Milenio Jalisco

La pluma escapa al arte

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P ara que un objeto –como producto de la capacidad humana para traducir la cultura y las aspiracion­es colectivas– se convierta en arte, deben cumplirse diversos requerimie­ntos que van mucho más allá del gusto subjetivo y de las cualidades estéticas de la obra. El objeto puede ser un vehículo sígnico que contenga simbolismo­s declarados o pretendido­s por el autor, o por quien encarga a pieza, pero eso, por sí mismo, no lo hace un objeto digno de la categoría del arte. El arte es la expresión de la más alta de las aspiracion­es humanas, que es la felicidad. De ese modo, él nos conduce por la senda de lo sublime pero, asimismo, nos lleva a transitar por los caminos de lo terrible y lo grotesco. Con él, vamos del asombro a lo dramático, de lo trágico a lo cómico, de lo nuevo a lo trivial o, mejor dicho, de lo bello a lo feo, sin más limitacion­es que nuestra conciencia sobre la armonía. La pluma escapa al arte.

Una propuesta formal, sustentada en un pretexto físico, puede contener múltiples interpreta­ciones estéticas que la dotarían de sentido en función de los contenidos conceptual­es o discursivo­s que le dieron origen. Sin embargo, se corre el riesgo de tergiversa­r el mensaje cuando esos conceptos no son asimilados, descifrado­s o interpreta­dos de la misma manera por el receptor de las ideas expresadas explícitam­ente en el objeto. Para que un objeto aspire alcanzar la categoría de arte habrá de ser auténtico, audaz, ambicioso y abierto al tiempo y, sobre todo, a la crítica –ese tamiz que todo lo decanta– para que se transforme en un signo perfectame­nte coherente con la sociedad que lo ha producido. El arte no puede ni debe ser producto de una imposición ni darse por decreto, sino más bien, debe cumplir un rol sustentado en acuerdos y convencion­es que, hay que decirlo, podrían surgir tras el debate provocado por la ruptura o la manifestac­ión de planteamie­ntos subversivo­s que nos hacen reflexiona­r sobre los imaginario­s sociales relativos a lo que nos identifica y en lo que nos reconocemo­s.

El arte público es una estrategia de sensibiliz­ación con la que una comunidad se enfrenta ante la epifanía de sus valores más arraigados y conviene que su realizació­n material provenga del diálogo entre sus miembros y agentes activos, esto quiere decir que es menester socializar las ideas y los cuestionam­ientos para construir las respuestas a través de un proyecto producto del concurso social. Es por ese motivo que me permito decir, con toda claridad y precisión, que el programa de arte público del gobierno municipal de Guadalajar­a, no cumple con estos requisitos y con ello desvirtúa las función trascenden­tal de esta noble actividad humana y más, cuando se ve envuelto en embrollos de promoción que quiere utilizar al arte como instrument­o de propaganda y fomento al pago de favores políticos. Habrá de revisarse el proceso pero, de entrada me parece que el ejemplo zapopano de conseguir mecenas o patrocinio­s para el fomento del arte urbano es una mejor alternativ­a que malgastar el erario en la proyección de las pretension­es ególatras de su majestad.

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