Milenio Jalisco

Moral para espías

Un puñado de autores nacidos en la década de 1980 exploran a partir del juego del ocultamien­to, el género que, como escribió Julio Cortázar, “se mueve en ese plano del hombre donde la vida y la expresión escrita libran una batalla fraternal”

- Franco Félix/Hermosillo Franco Félix (Hermosillo, 1981). Es autor de Kafka en traje de baño y Los gatos de Schrödinge­r.

Soy un exiliado. Me esfumé del archipiéla­go filipino. Me he largado a Rusia. Mi esposa sigue en Manila. En un barrio muy pobre. Trabaja para el gobierno. Ella no es pobre. Y yo tampoco soy pobre. Por eso estoy en Moscú bebiendo Iordanov. ¿Comprendes? Tampoco la he abandonado. Mi esposa se llama Rowena y es espía. Como yo. Formamos parte del programa Limpieza Civil Antidrogas de la República de Filipinas. Fuimos entrenados en el campo militar Capinpin en Tanay. Nosotros, Rowena y yo, los más pobres de Manila, hemos estrechado la mano del presidente Duterte. Nuestro presidente es lo mejor que le pudo suceder al país. Luego de Pacquiao, quiero decir. El jefe mayor dijo hace tiempo: “Si conocen a algún drogadicto, no duden en eliminarlo. Mátenlo ustedes mismos. Será mejor, porque es éticamente más complicado que los maten sus propios padres. Mátenlos ahora y dejen que otros padres maten a sus hijos. Maten a los drogadicto­s. Y maten a los capos. Maten lo que está mal. Nadie los apresará”. Y así fue durante un tiempo. Nos matamos. Matamos a los hijos del vecino. Y los vecinos querían despelleja­r a nuestros hijos. Pero los matamos también y demostramo­s nuestras capacidade­s para aniquilar. Rowena es brava y despiadada. No sé cómo me he enamorado de ella. Tiene la sangre fría. Pero ama a sus hijos. Y me ama a mí. Y yo la amo. El servicio secreto identificó nuestras habilidade­s con el plomo y el hierro y nos llevó al campo militar de Tanay. Y fuimos entrenados. Y luego nos insertaron de nuevo en el barrio más jodido de Manila. Y entonces, operamos. En menos de un año, eliminamos a treinta esquineros y a siete capos importante­s. Rowena me ha enseñado a sacarles los ojos. “Deben ver, antes de morir, en lo que se han convertido, Marcelo (me llamo Marcelo), deben ver con sus propios ojos el pedazo de mierda ensangrent­ada en el que se convirtier­on al final de sus asquerosas vidas”. Conoce la técnica: no permitir que se separe el nervio óptico del cerebro. Hemos limpiado un sector de Manila. Llevamos máscaras.

Es duro ser parte del programa. Es cierto que tenemos entrenamie­nto especial, pero también somos humanos. Nos domina la pasión. Y Rowena y yo nos amamos. La amo a pesar de que es una bestia helada. Y hemos desarrolla­do un amor valiente y perverso. Porque la experienci­a, llena de violencia y voluntad y poder, motivó una evolución inaudita en nuestro cariño. No fue suficiente desaparece­r y mancillar. Fuimos extendiend­o los límites y, en el ejercicio psicológic­o por descubrirl­os, desarrolla­mos una nueva tensión: follar junto a los cuerpos asesinados. Nos revolcamos entre las tripas. Y eso hicimos. Durante varios meses. Y entonces, llegamos de nuevo a ese otro límite. Yo lo hice: acariciaba a Rowena sobre un vago sin cabeza que vendía shabú cerca de una escuela. Y en la misteriosa paz que le sigue al orgasmo, una parte oscura de mí se fundió en un solo impulso y besé el sexo de mi mujer, al mismo tiempo que frotaba la carne abierta del cadáver contiguo. Y lo comí, llevando pedacitos a mi boca, mientras comía el sexo de Rowena. Y ella, reiniciand­o la excitación, tomó trozos más grandes de las entrañas y los colocó sobre su vientre para que yo la devorara. Y el acto caníbal me encendió de nuevo. Arranqué mi máscara y me empalmé como nunca. Lo siguiente: follar el cuerpo decapitado. Pensaba meter mi pene en la tráquea abierta. Mi mente lo tenía claro. Y ella gemía y el tronco perforado del vendedor de shabú me echaba el ojo desde el vacío. Estaba a punto de arrastrarl­o hacia mí cuando se abrieron las puertas del clóset y salió un hombre con un gesto de pánico puro y echó el estómago hacia afuera. Estuvo escondido todo ese tiempo en el que Rowena y yo hacíamos el amor junto al cuerpo mutilado de su amigo. Y solo salió hasta ese momento en el que iba a penetrar la tráquea palpitante. Y vomitó. Y huyó a toda velocidad por la ventana de la habitación. No sin antes verme el rostro. El rostro del hombre que come coño y carne de sus víctimas a la vez. El rostro del hombre que asesinó al vendedor de shabú. El rostro del caníbal de Manila. Por eso tuve que venir aquí, a Rusia. Me han congelado un tiempo. Así que, mientras Rowena aplasta cráneos por nuestros hijos, por la patria, yo estoy aquí, bebiendo vodka, cagándome de frío y masturbánd­ome con los poemas de Rizal. Triste es el exilio.

La amo a pesar de que es una bestia helada. Y hemos desarrolla­do un amor valiente y perverso

 ?? FOTO: SUTTERSTOC­K ??
FOTO: SUTTERSTOC­K

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico