Hay gente con la que no se dialoga
Como la modernidad nos obliga a ser políticamente correctísimos y respetuosos de todo lo habido y por haber, debemos estar absolutamente dispuestos al “diálogo”, en todo momento y en todo lugar. Tenemos también que ser ostensiblemente buenos, tolerantes, comprensivos y abiertos. Uno se preguntaría, sin embargo, cómo es que tan ejemplares obligatoriedades no permean en las subespecies de los corruptos, los ambiciosos y los depredadores pero, en fin, el hecho es que esa suerte de buenismo bobalicón está cada vez más anclado en el discurso público y, desde luego, sirve de sustento a toda clase de prohibiciones: ya no se puede escribir “autista” —un término anterior a que el mentado trastorno del desarrollo fuera reconocido y validado socialmente—, ni llamar “esquimal” a los inuit y los yupik de ahora, así como no debes ya en ningún momento pronunciar la palabra “indio” sino diluirla castamente para que se vuelva “indígena”.
En fin, volviendo a la perenne exigencia a dialogar, como símbolo privilegiado de nuestra disposición a no pisotear ningún derecho ajeno ni ofender a persona alguna, me permito, de todas maneras, proclamar que esa voluntad de entenderse con todos los seres de la especie no se puede desplegar cuando el de enfrente es un individuo absolutamente obtuso, aparte de violento y abusivo de origen. Ahí, diría yo, se encuentran los límites naturales de cualquier negociación.
Es más, con los bárbaros no hay diálogo posible porque su lenguaje no es la razón sino la fuerza bruta. Y, en este sentido, me parece que llamar a las cosas por su nombre sería el paso primerísimo para comenzar a resolver algunos temas que tenemos atascados en la agenda de nuestra vida pública, como el asunto de que las autoridades de este país se resistan a ejercer la fuerza legítima del Estado para asegurar el orden público o a poner en su lugar —la cárcel, o sea— a los agitadores que perpetran destrozos y actos vandálicos.
Ah, y en lo que toca a lo que acontece más allá de nuestras fronteras, ¿tan difícil es calificar al señor Maduro de “dictador”, pura y simplemente, y, a partir de ahí, forzarlo a ser menos bestia con su propio pueblo?
Dentro y fuera, a ver si ya nos enteramos de que con los salvajes no se dialoga.