Independencia mis polainas
Un hombre mestizo camina de manera sigilosa por la calle de Las Ratas en el centro de la Ciudad de México. Se levanta la solapa y voltea para asegurarse que nadie lo espíe. El misterioso hombre se introduce discretamente en una pequeña puerta marcada con el número cuatro. En ese lugar, se reúnen algunas personas con ideologías libertarias y conspiran para independizar a México de España.
Al mismo tiempo se congregan también, de manera secreta, un puñado de criollos. Pero ellos se reúnen en el oratorio del templo de San Felipe Neri. Buscan de igual manera independizarse de la metrópoli hispánica, pero a diferencia de los primeros, los criollos quieren continuar con el régimen absolutista, el cual Fernando VII fue obligado a abandonar.
Desde antes de las conjuras de Hidalgo y Morelos, muchas personas se juntaban de manera secreta. En esas tertulias, leían a los enciclopedistas y tomaban esa bebida negra y amarga llamada café. Aficiones como éstas fueron elevando poco a poco la conciencia de la libertad que querían para su pueblo.
Estos grupos tenían un mismo propósito, pero los motivos eran muy diferentes. Lo anterior fue aprovechado desde el primer momento por algunos gobiernos de potencias extrajeras; por un lado, Europa con sus políticas religiosas y por el otro los estadunidenses con la doctrina Monroe y sus atisbos de liberalismo económico. Las potencias observaron entonces la oportunidad perfecta de hacerse del poder político en un territorio con una grandísima riqueza natural.
Estos intereses extranjeros agruparon a los sublevados en dos grandes facciones: los conservadores y los liberales. Los pusieron en contra e iniciaron una serie de guerras fratricidas que se prologaron por más de cien años, hasta su conclusión con la Revolución Mexicana.
Si bien es cierto, durante el periodo entre los años 1821 y 1910 hubo personajes que detentaron el poder, de ambas facciones, con un sentido nacionalista y de beneficio al pueblo; de igual forma estos caudillos sucumbían ante las injerencias y las presiones de las potencias y terminaban cumpliendo sus caprichos.
Entre tanto, hemos celebrado con bombo y platillo, durante más de un siglo, una independencia inexistente. Y hoy, puedo mencionarlo sin temor a equivocarme, somos más dependientes que nunca.
Este año por ejemplo, “negociamos” en contra de nuestra independencia económica y rogamos por no ser excluidos del Tratado de Libre Comercio. Somos dependientes absolutos de las redes sociales y sus desinformadas mentiras. Sin cortapisas nos creemos las insulsas falacias de políticos que vienen a liberarnos de las ataduras que tenemos ya en el ADN. Eso y más nos coloca en el más oscuro de los calabozos esclavistas.
La astucia de quien hoy tiene el poder es tal, que nosotros mismos luchamos por seguir siendo dependientes. ¿Será que tenemos temor de la independencia y nos pasma la idea de la responsabilidad que conlleva ser autónomos?