Los infomerciales
Todos hemos visto en la tele muchos de esos anuncios denominados infomerciales. Son cápsulas informativas de larga duración que tienen como propósito anunciar productos que nos van a solucionar problemas de vida verdaderamente trascendentales. Una vez yo actué en uno en el que se vendía una potente aspiradora doméstica. En algún momento del anuncio hacíamos una demostración de su eficacia levantando bolas de boliche con el poder de succión del aparato. Nada más útil para el hogar. ¿Quién de nosotros no se ha visto en la necesidad de lidiar con esas molestas bolas de boliche que tenemos esparcidas por toda la casa? Pues esta aspiradora era la solución a tan vital problema.
La vanidad y en especial el tema del control de peso son de los más socorridos. El otro día vi un comercial que anunciaba una crema antiarrugas que te la pones y ante el espejo ves cómo el Photoshop actúa inmediatamente en tu rostro. Observas a tus patas de gallo sufrir una regresión en su evolución al convertirse en zanquitas de pollo y terminar en estado liso como cascarón de huevo. Otro día vi un anuncio de unos maravillosos zapatos tenis para bajar de peso que te convierten en una máquina de aniquilar calorías. Con ellos quemas más grasa que si te metieran en un perol de aceite caliente para hacer carnitas. No entiendo bajo qué premisa científica los fabricantes de estos zapatos aseguran que perderás kilos, aunque sí me quedó claro que lo que perderás es tu dinero. Yo creo que debe ser condición sine qua non que, una vez que te los pongas, salgas a correr 20 kilómetros. Repitiendo esta sencilla acción durante 60 días seguro quedarás como varita de nardo. En otra ocasión vi uno de una faja reductora que te la pones bien ajustada durante unas cuantas horas, al cabo de las cuales podrás constatar con la fiel precisión de una cinta métrica que tu abdomen se ha reducido varios centímetros. El único requisito es que la medición la hagas dentro de los 30 segundos posteriores a que te la quitaste, antes de que tus pobres lonjas oprimidas vuelvan a brotar de entre tus tripas y todo vuelva a ser como antes. Es como cuando haces la maleta y no te caben las cosas; metes todo a empellones y rápidamente corres el cierre, pero cuando la vuelves a abrir las prendas saltan como conejos. Una prima mía utilizó una de estas fajas por un tiempo pero tuvo que suspender su uso porque los brazos se le pusieron gordos, la cara de un tono morado preocupante y los ojos se le saltaban de las órbitas como queriendo huir de ese cuerpo que estaba a punto de estallar.
La pereza es otro de los motores de venta que resultan infalibles. Cualquier cosa que quieras vender y que promueva la holgazanería tiene éxito asegurado. Hay aparatos de ejercicio que solo tienes que usarlos por ocho minutos diariamente y, sin mayor esfuerzo ni sudar una miserable gota, verás tus músculos esponjarse como pan recién horneado; encontramos también ollas de alta tecnología en las que puedes cocinar un banquete para doscientas personas mientras duermes una siesta o las cremas corporales quema-grasa que, te las pones por la noche, y por la mañana ya te desapareciste. No tuviste que mover ni el meñique. Bueno sí, para quitarte con él la crema que se te quedó entre las uñas.
Todos los infomerciales ofrecen supuestos regalos que, en muchos casos, sobrepasan en atractivo al objeto mismo que están anunciando. Recuerdo un ejemplo en el que el producto publicitado era un carísimo curso en DVD para aprender a tocar teclado y el regalo final era… ¡el teclado! No quiero pecar de mal pensado pero ¿no es que la ecuación podría haber sido al revés, es decir, anunciar el teclado y regalar el curso? Es como si en un restaurant, en la compra de un caldo te regalaran las albóndigas.
Pero hay anuncios cuyos regalos son aún más sospechosos:
– Qué espera, compre nuestro sorprendente televisor Wonder TV, ¡pero espere! –aquí hay una contradicción porque primero te preguntan qué esperas y luego te piden que esperes–, si llama dentro de los próximos 30 minutos le regalaremos el control remoto exclusivo para operar este televisor, además llévese el manual de operación en cinco idiomas, incluido el árabe, y, por si esto fuera poco le regalamos… ¡un increíble cable para que pueda conectar su televisor a la electricidad!
El infomercial es una especie de hijo ilegítimo, y feo, de dos géneros que no debieron aparearse: el documental y el anuncio publicitario. Es como si viéramos a la periodista Adela Micha, arriesgando su credibilidad, anunciar alguna crema milagrosa para borrar en tres semanas cicatrices descomunales. No quiero ni pensarlo.