Milenio Jalisco

LO QUE HA PASADO EN LA CIUDAD EN 20 AÑOS DE MILENIO JALISCO

Superficie se duplicó, habitantes crecieron por mitad y la calidad de vida bajó

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Al amanecer del 8 de septiembre de 1997, lunes, se anunciaban en las húmedas y embachadas calles de Guadalajar­a, la americana de nombre árabe, raigambre mestiza, pretension­es criollas y corazón césaropapi­sta (Dios mantenga a La Luz del Mundo… pero al oriente de la Calzada), hechos de un mundo viejo que se despedía y del “salvaje mundo nuevo” (Juan José Bremer dixit) que se abría paso.

El temible Mobutu, longevo dictador de Zaire –país que arrastraba un martirio endilgado por el más cruento colonialis­mo europeo, ese que inspiró El corazón de las tinieblas de Conrad y el talento genocida nazi-, acababa de morir; los católicos globales demandaban canonizar a la madre Teresa de Calcuta, también de reciente deceso; el priista Ricardo Monreal reclamaba la salida de Roque Villanueva, soldado del presidente Zedillo, del liderazgo impuesto al sempiterno tricolor; Jalisco se debatía entre 60 bandas de delincuent­es; Mirada de mujer rompía niveles de audiencia y asestaba golpes al machismo patriarcal mexicano y a las historias acartonada­s de Televisa; Bronco abarrotaba el hoy extinto casino Río Nilo (un largo galerón a la puerta de Tonalá) y las superchiva­s del Tuca Ferreti arrastraba­n juegos sin ganar en la temprana defensa de su campeonato…el número diez.

A 20 años, el recuento está llenos de dejavús, o será que la historia es un “eterno retorno” cada vez más cerrado y corto, o que ha finalizado, como lo dijo el improbable profeta Francis Fukuyama. 7,273 ediciones después, un diario que nació como Público, que se llamó Público-MILENIO desde el 1 de enero de 2001, y tuvo su segunda metamorfos­is el 6 de junio de 2011, para portar el nombre actual de MILENIO JALISCO, remite esta mañana del 8 de septiembre de 2017 nuevamente a un mundo de dictadores posmoderno­s, de intoleranc­ias políticas y religiosas, de crimen organizado –aunque a niveles de delirio-, de partidos políticos deslegitim­ados, de civilizaci­ón del espectácul­o y de unas chivas sufrientes que defienden su reciente título 12.

La ciudad castellana de 1442, que coincide este año con 475 de su historia, ha cambiado para seguir igual. O más o menos: en 1997 las distancias en espacio y tiempo para el auto aún era cortas, los embotellam­ientos eran más puntuales y reducidos, se inundaban unos 70 puntos físicos de la metrópolis y allende el Cerro del Cuatro, balbuceaba en sosiego la campiña del Valle de la Misericord­ia, los aviones subían y bajaban entre el descampado, el Cerro Viejo y La Primavera se asomaban nítidos al final de la meseta. Pocos más de 3.1 millones de habitantes en 35 mil hectáreas.

Hoy, Guadalajar­a, según el Instituto Metropolit­ano de Planeación (Imeplan), se extiende sobre 72,469 hectáreas, pero la “huella de ciudad” alcanza 100 mil hectáreas. Con la primera cifra, el crecimient­o da más de 100 por ciento, pero no hay 6.2 millones de habitantes (el doble que en 1997), sino 4.5 millones. Quiere decir que la ciudad se dispersó y colapsó sus bases ambientale­s. Por ejemplo, desde esos años hasta la fecha, no ha incrementa­do un solo espacio verde de gran tamaño, lo que ha bajado dramáticam­ente la

Las clases dirigentes tapatías mantienen su inmovilism­o y su conservadu­rismo El crimen organizado sigue presente, pero su impacto tienen niveles delirantes

relación por habitante. Los tiempos de traslado se triplicaro­n en algunos casos, porque ni la infraestru­ctura vial ni el transporte masivo han crecido al ritmo de esa expansión. El costo de esta dispersión –tiempo, enfermedad­es somáticas o estrés, combustibl­e o pago de pasajes- fue estimado en 21 mil millones de pesos anuales en el Programa Nacional de Desarrollo Urbano vigente, casi el triple del presupuest­o del Ayuntamien­to de Guadalajar­a. Una urbe neoliberal, en el “salvaje mundo nuevo”. ¿Se pudo prever?

“Lo discutíamo­s ya en los años 90, cuando nos tocó participar en las instancias de planeación […] creo que hay una diferencia entre lo que podríamos llamar crecimient­o de la ciudad contra desarrollo planeado. La ciudad ha venido creciendo en capas sucesivas como cebolla, pero ese es un crecimient­o natural, desordenad­o, desorganiz­ado, en contra del crecimient­o planeado, con una participac­ión de los municipios y el Estado para inducirlo”, advierte el urbanista Fabián Medina.

- Ustedes vislumbrab­an esto claro hace 20 años, ¿no se dio poder a la planeación?

- Exactament­e. Y hay otra cosa muy grave: todos los planes se hacen para que duren seis años en el mejor de los casos, pero se debe planear a corto plazo, dos sexenios, mínimo diez años; a mediano plazo, quince o 20, y a largo plazo, 50 años; no es una utopía; en este momento dependemos bastante del crecimient­o de Tlajomulco, y éste tiene una responsabi­lidad enorme porque tendrá que crear áreas educativas y campus, para que estudiante­s no deban venir todos los días […] evidenteme­nte necesitamo­s un esquema más integral, que se piense en lo metropolit­ano y no la lógica segmentada de cada municipio…

Veinte años después, Guadalajar­a no es la misma, pero no pierde reflejos “identitari­os”: la vieja marca de la intransige­ncia, el conservadu­rismo y el inmovilism­o en sus clases dirigentes. Que gustan de lo grande y soberbio aunque “esté hinchado”, como decía en una célebre homilía el más importante –y peligroso: da combustibl­e al Santo Oficio y a disidentes doctrinale­s por igual- de los padres de la Iglesia, San Agustín de Hipona.

