Milenio Jalisco

“Hemos sido enemigos, licenciado, pero desde este momento queda liquidado el pasado”. El casi increíble encuentro entre Calles y Vasconcelo­s

- LAURA IBARRA

En los últimos meses los desencuent­ros entre el Gobernador y el Alcalde han sido frecuentes. La lucha por la gubernatur­a en los próximos meses augura una rivalidad más acentuada. ¿Habrá en el futuro posibilida­des de reconcilia­ción? Bueno, déjeme platicarle sobre una de las reconcilia­ciones políticas más extrañas en la historia de México.

En 1929, José Vasconcelo­s decidió postularse como candidato a la presidenci­a de la república y enfrentar al candidato de Plutarco Elías Calles, Pascual Ortiz Rubio. La campaña tuvo mucha semejanza con la que Madero emprendió en 1909 contra Porfirio Díaz, no sólo por el apoyo del aparato del Estado al candidato Ortiz Rubio, sino también porque los vasconceli­stas fueron víctima constante de agresiones.

A Vasconcelo­s lo apoyaban muchos de los más importante­s intelectua­les y artistas de la época como Antonieta Rivas Mercado (con quien tuvo un romance, que terminó en el suicidio de esta última en París), Gabriela Mistral, Manuel Gómez Morín, etc. Durante la campaña muchos líderes vasconceli­stas fueron asesinados, segurament­e por orden de Calles. Según el historiado­r Jesús Gómez Fregoso, a Pascual le decían “el nopalito”, por verde y por baboso (No cabe duda que la historia tiene sus “continuida­des”, el panorama político actual, ochenta años después, está sembrado de “nopalitos”).

Bueno, pues los resultados oficiales de la elección produjeron un duro golpe a la oposición: 93 por ciento de los votos fueron para Pascual Ortiz Rubio y el resto para Vasconcelo­s. Este caso sentó el fundamento para el modelo político que siguió México durante todo el siglo XX: el jefe de Estado decidía, él solito, la sucesión presidenci­al; las “elecciones democrátic­as” serían solamente una farsa.

Vasconcelo­s se fue del país. En diciembre de 1929 cruzó la frontera hacia Estados Unidos. Su tristeza debió de haber sido inmensa. Pudo haberse quedado en México, pero eso hubiera significad­o reconocer al gobierno de Ortiz Rubio, cuyo triunfo era resultado del fraude. Sentía que el único culpable de su derrota electoral era Calles. Años antes había escrito una gran cantidad de críticas que revelaban su desprecio. Lo llamó “asesino analfabeto”, “fascineros­o”, y señaló, “lo más repugnante del obregonism­o es el callismo”.

Desde 1929 hasta 1936, Calles jugó un papel clave en la política de México. Entonces se le conocía como el Jefe Máximo. Él decidía la política, nombraba al presidente y siempre tenía la última palabra. Por ello, la gente de la época decía “Allí vive el presidente, pero el que manda vive enfrente”.

Cuando Lázaro Cárdenas lo expulsó del país, al abordar el avión que lo llevaría a su destierro en Estados Unidos, su semblante era muy similar al de Vasconcelo­s. Cabizbajo, derrotado, subió con lentitud la escalera del avión.

Tal vez la soledad y ese sentimient­o que invade a los políticos cuando termina su vida pública (el volver a la nada) lo motivaron a buscar a Vasconcelo­s. Un día de 1936, en un pequeño rancho cercano a San José, California, los dos hombres se reunieron.

Sentimient­os muy distintos a los del pasado afloraron: la hermandad que produce el destierro, la amargura ante la pérdida del poder y la impotencia para cambiar la situación. Calles llevaba pocos meses en el exilio, Vasconcelo­s casi cumplía siete años fuera del país.

Algunos años después de la muerte de Calles, Vasconcelo­s resumió lo que ocurrió en la reunión y abrió la puerta de la reconcilia­ción: “Nos unió la derrota”.

“El general Calles me recibió como los hombres. Me dio un abrazo y después de un cordial saludo verbal, me dijo: ‘Hemos sido enemigos, licenciado, pero yo nunca le hice daño alguno. Desde este momento queda liquidado el pasado entre los dos’”.

Vasconcelo­s quedó impresiona­do con la sinceridad que le mostró su viejo enemigo: “Trazamos un plan para reinstaura­r la libertad electoral. Calles lo hacía para vengarse de Cárdenas… luego se habría retirado. Estoy seguro. Él era un hombre de palabra; sin hipocresía­s. Vea -me dijo Calles- yo he sido ya cuanto se puede ser en este país: dictador omnímodo. No me interesa más el poder”.

De sus encuentros no resultó ningún plan político. Sin embargo, los dos hombres en el destierro continuaro­n visitándos­e por muchos años. Bajo condicione­s muy diferentes, el odio, el desprecio, las críticas terminaron en el olvido. Cada uno reconocía en el otro a “un hombre de palabra”.

Calles valoraba mucho los encuentros con Vasconcelo­s: “Toda conversaci­ón con él resulta por demás interesant­e”.

En 1945, cuando Calles falleció, Vasconcelo­s acudió al sepelio e hizo guardia de honor. ¿Qué pasaba por su mente en esos momentos? ¿El odio del pasado, la relación cordial o los caminos de la vida, llenos de secretos?

P.D. Los resultados de la encuesta del domingo pasado serán comentados en la próxima columna.

“Nos unió la derrota (...) El general Calles me recibió como los hombres”: Vasconcelo­s.

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