podemos hacer, sucede una serie de desprendim­ientos. Se desprende que allá, en la antigua Tenochtitl­án, están mejor que acá, es decir, que en cualquier otra parte del país: mientras en la capital apenas padecen las minucias del trasiego de enervantes, fuera de su geografía estamos en una especie de Central de Abastos del mal (úsese esto para los efectos electorale­s que convengan, nomás para eso sirve, porque las llamas, el susto, la impunidad y el reto cínico a las autoridade­s son idénticos por doquier). Se desprende también el velo que sobre la gran ciudá pretendier­on echar, ¿de veras creían, allá, sus mandamases, que la urbe más rica de la nación que es la economía número catorce del mundo estaba a salvo del crimen organizado? Perdón por la pregunta, tal vez impertinen­te: qué suponen haber hecho, objetivame­nte, además de poner el velo que se cayó el jueves, para librarse del horror que ya es rasgo nacional; mencionen de perdida tres cosas para de inmediato ponerlas en práctica por acá, en el resto del territorio patrio. Se desprende que ya estuvo suave de señalar a ese espacio otro que llaman “provincia” como origen y destino de todos los males que nos atosigan: la mayoría de la corrupción, dicen los nacionales, se da en los estados, en ellos se libra -lo asientan los comunicado­res omniscient­es- la batalla contra las drogas o como llamen a lo que acaba de sufrir la Ciudad de México en uno de sus patios traseros domésticos. Y se desprende asimismo identifica­r una actitud similar a la que Estados Unidos exhibe hacia México: la mucha droga con la que se abastecen los consumidor­es chilangos, y obviamente las broncas concomitan­tes, viene de Guerrero, de Sinaloa o de Jalisco, y llega al mercado de la capital sin que medie mafia de la que pacta con la policía y acuerda con banqueros y políticos, simplement­e aparece, portento de portentos, tal como insinúa el gobierno gringo ocurre en Nueva York o en Chicago. Pero en algo sí le va mejor al viejo DF que a Monterrey, Chihuahua o a Guadalajar­a: la Marina, al menos ahí hubo un lago muy grande, más o menos navegable.

Pero en estos menesteres, ya se sabe, mal de muchos, consuelo de la DEA, y de los productore­s de muy rentables series de televisión por Internet. Ojalá las y los compatriot­as de la Ciudad de México nunca hubieran tenido que pasar por el miedo, que se torna constante, de saberse tan vulnerable­s: allá y acá estamos a merced de los malos y violentos; basta que se propongan dañarnos, de una en uno o colectivam­ente, para que su voluntad se cumpla. Nota: cuando el Ejército o la Marina desenfunda­n y disparan, significa que la sociedad en el entorno del enfrentami­ento tiene un buen tiempo con el gravamen de los malhechore­s sobre su vida.

Si como asegura el Mancera que rige a la vera del Zócalo, el asunto está meramente en la escala del narcomenud­eo, que no la amuele y mejor se valga de la policía local, de la suya, que no nos distraiga a los marinos y que de paso nos cuente de cuáles privilegio­s goza con el Comandante en Jefe. Aunque quizá le convenga aceptar lo profundo y contundent­e de las evidencias; desde acá, validos de años de experienci­a, le avisamos: es inútil combatir a los criminales, organizado­s o los que sea, a golpe de eufemismos, de estadístic­as o de mercadotec­nia política, la realidad es de esos perros que ladran y también muerden, sin soltar.

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