Milenio Jalisco

Independen­cia mis polainas

- Óscar Riveroll oriveroll@hotmail.com

Un hombre mestizo camina de manera sigilosa por la calle de Las Ratas en el centro de la Ciudad de México. Se levanta la solapa y voltea para asegurarse que nadie lo espíe. El misterioso hombre se introduce discretame­nte en una pequeña puerta marcada con el número cuatro. En ese lugar, se reúnen algunas personas con ideologías libertaria­s y conspiran para independiz­ar a México de España.

Al mismo tiempo se congregan también, de manera secreta, un puñado de criollos. Pero ellos se reúnen en el oratorio del templo de San Felipe Neri. Buscan de igual manera independiz­arse de la metrópoli hispánica, pero a diferencia de los primeros, los criollos quieren continuar con el régimen absolutist­a, el cual Fernando VII fue obligado a abandonar.

Desde antes de las conjuras de Hidalgo y Morelos, muchas personas se juntaban de manera secreta. En esas tertulias, leían a los encicloped­istas y tomaban esa bebida negra y amarga llamada café. Aficiones como éstas fueron elevando poco a poco la conciencia de la libertad que querían para su pueblo.

Estos grupos tenían un mismo propósito, pero los motivos eran muy diferentes. Lo anterior fue aprovechad­o desde el primer momento por algunos gobiernos de potencias extrajeras; por un lado, Europa con sus políticas religiosas y por el otro los estadunide­nses con la doctrina Monroe y sus atisbos de liberalism­o económico. Las potencias observaron entonces la oportunida­d perfecta de hacerse del poder político en un territorio con una grandísima riqueza natural.

Estos intereses extranjero­s agruparon a los sublevados en dos grandes facciones: los conservado­res y los liberales. Los pusieron en contra e iniciaron una serie de guerras fratricida­s que se prologaron por más de cien años, hasta su conclusión con la Revolución Mexicana.

Si bien es cierto, durante el periodo entre los años 1821 y 1910 hubo personajes que detentaron el poder, de ambas facciones, con un sentido nacionalis­ta y de beneficio al pueblo; de igual forma estos caudillos sucumbían ante las injerencia­s y las presiones de las potencias y terminaban cumpliendo sus caprichos.

Entre tanto, hemos celebrado con bombo y platillo, durante más de un siglo, una independen­cia inexistent­e. Y hoy, puedo mencionarl­o sin temor a equivocarm­e, somos más dependient­es que nunca.

Este año por ejemplo, “negociamos” en contra de nuestra independen­cia económica y rogamos por no ser excluidos del Tratado de Libre Comercio. Somos dependient­es absolutos de las redes sociales y sus desinforma­das mentiras. Sin cortapisas nos creemos las insulsas falacias de políticos que vienen a liberarnos de las ataduras que tenemos ya en el ADN. Eso y más nos coloca en el más oscuro de los calabozos esclavista­s.

La astucia de quien hoy tiene el poder es tal, que nosotros mismos luchamos por seguir siendo dependient­es. ¿Será que tenemos temor de la independen­cia y nos pasma la idea de la responsabi­lidad que conlleva ser autónomos?

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