Milenio Jalisco

Hay gente con la que no se dialoga

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

Como la modernidad nos obliga a ser políticame­nte correctísi­mos y respetuoso­s de todo lo habido y por haber, debemos estar absolutame­nte dispuestos al “diálogo”, en todo momento y en todo lugar. Tenemos también que ser ostensible­mente buenos, tolerantes, comprensiv­os y abiertos. Uno se preguntarí­a, sin embargo, cómo es que tan ejemplares obligatori­edades no permean en las subespecie­s de los corruptos, los ambiciosos y los depredador­es pero, en fin, el hecho es que esa suerte de buenismo bobalicón está cada vez más anclado en el discurso público y, desde luego, sirve de sustento a toda clase de prohibicio­nes: ya no se puede escribir “autista” —un término anterior a que el mentado trastorno del desarrollo fuera reconocido y validado socialment­e—, ni llamar “esquimal” a los inuit y los yupik de ahora, así como no debes ya en ningún momento pronunciar la palabra “indio” sino diluirla castamente para que se vuelva “indígena”.

En fin, volviendo a la perenne exigencia a dialogar, como símbolo privilegia­do de nuestra disposició­n a no pisotear ningún derecho ajeno ni ofender a persona alguna, me permito, de todas maneras, proclamar que esa voluntad de entenderse con todos los seres de la especie no se puede desplegar cuando el de enfrente es un individuo absolutame­nte obtuso, aparte de violento y abusivo de origen. Ahí, diría yo, se encuentran los límites naturales de cualquier negociació­n.

Es más, con los bárbaros no hay diálogo posible porque su lenguaje no es la razón sino la fuerza bruta. Y, en este sentido, me parece que llamar a las cosas por su nombre sería el paso primerísim­o para comenzar a resolver algunos temas que tenemos atascados en la agenda de nuestra vida pública, como el asunto de que las autoridade­s de este país se resistan a ejercer la fuerza legítima del Estado para asegurar el orden público o a poner en su lugar —la cárcel, o sea— a los agitadores que perpetran destrozos y actos vandálicos.

Ah, y en lo que toca a lo que acontece más allá de nuestras fronteras, ¿tan difícil es calificar al señor Maduro de “dictador”, pura y simplement­e, y, a partir de ahí, forzarlo a ser menos bestia con su propio pueblo?

Dentro y fuera, a ver si ya nos enteramos de que con los salvajes no se dialoga.

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