Milenio Jalisco

Salvador

- Cristina Ochoa/México

Su abuelo Giovanni lo presentó cuando solo tenía 22 años a los miembros del consejo de Fiat, asegurando que él representa­ba la continuida­d de la dinastía

Se dice que “representa la continuida­d de la dinastía”, fue la frase que esbozó Giovanni “Gianni” Agnelli, el día en que presentó a John Elkann, su nieto de 22 años, ante los miembros del consejo de administra­ción de la histórica armadora de automóvile­s Fiat como miembro de la junta directiva. Aquel día de 1977 cambiaría la vida del joven nacido en Nueva York; fue entonces cuando todas las esperanzas de la familia poseedora de la automotriz y de la Vecchia Signora del Calcio (como se le conoce a la Juventus de Turín) se posaron sobre su delgada figura.

John Jacob Phillip Elkann nació en Estados Unidos en 1976. El primer hijo del periodista italo-francés Alain Elkann y Margheritt­a Agnelli. “Yaki”, como le llaman las personas cercanas a él, fue orientado desde pequeño por su abuelo para aprender del emporio familiar.

La idea de Elkann, quien heredaría de su abuelo la sutileza en los modales y vestimenta, era estudiar en su país natal; sin embargo, el actual administra­dor de una fortuna valuada en más de mil millones de dólares, desde pequeño fue inducido por su abuelo para proseguir con el negocio familiar.

Elkann Agnelli decidió estudiar una de las dos carreras predilecta­s entre los regidores de la familia: ingeniería en el Politécnic­o de Turín. Previament­e, el mayor de los hijos de Margheritt­a cursó estudios en Brasil y Reino Unido e hizo el bachillera­to científico en la Victor-Duruy de Francia. Las estancias en el extranjero forjaron en él el dominio de cuatro idiomas.

El empresario de 41 años de edad, la mitad de ellos dentro de la compañía, ha figurado en la empresa por decisiones como la elección de Sergio Marchionne como CEO de Fiat, la adquisició­n del diario The Economist, y por supuesto, la alianza con Chrysler, entre otras.

John, ahijado del político Henry Kissinger —y con quien mantiene una relación igual de estrecha que la que sostuvo el ex consejero de Seguridad Nacional de Estados Unidos con su abuelo—, porta una actitud mucho más seria que la de su antecesor. El actual dirigente del consorcio familiar no acostumbra dar entrevista­s, y al contrario de su hermano Lapo, mantiene un perfil mediático bajo.

De hecho, se dice que este último, luego de la muerte de su tío Edoardo (aparenteme­nte por suicidio), pasaría a ser el dirigente de la fortuna Agnelli; sin embargo, escándalos por consumo de drogas hicieron que Lapo, el carismátic­o de los Elkann Agnelli —y quien ahora se dedica a la industria de la moda— diera paso a la era de su hermano “el salvador” del linaje. Algunos conocen a los Agnelli como “la familia real italiana”; cerca están quienes atribuyen la denominaci­ón a la estirpe que contribuyó de forma importante al PIB del país y genera alrededor de 3 por ciento de empleos, con la Fabbrica Italiana di Automo- bili Torino (Fiat) y el crecimient­o desde 1923 al frente de la presidenci­a de “La Juve”, uno de los clubes de futbol más importante­s de Italia que nació en 1897.

En 1889, Giovanni Agnelli, terratenie­nte y ex oficial del ejército, en conjunto con otros compañeros, fundó la empresa automotriz. Fue entonces cuando comenzó la prominenci­a del apellido y las empresas en las que participa (entre las cuales también se encuentra el diario La Stampa y el grupo editor RCS Mediagroup, que trabaja con el Corriere della Sera).

Pero fue precisamen­te el abuelo de John, quien despuntó con el negocio familiar, del cual, pese a los escándalos y las muertes prematuras, los especialis­tas siguen maravillán­dose de su solidez.

Gianni Agnelli encargó a Gianluigi Gabetti la labor de apoyar empresaria­lmente a la familia. De esta forma, la última dinastía empresaria­l italiana continúa activa a pesar de la gran diversidad de sus

miembros. erá el sereno pero eso de que el líder del país más poderoso del mundo se dedique a mantener, ante todos los escenarios posibles, su promesa de campaña para levantar un muro entre México y Estados Unidos, a costa del erario mexicano, mientras uno de los estados más grandes y productivo­s de la unión americana se hunde en sus propias aguas, es inexplicab­le y la muestra más evidente y egoísta del poder por el poder.

Es un hecho que, aunque como en toda tragedia humana son bienvenido­s los apoyos solidarios de otras naciones, los texanos tras el paso del fenómeno climatológ­ico Harvey se levantarán cual sociedad de primer mundo en tiempo récord. Sin embargo, nada inspirador debe ser que el líder de la nación olvide su tragedia y continúe tras sus objetivos individual­es.

Sumemos a lo anterior la autoría de los que levantarán cada uno de los ladrillos, vigas y varillas que reconstrui­rán el estado texano. Si, lo sabemos, los miles de extranjero­s (documentad­os o indocument­ados) que están ahí por decisión propia y necesidade­s varias. Ellos, tras los que está el mandatario estadunide­nse, a los que llama malos hombres, a los que acusa de narcotrafi­cantes, violadores y delincuent­es por pasarse un semáforo en alto, serán los que una vez más edifiquen sus caracterís­ticos free ways y hermosas casas texanas, además de su industria agrícola y petrolera. De eso no cabe la menor duda.

Luego de esta tragedia, la más grande de origen natural (a lo que también se le dedica un discurso escéptico y de desprecio tachando al evidente cambio climático como irreal y lejano), vivida por los estadunide­nses, el pensamient­o lógico debería encaminars­e hacia una revaloraci­ón de la aportación de los inmigrante­s a ese país.

Sopesar los más de 1.3 billones de dólares (billones de verdad) anuales que aporta la comunidad hispana a ese país, solo contando lo que producen, sin tomar en cuenta lo que consumen y aportan con sus impuestos a las arcas que mantienen la administra­ción estadunide­nse con todo y sus extravagan­cias.

Lindos los tacones de la señora, dijo mi vecina al ver por televisión a la primera dama estadunide­nse cuando abordaba el avión presidenci­al para tomarse la foto con los damnificad­os por el paso del huracán destructor.

Mientras nosotros esperamos los avances de la renegociac­ión del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC), que a través de más de 25 mesas de trabajo y a puerta cerrada (lejos de los reflectore­s de los medios, bueno eso dicen), nos mantienen en suspenso e imaginando si realmente serán tan feroces discutiend­o lo que más conviene a cada uno de los tres países.

Hoy domingo se lleva a cabo el tercer día de pláticas, de cinco (concluyen este martes 5 de septiembre) de la segunda fase de renegociac­ión, y al parecer no sabremos de grandes avances. Queda esperar la tercera ronda que en 15 días se realizará en Canadá.

Sigamos esperando que el comercio nunca se detiene, aunque los líderes no se pongan de acuerdo, los pueblos tienen que sobrevivir.

Más impuestos, aranceles, cupos, prohibicio­nes, fayuca, zonas francas, tráfico legal e ilegal, competenci­a, todo gira en torno al comercio, el camino se encuentra pese a las necedades.

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