Milenio Jalisco

El antiimperi­alismo de los sinvergüen­zas

- hector.aguilarcam­in@milenio.com DÍA CON DÍA HÉCTOR AGUILAR CAMÍN

En una espléndida reflexión sobre la crisis venezolana Claudio Lomnitz ha recordado la frase de Samuel Johnson: “El patriotism­o es el refugio de los sinvergüen­zas”.

“En los siglos XX y XXI”, dice Lomnitz, “se podría decir algo parecido del antiimperi­alismo. Casi no hay dictador que no se haya vanagloria­do de su antiimperi­alismo, desde Idi Amin y Sadam Hussein hasta Rafael Trujillo. Es una retórica redituable para el sinvergüen­za, y no sorprende que desde el principio haya sido la bandera predilecta de Nicolás Maduro”. (http://bit.ly/2wlllIO)

La sinvergüen­zada de Maduro crece cuando se cae en la cuenta de que los únicos ingresos serios que tiene su régimen son los que vienen de la compra de petróleo que le hace la bestia negra de su antiimperi­alismo: Estados Unidos.

La sinvergüen­zada alcanza las dimensione­s de la tragedia cuando se miran sus efectos sobre los niveles de vida y de opresión impuestos a la sociedad venezolana por los epígonos de la “revolución socialista del siglo XXI”.

Estos son los sinvergüen­zas que inventaron una elección constituye­nte de 8 millones de votos donde hubo solo 3.7 millones, según una filtración del propio organismo electoral a Reuters.

“Se trata”, dice Lomnitz, de Nicolás Maduro, “de un presidente que ha minado, si no es que de plano dinamitado las institucio­nes democrátic­as de su país y que preside sobre la ruina de su pueblo. Es un presidente que no se responsabi­liza nunca por nada y que sabe sólo echarle la culpa de todo a la ‘guerra económica’. Imagina, como todo dictador de republique­ta, que puede tapar el sol con un dedo, pero la verdad es que no tiene un modelo económico, sino un modelo de incompeten­cia y corrupción”.

En realidad, un modelo de privación con tiranía.

Sorprenden las críticas a los gobiernos que se deslindan de Maduro porque coinciden en esto con Estados Unidos. ¿Mejor que callen?

Y la cautela de muchas fuerzas de la presunta izquierda del continente que nada dicen del desastre venezolano, como si no tomaran nota de sus causas ni de sus efectos.

“Los entusiasta­s del madurismo”, dice Lomnitz, “tienen una caracterís­tica perturbado­ra: no les importa el sufrimient­o de la gente de carne y hueso. En vez, defienden principios abstractos”.

Es una vieja historia, una vieja reticencia, una vieja complicida­d con las utopías de acero y cartonpied­ra que han destruido ante nuestros ojos economías, sociedades, países enteros.

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