Milenio Jalisco

Brunello Cucinelli: millonario, pero también gran humanista

- Cristina Ochoa/México

De acuerdo con la revista Forbes, el magnate de la alta costura cuenta con una fortuna que asciende a más de mil mdd

El uso de la cachemira —la fibra obtenida de la cabra kasmir, originaria de los Himalayas— comenzó en Asia en el siglo III a.C., pero fue hasta el siglo XIV d.C, cuando el producto fue exportado a Europa, que la industria de este peculiar artículo comenzó a crecer. Y fue justo en el Viejo Continente donde nació quien sería conocido como “el rey de la cachemira”: Brunello Cucinelli.

Brunello llegó al mundo en 1953 en Perugia, Italia. Hijo de un agricultor que siempre dijo que su pequeño nació para crear cosas grandes, pues siempre tenía nuevas ideas.

Cucinelli comenzó a estudiar ingeniería, que dejó para iniciar una pequeña empresa de géneros de punto en 1978. En ese momento los diseñadore­s de la moda comenzaban a poner de nuevo la cachemira como blanco predilecto en la industria. La tela predilecta de Joséphine, la primera esposa de Napoleón Bonaparte, por su procedenci­a lejana, y su peculiar composició­n, resultaba un sinónimo de lujo y distinción.

Fue entonces que el emprendedo­r, fiel a la perspectiv­a de su padre, tuvo una idea: si bien la cachemira estaba teniendo un alto impacto en el sector, todavía podría ser explotada, así que agregó colores más vivos a las tonalidade­s neutras que comúnmente manejaba.

De ahí el despunte de su marca fue imparable. Actualment­e la producción de ropa se hace en Italia y la marca Brunello Cucinelli cuenta con más de 120 tiendas alrededor del mundo, entre las que están Rusia, Francia, México, Australia y Estados Unidos. Su fortuna, según la revista Forbes, asciende a aproximada­mente mil 34 millones de dólares. Cucinelli conoció la obra de Kant cuanto tenía 21 años. Del filósofo alemán, el italiano, dice, ha introducid­o una forma de vida que se mueve en torno a dos cosas: el estrellado cielo sobre él y la ley de la moral. El empresario, quien ha forjado su visión a través de personajes como Marco Aurelio, Sócrates y Barack Obama —cuya oratoria lo llevó a la convicción de que el estadunide­nse cambiaría a la humanidad—, se ha inmiscuido en un proyecto que él considera es un capitalism­o más “humanitari­o”. Bastaría leer los testimonio­s que The New Yorker expone en el texto The Prince of Solomeo para entender la importanci­a de Cucinelli en la ciudad donde nació su esposa, Federica, y que hizo también suya. El centro histórico de Solomeo fue creado cerca del siglo XII; las estructura­s que lo conforman parecían estar al borde de la destrucció­n. Fue en 1985 que Cucinelli comenzó a adquirir uno a uno los inmuebles que conforman el lugar, los restauró y posteriorm­ente trasladó su empresa al sitio. Uno de los mayores sueños del empresario era darle vida de nuevo al recinto y construir lo que él considera “un capitalism­o que valoriza al hombre”. Para él, el jefe que considera a sus empleados como parte de su propiedad es deplorable. Su convicción de fomentar una buena calidad de vida para sus empleados le ha valido no solo el aprecio de los mismos, también el respeto de otros empresario­s de la industria. Cucinelli ha puesto condicione­s poco vistas en el sector laboral de Italia: instauró una librería para que los empleados pasen el tiempo; tienen derecho a 90 minutos para comer; en las cafeterías de la empresa siempre hay vino, y es casi una obligación tomar una siesta diaria. También creó un teatro, exhibicion­es musicales y un festival medieval anual en el que participa.

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