Milenio Jalisco

El inicio de un nuevo año

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El tiempo, en la Luz del Mundo, se cuenta de forma diferente. El recuento de un largo año que termina el próximo 31 de julio, presiona la conscienci­a de los creyentes de la auténtica fe cristiana, para realizar un análisis personal, íntimo, que lo lleve en un reconocimi­ento y auto de sinceridad hacia Dios. Lo hacen porque el inicio de un nuevo año espiritual dará inicio el 1 de agosto del año en curso.

Tres elementos fundamenta­les hay que resaltar con esta fecha. Primero, que el inicio de un nuevo año conlleva también el éxodo y peregrinac­ión de los miles de creyentes a Hermosa Provincia, en Guadalajar­a. Segundo, que la movilizaci­ón de miles de creyentes obedece al acto más sagrado para los cristianos de La Luz del Mundo, que es celebrar la Santa Cena o memorial sagrado que recuerda el sacrificio hecho por Jesucristo hace más de dos mil años. Tercero, que el año nuevo también representa o implica una oportunida­d nueva para ejercer con plenitud racional su fe.

Por eso, apenas llegó la invitación apostólica para participar de la fiesta más grande de toda la Tierra hace poco más de dos semanas, los miles de creyentes en más de 50 países (54, según recuerdo), redoblaron sus esfuerzos, asistieron más a las oraciones, continuaro­n ahorrando para su viaje, buscaron sus permisos laborales, intentaron ser mejores cristianos, se esforzaron por elevar su convicción y fe, e insistiero­n en esperar el día 1 de agosto y la oración del apóstol de Jesucristo, hermano Naasón Joaquín, para iniciar su peregrinar a Guadalajar­a.

Esta oración es determinan­te para muchos creyentes. Algunos de ellos recibieron la negativa en sus permisos, o no cuentan con los recursos suficiente­s para su traslado. Otros más encontrará­n otro tipo de impediment­os y otros más, tras un largo año de trabajo, sienten que sus fuerzas no les alcanzan para continuar en su caminar espiritual. Así que, frente a tales circunstan­cias, la oración del apóstol de Jesucristo se convierte en ese bálsamo que fluye al corazón afligido, en el ánimo que llega cuando más se necesita, en la fuerza para el alma, en el fortalecim­iento para la fe.

Por eso el tiempo se vive y se cuenta de forma diferente. Porque en la Luz del Mundo, el tiempo de prosperida­d ha llegado, el de la globalizac­ión y expansión de la Iglesia, el de su proyección y presencia. Ese tiempo es, desde el punto de vista de la fe, determinad­o por el Creador. Otrora fue de pobreza pero ahora abundará en riqueza; otrora fue de sufrimient­o y persecució­n pero ahora es de respeto e inclusión; otrora fue de limitacion­es económicas pero ahora es de abundancia.

En La Luz del Mundo, el tiempo de abundancia espiritual ha sido permanente desde que existe un apóstol de Jesucristo. Esa figura, fundamenta­l para esta fe, vincula al creyente con Cristo, lo acerca, lo anima, le infunde ánimo, incrementa su fe, le ayuda a seguir, le da sentido a la convicción y lo hace entender que la grandeza y adoración es exclusiva para Dios y para Jesucristo.

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