Remueven a mandos de fiscalía en Tláhuac
El fiscal desconcentrado en la delegación Tláhuac, José Manuel Everardo Gordillo, y José Manuel Moreno, titular de la Policía de Investigación de la demarcación, fueron destituidos y junto con ellos están bajo investigación 76 funcionarios de la Procuraduría General de Justicia de Ciudad de México, además de diez policías preventivos de la Secretaría de Seguridad Pública.
Lo anterior como consecuencia de las investigaciones que realizan tanto autoridades locales como federales en torno a la red delictiva que formó Felipe de Jesús Pérez Luna, El Ojos, para escalar en la distribución de droga en las delegaciones Tláhuac, Xochimilco, Milpa Alta, Tlalpan, Iztapalapa, Álvaro Obregón y Magdalena Contreras.
El anuncio lo hizo el procurador capitalino, Edmundo Garrido, al calificar el comienzo de una carpeta de investigación como un acto de transparencia en el que no permitirán complicidades de servidores públicos con la delincuencia.
Para dar continuidad a la inda- gatoria que iniciaron en la Fiscalía para Servidores Públicos, fueron citados a declarar en calidad de testigos 24 agentes del ministerio público, 18 oficiales secretarios y 35 elementos de la Policía de Investigación.
Todos ellos estaban adscritos hasta ayer a la Fiscalía Desconcentrada en la delegación Tláhuac y, por consiguiente, daban trámite a las carpetas de investigación de delitos ocurridos en la demarcación incluyendo homicidios, extorsiones, robos y denuncias por narcomenudeo.
Sin embargo, en una investigación interna y quejas de los denunciantes dan cuenta que los servidores públicos hacían funciones de halcones y avisaban a los integrantes del llamado cártel de Tláhuac cuando había expedientes en su contra. il caminaba sobre la duela de cedro blanco y recordaba que la escritora norteamericana Carson McCullers había cumplido 100 años de su nacimiento, 1917, y 50 de su muerte, ocurrida en 1967. Gil ha leído los libros centrales de esta escritora portentosa: El corazón es un cazador solitario (1940), La balada del café triste (1943) y Reflejos en un ojo dorado (1941), los tres publicados en estos días por Seix Barral para conmemorar esas dos fechas. McCullers ha pasado bien al cine: El corazón es un cazador la filmó Robert Ellis Miller en 1968 y Reflejos en un ojo dorado, de 1967, la dirigió John Huston. En el reparto aparecen Elizabeth Taylor, Marlon Brando y otros monstruos. Entre algunos vejestorios, Gamés encontró no sin polvo Iluminación y fulgor nocturno (Traducción Ana María Moix y Ana Becciu, Editorial Seix Barral, 2001), la autobiografía inacabada de la escritora estadunidense. En esas páginas personales repasa su vida y su labor literaria. Gilga arroja a esta página del directorio estos subrayados. La calle Sand de Brooklyn siempre me trajo dulces recuerdos, impregnada como estaba del recuerdo de Walt Whitman y Hart Crane, y fue en un bar de la calle Sand, en compañía de W.H. Auden y de George Davis, donde vi a una pareja extraordinaria, que me fascinó. Entre los parroquianos había una mujer alta y fuerte como una giganta y, pegado a sus talones, un jorobadito. Los observé una sola vez, pero fue al cabo de unas semanas cuando tuve la iluminación de La balada del café triste.
