Milenio Jalisco

DESDE EL PATIO, EL OJOS ATACÓ

Rastros de sangre y el auto rafagueado en la casa, que por horas estuvo sin cadena de custodia

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Es el día después de que marinos combatiero­n a narcos al sur de la Ciudad de México. En el momento en que MILENIO entró al lugar donde fueron abatidos Felipe de Jesús Pérez Luna, El Ojos, y siete de sus cómplices, éste permanecía sin una cadena de custodia.

El zaguán gris del inmueble permanecía amarrado solo con un cordón blanco. Adentro de la vivienda, el piso y las paredes salpicadas de sangre, así como una mini van gris, con al menos 20 impactos de bala son mudos testigos de que El Ojos enfrentó desde el patio a los federales y finalmente resultó muerto.

Al fondo del terreno hay un traspatio cubierto con láminas, sus paredes son rojas, color que se iguala al de la sangre regada por todo el piso y sobre algunas mesas, sillas y bolsas negras. La única construcci­ón dentro de este predio es un cuarto dividido por una pared. Ahí hay una mesa, una pantalla de plasma, un módem de internet, una bicicleta y una maleta.

Todo es silencio, hay humedad y aroma fétido: el ambiente está viciado.

Al exterior de la casa, los mototaxist­as son una constante, pasan una y otra vez de esquina a esquina.

Los vecinos tienen miedo. Solo algunos establecim­ientos de comida están abiertos en la coloniaa. Es muy poca la gente que quiere hacer un comentario y quien accede a hablar.

“Todos somos consciente­s de lo que aquí se vive. Es una colonia sin ley y sin autoridad que nos respalde, por eso nos hacemos de la vista gorda. Ahora solo nos queda ver cómo comienzan a salir más muertos, es normal, sigue el conflicto para ver quién se queda con el puesto que quedó vacante”, cuenta un hombre de 65 años, que se esconde bajo los árboles para no ser identifica­do por los conductore­s de los mototaxis.

“Felipe nunca fue un mal vecino, todo lo contrario, siempre fue amable y no imaginamos que el enemigo estuviera tan cerca”, confiesa el hombre, quien se marcha al ver cómo un sujeto de piel morena y tatuada se lleva el dedo índice a los labios para pedirle que guarde silencio.

Es viernes, un día después de un operativo sin precedente en la capital del país. Un día después de que marinos, policías federales y capitalino­s inundaran esas calles.

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