¿Posteo, luego existo?
L a influencia, utilidad e importancia de las redes sociales en el siglo XXI es innegable. Nos mantienen comunicados e informados; sin embargo, a pesar de tantas bondades, tienen su lado negativo.
Compartir no es algo natural en el ser humano, es una conducta aprendida. Prácticamente desde la cuna, balbuceamos “e-mío” para dejar claro nuestro derecho de propiedad. En el jardín de niños escuchamos lo loable que es compartir. Dar a los otros parte de nuestros alimentos o prestar tus juguetes era siempre aplaudido. Jamás escuché que existía un límite para nuestra generosidad hasta que llegaron las redes sociales. Éstas nos han enseñado que, en términos de información, es posible compartir demasiado. En inglés se utiliza el término overposting para denominar esta práctica. Para quienes estén encogiendo los hombros y pensando ¿qué tanto es tantito? les aclaro que no se trata de compartir una foto o tres, ya que las redes son para eso, sino de un exceso.
Compartir nuestros sentimientos y emociones es importante; es, de cierta forma, el pegamento que nos une con amigos y familiares, pero hasta este pegamento puede llegar a ser excesivo. Por ello no llamamos 12 veces al día a un amigo; o ser querido para comentarle algo, se molestaría. Lo mismo sucede con las redes sociales. Postear demasiado, poner todo lo que haces en cada momento, cansa a tus amigos y seguidores en redes, de la misma forma que lo hace quien acapara una conversación toda la noche.
Las redes sociales nos enganchan por que recibimos la aprobación de los demás y eso es algo que nos gusta a todos. El problema reside en pensar que la cena con amigos, el paisaje, la comida o el momento romántico no están completos hasta que los compartimos y los “me gusta empiezan a llegar”. René Descartes resumió la certeza de su existencia en el pensamiento con tres simples palabras: pienso, luego existo. Algo similar sucede a quienes comparten todo lo que les sucede en redes sociales: necesitan la validación y halagos que proporcionan los “me gusta” en su vida, esa mirada externa que les de aprobación, que da certeza a su existencia; posteo, luego existo. Para quienes sufren de la necesidad de postear en todo momento, ésta no termina en ellos mismos. Publican fotografías donde aparecen con otras personas sin preguntar a los demás si quieren que sean publicadas. Es más, conozco casos extremos que han subido fotografías a sus redes sociales de personas que expresamente les han pedido que no lo hagan. Recuerdo que una vez pregunté a un experimentado viajero y gran narrador qué cámara fotográfica llevaba en sus travesías y me respondió que ninguna. Para él era más importante estar presente y guardar esos momentos en su mente. Consideraba que una cámara fotográfica le impedía hacerlo. Para quienes no tenemos tan buena memoria conservar esos momentos en fotografías y compartirlos es importante. Decimos que las acciones hablan más fuerte que las palabras. Cuando caemos en etapas de “posteo, luego existo” estamos mostrando que tenemos una enorme necesidad de aceptación y que nuestra autoestima no pasa por su mejor momento. Imposible negar que es delicioso recibir el cariño y aceptación de los demás, pero es algo que debe comenzar por uno mismo. La aprobación en el mundo virtual no hace la felicidad en el mundo real. Estar pegadas a un teléfono móvil revisando los comentarios de nuestras fotos, cuando tenemos a un ser humano a nuestro lado es una gran manera de desperdiciar la vida. Error común que compartimos muchos, pero un gran error al fin y al cabo.