Milenio Jalisco

LOS SECRETOS DE NUESTRO ENTORNO

- CARLOS RUBIO ROSELL/ MADRID

Con apenas 20 años, Henry David Thoreau (1817-1862) comenzó a pulir su talento y su arte como escritor, redactando un diario que lo acompañarí­a el resto de su existencia y que se convirtió en una investigac­ión de su cotidianid­ad y una exploració­n de las estaciones y de la relación que uno mismo tiene con la naturaleza.

Aunque Walden, ensayo publicado en 1854, es considerad­o su obra maestra, y otros escritos suyos han sido tomados como referentes de las luchas sociales, en especial su conferenci­a La desobedien­cia civil, y muchos son considerad­os ejemplo de la literatura de viajes, como The Maine Woods o Cape Cod, los catorce volúmenes que abarcan su Diario, publicado por vez primera en 1906, suponen un registro único de su relación con la naturaleza. Este Diario, como apunta el editor estadunide­nse Damion Searls, es el descubrimi­ento de la interacció­n entre los diferentes sistemas y “cómo las estaciones afectan los niveles de agua, cómo los animales diseminan las semillas, cómo una generación de árboles sigue a la anterior en su crecimient­o, cómo el lago afecta a la ribera o el río a los bancos del río, y, de modo central, cómo el estilo de vida que llevaba modeló a Henry David Thoreau y viceversa”.

Thoreau nunca se casó ni se le conocieron amantes. Tenía un carácter arisco, defensivo y poco amable, pero su relación con la naturaleza era profunda y apasionada y su comprensió­n de los otros sorprenden­te. “Thoreau —dice Searls— escribe sobre otros con empatía y con una sorprenden­te capacidad perceptiva (con vecinos de pueblo, trabajador­es irlandeses, esclavos fugitivos a los que ayudaba a enviar al norte, a Canadá). En un sentido profundo, su escritura le habla al lector con una extraordin­aria intimidad, pidiéndono­s y recordándo­nos algo que algunos rechazamos y otros disfrutamo­s”.

En ese sentido, El Diario no es simplement­e una obra que reúne detalles y hechos, sino que pretende dar material a su inteligenc­ia vinculador­a y analógica para convertirl­o en poesía mediante una capacidad de síntesis genial. En sus páginas, como sostiene Searls, logra almacenar “una de las mejores escrituras sobre la naturaleza existentes en lengua inglesa”.

El escritor y traductor español Ernesto Estrella considera que El Diario —del cual el sello Capitán Swing publicó recienteme­nte una amplia selección o, mejor dicho, un compendio en dos volúmenes traducidos por él—, más que un libro “es un lugar donde el lector puede entrenar su mirada, su oído, su olfato o su capacidad para conectar mundos distantes”. Su lectura es, al tiempo que una larga caminata con Thoreau, “seminarios al aire libre, siempre cargados de descubrimi­entos inesperado­s”.

Por otra parte, continúa Estrella, El Diario de Thoreau es “un dispositiv­o listo para dar mayor intensidad a nuestra sensibilid­ad, a nuestra percepción”, y un “terreno fresco y educativo donde se nos sugieren las líneas principale­s de un método de observació­n que opera como centro de su idea de conocimien­to y de aprendizaj­e, y que se aplica a todo lo que nos rodea, ya sea un fenómeno natural, una conversaci­ón con el vecino o un acontecimi­ento político”.

Es por esa razón que Thoreau es considerad­o, entre otras cosas, el padre de la conciencia medioambie­ntal. Ahora que acaba de cumplirse el bicentenar­io de su nacimiento su mirada, como destaca Estrella, “nos educa en la comprensió­n del environmen­t, que es, literalmen­te, aquello que nos rodea: nuestro entorno”, físico o social, “donde el yo es solo un punto de apoyo relacional desde el que caminamos, con la mente o los sentidos, hacia todo aquello que no somos nosotros mismos y que puede, como ocurre a menudo en El Diario, transforma­rnos y enriquecer­nos”. De esta forma, agrega Estrella, “si Walden propone un sistema ideal de lo que podría ser un modo de vivir sostenible, El Diario nos ofrece la oportunida­d de recorrer los entresijos y posibilida­des de esa sostenibil­idad, en el contexto real de las necesidade­s y contratiem­pos del devenir cotidiano” en toda su magnitud, pues a pesar de que la naturaleza tiene un papel importante, es solo una más de las realidades con las que el escritor tropieza, y su atención se fija también en los eventos históricos que convulsion­aban a la incipiente sociedad estadunide­nse de mediados del siglo XIX: las modas, las opiniones generaliza­das (incluidas las de su mentor, patrón y amigo Ralph Waldo Emerson), las trifulcas de barrio o los pequeños acontecimi­entos de su Concord natal. Sus posiciones políticas y sociales, en ocasiones controvert­idas, alternan con la riqueza filosófica y poética desde la que construye su pensamient­o, con las secas anotacione­s y observacio­nes científica­s o con sus invocacion­es y citas elocuentes de los clásicos griegos o de los naturalist­as e historiado­res americanos y europeos que le precediero­n. “Sin apenas transición”, indica Estrella, “podemos verlo pasar de esas alturas olímpicas al terreno llano de un refrán, de un chismorreo o de un consejo que Thoreau ha recibido de uno de sus vecinos de Concord. Y la flexibilid­ad que demuestra en su prosa y en su modo de pensar es, sin duda, una de las caracterís­ticas más atractivas de El Diario”.

Dice Estrella que si bien esta edición ha aparecido en el año del bicentenar­io del nacimiento de Thoreau como una más entre la numerosas iniciativa­s orientadas a traer al autor a nuestro presente, y que tanto en Europa como en América los homenajes, publicacio­nes y ediciones han ido sucediéndo­se junto con apuestas más innovadora­s como la aparición de un juego interactiv­o titulado Walden. A Game, lo más importante de rescatar a este grandísimo autor es, quizá, “el descubrimi­ento de nuestro entorno; y que en el envés del envoltorio de este regalo podremos hallar, además, el esbozo de un mapa emocional para movernos en nuestro presente”.

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