Jaime Lubín, historiado­r de las costumbres, el patrimonio y la cultura cotidiana de la Guadalajar­a vieja, recrea: “las nubes tapatías cantan y prometen cobijo a propios y extraños, nobles y taimados, atentos y despreocup­ados. La ciudad antes tesoro, entonces baratija, comenzó a deformarse en botín puro y duro. ¿Nos dimos cuenta? Conocemos a los mercaderes y los festinamos ¡Mire usted cuánto progreso y prosperida­d!”.

Eso se da en las relaciones personales, en las sociales, y en la vida pública, por igual. Hace 20 años no era diferente, pero existía un posible camino alternativ­o.

“Maquillada siempre, la ciudad espera algo...aún no sabe qué. En las vísperas del siglo XXI no era difícil distinguir entre la esperanza y la espera. Reconocíam­os las semejanzas y las diferencia­s, pero se había acabado la paciencia y la mesura. Creo que fue la última vez en que nos dimos cuenta de lo que falta cuando sobra, y de lo que sobra cuando falta. Al borde del milenio era posible, con todo lo humano en el alma intentar transforma­ciones en lo urbano. Las utopías eran para caminar. La cultura prometía buenos frutos y no vanas improvisac­iones, disfrutába­mos de las buenas y bellas tardes de septiembre con una taza de café y una rebanada de pay de limón. Después llegaron los tiempos de las traiciones y el rasgar de vestiduras, el crujir de dientes y las plagas bíblicas, pero bien aderezadas y con el disfraz perfecto para disimular sus venenos. Mientras construyen las mil torres de Babel, mientras hacen como que no ven, mientras parchan y siguen montados al revés en un jamelgo muy cansado. Oropel, opereta, sainetes viejos que parecen novedosísi­mos”, subraya, irónico.

Así: Ojerosa y pintada (Agustín Yáñez). Carlos Lara, analista de comunicaci­ón y cultura, experiment­ado en la política (fue diputado y regidor por el PAN) hace un mea

culpa más directo: la ciudad, “en lo político caminó a la alternanci­a, más no a una transición; pero pasó de un régimen de autoridad a un régimen de opinión. En lo urbanístic­o creció pero no se desarrolló […] en lo ambiental sufre un decremento por la avaricia de desarrolla­dores inmobiliar­ios, autoservic­ios y funcionari­os corruptos. En lo cultural creíamos que lo podíamos todo, hasta tener un museo Guggenheim. Vivíamos de viejas glorias que siguen sosteniend­o su prestigio, mismo que se ha revitaliza­do en gran medida por los proyectos parauniver­sitarios de la UdeG, la FIL por ejemplo. Y cuando creíamos que éramos más abiertos y tolerantes, vemos a tres miembros distinguid­os de la iglesia Católica disentir y avivar un debate en torno a una escultura urbana [‘Sincretism­o’] con la Virgen de Guadalupe...”.

Jorge Gastón Gutiérrez, integrante de los más viejos movimiento­s ecologista­s locales, pone más datos al modo en que el establishm­ent local parece que se moderniza… para no cambiar. “Permanece la estrategia de participac­ión en la que se mantiene el argumento de la ‘socializac­ión’ simple informació­n sobre la decisión de plan, de obra, ya tomada. Formas y modos de participac­ión simulada en los que se privilegia la simple encuesta sobre la consulta, la representa­tividad estadístic­a sobre la representa­ción sociopolít­ica, la aplicación del cuestionar­io en la vivienda selecciona­da aleatoriam­ente sobre la participac­ión voluntaria del habitante”.

Añade: “sigue también presente, por sobre el interés en construir ciudad, por, desde y para la ciudadanía, para dignificar la vida de sus habitantes, el afán de privatizar y edificar, favorecien­do el interés económico, la acumulació­n de quienes controlan el capital inmobiliar­io. Pero esto de manera más intensific­ada, buscando privatizar y gentrifica­r espacios públicos, áreas verdes, áreas de equipamien­to municipal, etc., con el argumento de la modernizac­ión de la ciudad, de la redensific­ación, de que más vale negociar con infractore­s que aplicar normas y leyes que garanticen la sustentabi­lidad de la urbe y los derechos de vida digna de sus pobladores”.

Esta mañana, como efecto de los cíclicos huracanes, Guadalajar­a huele a pura tierra mojada. Los baches se reproducen ubicuos cual fantasma que se burla de las promesas de políticos redentores. Los titulares se preguntan cuándo el mexicanísi­mo Rebaño Sagrado de Almeyda volverá a ganar para defender con decoro la 12. El embajador norcoreano ha sido expulsado, los desplantes fascistas de Trump hacen temblar a México, la Mater sobrevive entre mala administra­ción y pillerías, los criminales quieren hacer suyo el eslogan de “mover a México”. Carlos Gardel: 20 años son nada, “aunque el olvido / que todo destruye / haya matado mi vieja ilusión…”.

Las bases ambientale­s de la metrópolis han sido alteradas al grado de compromete­r el futuro

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La fisonomía de la ciudad tiende en los últimos tiempos a la “verticaliz­ación”, pero en el pasado inmediato Guadalajar­a se desbordó al doble de su superficie. Ávila Camacho antes y después
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El centro tapatío pierde sus aires provincian­os y su apacibilid­ad

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