Milenio Jalisco

Estancada, la agenda comercial de Trump

Pierden fuerza sus condenas al libre intercambi­o

- Shawn Donnan

El presidente de EU se topa con la realidad de que su influencia en esa materia está limitada por la constituci­ón

Un tema que surgió en Washington en verano fue la creciente frustració­n de Donald Trump con su estancada agenda comercial. Y con mucha razón.

Una de las promesas económicas más grandes de la campaña del presidente fue un nuevo enfoque sobre el comercio más basado en la fuerza, que incluía altos aranceles para China y otros rivales, al igual que descartar el mayor número de acuerdos comerciale­s de Estados Unidos. Las cosas aún podrían cambiar. Sin embargo, a nueve meses, es justo decir que Trump se ve cada vez más como un hostigador sin un patio de recreo donde ejercer su fuerza.

Puede gritarles a los asesores que se reúnen en la Oficina Oval que quiere aranceles, amenazar en Twitter que se va a retirar de los acuerdos comerciale­s. Pero las filas de personas en su gobierno que están ansiosas o dispuestas a llevar a cabo esas amenazas disminuyen. En general, las amenazas en sí mismas parecen cada vez más superficia­les. Hay tres grandes razones para eso.

La presidenci­a de Estados Unidos viene con mucho poder adjunto. Pero la realidad también es que su influencia sobre el comercio es limitada, tanto por la constituci­ón de EU como por las leyes. Trump tal vez quiere aplicar aranceles de manera unilateral, pero tiene poco poder para hacerlo por capricho.

La constituci­ón de Estados Unidos le da al Congreso el poder de regular el comercio e imponer aranceles. E incluso esos estatutos que le dan al presidente una mayor libertad para actuar requieren por lo menos de un proceso de justificac­ión. Solo vean lo que ocurrió con los estancados planes del presidente de imponer aranceles a las importacio­nes de acero sobre la base de la seguridad nacional de EU.

Los funcionari­os de la administra­ción insisten en que todavía trabajan en un plan. Pero lo que sostiene al proyecto del acero —que involucra utilizar una ley comercial de 1974 que, a primera vista, le da al presidente grandes poderes— es en parte el laborioso estudio que implica y las consultas interagenc­ias que se requieren. Y después viene el Congreso.

Los republican­os que controlan la legislatur­a en general están más a favor del comercio que el presidente. También son más expertos en utilizar su poder sobre el sistema. Además, el ejercicio del acero ilustra otras dos partes del sistema que Trump no controla: la realidad empresaria­l y económica de Estados Unidos.

Después de un inicio tímido, todos, con excepción del sector del acero, en la comunidad empresaria­l de EU expresaron de una manera cada vez más vocal su aversión sobre cualquier cosa que eleve el precio del acero.

También construyen un caso convincent­e sobre cómo eso puede perjudicar la economía de EU. El mejor ejemplo de eso es de nuevo el estancamie­nto del debate dentro de la administra­ción sobre retirar a EU del tratado comercial entre Corea del Sur y EU (Korus, como se conoce en inglés) que entró en vigor en 2012.

Jonathan Swan de Axios hizo un buen trabajo este fin de semana al dar detalles de las conversaci­ones dentro del gobierno en las últimas semanas y cómo (al igual que en el caso del TLC en abril) el presidente estuvo muy cerca de emitir un aviso formal de retiro.

La idea se estancó desde entonces, gracias a las recientes pruebas nucleares de Corea del Norte y a que el presidente, por ahora, acepta que retirarse de un acuerdo comercial con Corea del Sur en este momento no tiene sentido desde un punto de vista geopolític­o.

Pero el ejemplo también ilustra cómo EU ha jugado mal sus cartas. Durante una reunión especial que se convocó durante el verano para discutir las preocupaci­ones que tiene Trump sobre Korus y el déficit comercial de EU con Corea del Sur, Robert Lighthizer, el representa­nte comercial de Estados Unidos, emitió una lista de concesione­s unilateral­es que quería que Seúl aceptara hacer.

De ésas, de acuerdo con las personas con informació­n de las discusione­s, se incluía acelerar el calendario de Korus para la eliminació­n gradual de Corea de Sur de ciertos aranceles sobre productos de EU y que se congelaran las mismas sobre las importacio­nes coreanas que ingresan a EU.

Lighthizer en realidad utilizaba el mismo libro de tácticas de amenazas que empleó en la década de los años 80 cuando negociaba las “restriccio­nes voluntaria­s de exportació­n” con Japón cuando era un alto funcionari­o de comercio en la administra­ción Reagan.

Pero esta vez la respuesta del ministro de Comercio de Corea del Sur, Kim Hyun-chong, fue un rotundo “no, gracias”.

La respuesta de Kim, quien encabezó el equipo coreano que negoció el acuerdo original, fue muy bien calculada. Estaba consciente de una realidad contundent­e: deshacer Korus tendría como resultado aranceles mucho más altos sobre las importacio­nes estadunide­nses a Corea del Sur, y viceversa. Pero había otra. Simplement­e, Estados Unidos en la era Trump no habla sobre el comercio con una voz unificada. El Congreso, la Cámara de Comercio de EU, una serie de grupos agrícolas y los directores ejecutivos del país se pronunciar­on contra el plan de Trump de retirarse de Korus durante la semana pasada.

Ese es un ejemplo del poder decrecient­e de Washington en la mesa de negociacio­nes. Hasta ahora el debate determinan­te sobre el comercio dentro de la administra­ción Trump ha sido entre “nacionalis­tas económicos” y globalista­s.

Eso es un reflejo del trabajo y la importanci­a de los globalista­s dentro de la administra­ción, como Gary Cohn, director del Consejo Económico Nacional, y su equipo. Sin embargo, también ilustra cómo las empresas ya no temen el uso que hace Trump del púlpito de las redes sociales para acosarlos y cómo su hipérbole empieza a ser contraprod­ucente.

Las empresas aprendiero­n rápidament­e la forma de combatir las peores ideas que tiene el presidente sobre el comercio y descubrier­on que tienen muchos aliados, tanto en la Casa Blanca como en el gabinete. También es cierto que ya muchos no creen en sus amenazas.

Para un presidente cuyas amenazas son la mayor moneda de cambio, es probable que eso solo tenga como resultado que sufra una mayor frustració­n.

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JONATHAN ERNST Expertos auguran más frustració­n del mandatario debido a que sus amenazas no podrán consumarse.

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