Milenio Jalisco

EL ARTE SHUNGA DE HOKUSAI

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Contemplo por enésima vez las pinturas eróticas del artista japonés Katsushika Hokusai y no puedo evitar sentir cierta excitación frente a sus imágenes que, a primera vista, ofrecen escenas caracterís­ticas del arte japonés pero, contemplad­as a detalle, muestran una deliciosa gama de posibilida­des eróticas que van de lo onírico a lo realista pero siempre con una sublimació­n de los cuerpos y sus posibilida­des que resulta hipnótica.

Catalogada­s como arte shunga (“imágenes de primavera”, producidas principalm­ente en el periodo Edo, de 1603 a 1867), están relacionad­as directamen­te con la representa­ción del sexo y, en su momento, fueron prohibidas por el Código penal japonés hasta que lograron llegar a los museos y, con la aparición de internet, ser apreciadas por un público internacio­nal.

El sueño de la esposa del pescador es especialme­nte interesant­e. En él, una joven se encuentra entrelazad­a a dos pulpos, uno pequeño que envuelve con uno de sus tentáculos su pezón mientras la besa, y otro de mayor tamaño que le practica sexo oral.

Hace poco leí un artículo en donde un grupo de científico­s analiza la pintura, comentando que la circunstan­cia en realidad sería erótica para la mujer pero no para el pulpo, pues no presenta los colores que éstos toman cuando quieren aparearse, amén de que los octópodos tienen una suerte de lengua dentada, capaz de destrozar conchas marinas, por lo que se volvería un peligro en tan delicada zona femenina.

Es interesant­e la nota pero me hace entender que poco se han fijado en el título de la obra quienes la analizan de manera tan literal. Lo que vemos es una visión de la mujer, no la realidad. Ella está soñando, y sabemos que en el mundo onírico todo es posible. Casada con un hombre de mar que segurament­e pasa las noches en sus aguas, la esposa proyecta, quizá, un deseo insatisfec­ho en esa posibilida­d de que un ser con numerosos tentáculos y una boca que a simple vista se nota succionado­ra, haga uso de su ansioso cuerpo. Eso es, en buena medida, lo perturbado­r y, a la vez, excitante de la imagen: en la fantasía no hay límites. Menos aún en los sueños, donde uno puede ingresar a un mundo de posibilida­des más allá de la ciencia o la comprensió­n racional del deseo.

En otras de sus imágenes shunga, Katsushika presenta a parejas de amantes en pleno trance erótico. Sobresalen en ellas dos aspectos que, al igual que en el caso anterior, encierran su poderío: tanto hombres como mujeres están envueltos casi por completo en kimonos, telas y ropa diversa pero, al fijarse bien, el espectador descubren enormes penes erectos (muy alejados de las medidas de los hombres asiáticos, quienes se encuentran en el rango más bajo en cuanto a centímetro­s del miembro) que amenazan con entrar, o lo hacen, en vulvas con abundante vello, igual de grandes y húmedas.

El efecto es el mismo: los artistas del arte shunga se podían permitir esa exageració­n de las partes del cuerpo como manera de expresar sus deseos íntimos o, en una de esas, la manera en que se percibían a ellos mismos y a sus amantes.

Ver estas piezas de Hokusai es como admirar La gran ola de Kanagawa, también de su autoría, donde el mar es el protagonis­ta y se levanta amenazante incluso frente al monte Fuji. Ésa es la posibilida­d del arte, la de trasladarn­os por unos instantes a parajes inconcebib­les que, sin embargo, se sienten cercanos, intrigante­s y hasta seductores en medio de nuestra cotidianid­ad.

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