¿Cuál es el origen de una iluminación? En mi caso, llegan después de horas de búsqueda y de preparación anímica. Pero llegan como un relámpago, como un fenómeno religioso. El corazón es un cazador solitario fue producto de una de estas iluminaciones, dando comienzo a mi larga búsqueda de la verdad del relato y proyectando su ráfaga de luz sobre los dos largos años por venir. Estaba aún escribiendo Frankie y la boda cuando, de golpe, me acordé del jorobado y de la giganta. Sentí un fuerte impulso de escribir la historia. Suspendí Frankie y la boda y regresé a Georgia para escribir La balada del café triste. Fue un verano tórrido y recuerdo el sudor que goteaba por mi cara mientras escribía a máquina, preocupada porque había roto mi compromiso con Frankie y la boda para escribir esta novela corta. Cuando la terminé, arranqué la última página de la máquina de escribir y le entregué la novela a mis padres. Caminé varios kilómetros mientras ellos leían y cuando volví a casa pude ver en sus caras que les había gustado. Fue siempre la obra favorita de mi padre. He empleado la palabra “iluminación” varias veces. Esto podría prestarse a malos entendidos, pues fueron muchos los momentos espantosos en que no tuve absolutamente ninguna iluminación y tuve miedo de no poder escribir nunca más. Este miedo es uno de los horrores de la vida de un escritor. ¿De dónde proviene la obra? ¿Qué azar, qué ínfimo episodio dará comienzo a la cadena de la creación?
Una vez escribí un cuento [“Who has seen the wind?”] sobre un escritor que no podía escribir más y mi amigo Tennessee Williams dijo: “¿Cómo te atreviste a escribir algo así?, es lo más aterrador que he leído en mi vida”. Me han preguntado si me doy cuenta de la calidad de mi trabajo mientras lo estoy haciendo. Diría que estoy tan ocupada escribiendo que no puedo juzgarlo hasta que está terminado. Entonces tengo una idea bastante positiva; pero, por supuesto, puede que los críticos piensen lo contrario. Nunca leo las reseñas que me conciernen. Si son buenas, podría volverme presumida, y si son desfavorables, podría deprimirme. Entonces, ¿para qué? Por los amigos, claro, se filtra la información que me permite tener una idea de lo que ocurre. Respecto a la “falta de iluminaciones”, diré que, cuando se da, el alma está decaída, y uno no se atreve siquiera a esperar nada. En momentos así he intentado rezar, pero ni las plegarias me ayudan. Recuerdo las épocas de sequía de otros autores y trato de consolarme.
Quiero ser capaz de escribir, ya sea estando enferma o sana pues la verdad es que mi salud depende casi por completo de mi escritura. [Tolstói] era tan meticuloso como Proust en su realismo al describir los estilos y las modas de su época y, también como Proust, trabajaba sobre un lienzo inmenso. Que los lienzos sean grandes no son mi único criterio para juzgar las obras de arte. Me gustan los libros pequeños y delicados como cuadros de Vermeer. Cuando Ray Stark, el productor de Reflejos en un ojo dorado, llamó a Huston para que la dirigiera, John dijo: “Habría dos maneras de hacer esta película; una, la película de arte y ensayo con poco presupuesto; dos, una película con los mejores talentos actuales. No me interesa hacer cine de arte y ensayo con poquísimo dinero, y creo que a la señora McCullers tampoco. Sólo puedo dirigirla con los mejores actores”. […] John sabía lo que decía cuando habló de los mejores talentos actuales: Marlon Brando, Julie Harris, Elizabeth Taylor, Brian Keith y Zorro David. Esta semana he releído Dubliners [Dublineses]. Es como un milagro que semejante espasmo de poesía pudiera surgir de las calles mugrientas del Dublín de aquel entonces. Hoy he estado pensando en la inmensa deuda que tengo con Proust. No se trata de que haya “influido en mi estilo” o cosas de esta índole: es la rara buena suerte de tener siempre algo hacia donde volverme, un libro extraordinario que jamás pierde su brillo, que nunca es aburrido por mucho que uno lo conozca. Se sabe: los viernes Gil toma la copa con amigos verdaderos. Mientras el camarero se acerca con la bandeja que soporta la botella de Glenfiddich, Gamés pondrá a circular la frase de Nietzsche sobre el mantel tan blanco: El gran estilo nace cuando lo bello triunfa sobre lo enorme.
Gil s’en va