De cara a lo trágico
Me resisto a quedarnos en la tragedia y en el reclamo; está en nuestras manos como individuos y ciudadanos —no del gobierno ni de la política— dar un curso positivo y hacer del acontecimiento un punto de quiebre para mejorar en todos los sentidos
Las experiencias extremas vestidas de tragedia exponen las fortalezas y debilidades de las personas y de las sociedades. Son vivencias existenciales, en el sentido de que llevan a la inevitable conclusión sobre lo precario de la vida. Son pruebas y también oportunidad; está en cada quien optar si se quiere una u otra cosa. La suma de sentimientos conforma una actitud colectiva, y solo las sociedades fuertes son las que pueden transitar a un cambio para bien, superar la adversidad y encarar constructivamente su secuela inmediata.
Los desastres naturales hacen aflorar el alma de un pueblo; es el sedimento inconsciente de gloria y tragedia. Una extraordinaria coincidencia que en una misma fecha se hayan presentado dos sismos de magnitudes históricas, pero con una diferencia de 32 años. No menos sorprendente también es el hecho de que apenas dos horas antes la ciudad realizó un simulacro para prepararse por lo que ahora supone el imaginario colectivo, acontece cada tres décadas.
Nos atañe aprender de lo que acontece y definir el curso que debamos dar a este tipo de experiencias colectivas. Me resisto a quedarnos en la tragedia y en el reclamo; está en nuestras manos como individuos y ciudadanos —no del gobierno ni de la política— dar un curso positivo y hacer del acontecimiento un punto de quiebre para mejorar en todos los sentidos.
En los últimos años, con o sin razón, los mexicanos nos hemos hundido en el pozo de la indignación y el descontento; tiene causas válidas y también algo de imaginario. Poco bueno se puede alcanzar con un espíritu colectivo diezmado por el enojo y la desconfianza. Para mejorar, es preciso romper con ello; la tragedia nos ha servido, una vez más, para el reencuentro con nuestro potencial y con los grandes valores de la sociedad. Estará en nosotros hacer de esto el impulso a un nuevo momento que tenga como punto de partida la confianza en nosotros y en nuestro destino.
Sin duda, se aprendió de los acontecimientos de hace 32 años. Más que todos, el gobierno nacional. En aquel entonces, un mal aplicado sentido de prudencia llevó a la pasividad de quien encabezaba no solo a las instituciones y a la autoridad, sino al país. Ante la tragedia la sociedad demandaba y esperaba la energía y el aliento de su Presidente. La mesura fue interpretada como omisión y con ello fue duramente castigado en la opinión pública. De ese entonces a la fecha, el partido gobernante de esos años ha sido relegado en las preferencias al momento de elegir autoridad en Ciudad de México. Los ciudadanos no olvidan.
Como en aquel entonces, la respuesta de la sociedad ante la nueva tragedia ha sido ejemplar. Los medios de comunicación también han aprendido y, desde luego, el conjunto de autoridades, ahora de distintos partidos, ha entendido la necesidad de trabajar de manera coordinada. Lo destacable es que no hubo parálisis y que se ha sabido unir voluntades en estos difíciles momentos. La información ha sido oportuna aunque la incertidumbre siempre ha estado presente. Temas anecdóticos deben dejarse de lado frente al poderoso mensaje de solidaridad enviado por la sociedad: México se reencuentra consigo y la esperanza ahora no tiene dueños únicos, es de todos.
Las redes sociales fueron y son un potente instrumento de comunicación para millones de personas; en los minutos que siguieron a la tragedia, en ciertas zonas de la ciudad la red telefónica se congestionó, no así internet, y la comunicación instantánea que se hace a través de aplicaciones como Twitter o WhatsApp fue la que hizo posible difundir y socializar la magnitud del reto. Fue el motor que movilizó a miles, sobre todo a los jóvenes, a pasar a la acción y lo que los lanzó a las calles para ayudar.
Una vez que termine la etapa de emergencia se requiere una evaluación rigurosa sobre los inmuebles siniestrados, especialmente aquellos con elevada ocupación y de construcción posterior a 1985. Hay una normatividad estricta en materia de construcción como secuela al terremoto de 1985. Es un acto criminal la construcción de edificios como escuelas, oficinas públicas o fábricas fuera de las reglas que garantizan seguridad a sus moradores. Es recomendable la aplicación de sanciones ejemplares.
También es necesario abrir espacio a la capacitación de personas que puedan asistir con eficacia en ocasión de desastres naturales. Es motivo de orgullo el despliegue de miles de voluntarios al momento de la tragedia, pero es importante que esta energía social se acompañe de conocimiento y destreza para que puedan actuar con eficacia. También es importante contar con el inventario de empresas y organizaciones que tienen capacidad de respuesta inmediata, como fue el caso de las empresas mineras Peñoles y Fresnillo con un valioso despliegue en las horas de emergencia.
Una iniciativa más es la de concitar un proyecto regional de asistencia y ayuda para este tipo de contingencias. Los países han sido generosos con México, como también el nuestro lo ha sido en experiencias análogas. Es muy costoso contar con unos recursos humanos y materiales de excelencia y calidad suficientes. Una perspectiva regional puede contribuir para tener una respuesta eficaz, oportuna y que pueda representar la asistencia y el rescate de personas en riesgo.
El sismo de 1985 impulsó un cambio importante no solo en la ciudad, también en el país, y es referencia en el tránsito a la democracia. El de 2017 estuvo precedido por un ánimo social negativo a gobernantes e instituciones y cargado de desconfianza y pesimismo en el futuro.
Hoy puede anticiparse que uno de los logros del temblor que vivimos es que la sociedad ha encontrado canales para impulsar los cambios y vencer las resistencias que nos impiden vivir en un México realmente democrático y de mayores oportunidades para todos. Un mejor país que surja de entre los escombros y en medio de la concordia, de la confianza en nosotros mismos, en nuestro renovado sentido de pertenencia a la gran Nación que sí somos y teniendo como objetivo la convicción de un mejor mañana.
Poco bueno se puede alcanzar con un espíritu colectivo diezmado por el enojo y la desconfianza