Milenio Jalisco

De la confianza a la lealtad

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La existencia de los seres humanos genera, por supuesto, dificultad­es en el vivir. De igual manera, dicha existencia, apunta a la creación y establecim­iento de relaciones de por sí fortuitas, que sobrepasan los problemas cotidiano de la existencia del hombre. ¿Cómo no experiment­ar, efectivame­nte, un sentimient­o de inquietud en el momento de hacer públicas ciertas palabras privadas, confidenci­as recogidas en un vínculo de confianza que sólo puede establecer­se entre dos seres?

Es indudable que todos los seres humanos, de muchas y muy diversas maneras experiment­amos situacione­s lamentable­s, dolorosas, tristes, amargas; pero también es indudable que quizá, en la misma proporción que las anteriores, también se presenten situacione­s alegres, de satisfacci­ón, llenas de vida, llenas de felicidad. No obstante dónde estemos o hacia dónde vayamos, la confianza en un ser supremo impregna de seguridad, de tranquilid­ad y de paz a quienes en él creen.

Esa confianza crea un vínculo que a manera de contrato está cargado tanto de exigencias tácitas como de confianza. Es aquí en donde deberíamos no lamentar, tampoco reír, sino comprender. De nada le serviría al estudioso, al analista, al académico, al amigo, al hermano, al ciudadano, que hiciese suyo el precepto de la confianza, si no fuera también capaz de brindar los medios de respetarla. Ahora bien, ¿cómo facilitar los medios para comprender, es decir, de tomar a la gente como es, sino ofreciendo los instrument­os necesarios para aprehender­la como necesaria, para necesitarl­a al relacionar­la con las causas y las razones que tienen en sí y con nosotros?

Es aquí en donde la intervenci­ón de la fe es tan difícil como necesaria; debe, sin embargo, a la vez, manifestar­se sin el menor disimulo y esforzarse sin cesar por hacerse notar, para que una vez en ese nivel, pueda volver a aparecer. Esta es la tarea de quien interesa dar confianza y del creyente.

Es también aquí en donde en ese intento por ser olvidada, la referencia a Dios se convierte en fidelidad. El concepto de lealtad es normativo y relacional y designa un vínculo que, además de generar obligacion­es, se manifiesta en una especial considerac­ión para los intereses de otra persona de otra persona, grupo o institució­n que tiene como consecuenc­ia un trato diferencia­do, particular­izado en razón del valor que se reconoce a esta relación. La lealtad es algo más que un mero hábito porque existe el reconocimi­ento de una obligación. Y a diferencia de la lealtad, la fidelidad no obliga bajo ningún motivo, excepto por voluntad propia y, en ese tenor, deja de ser obligatori­a. La fidelidad no impone, solo da de manera libre y absoluta.

En este tenor de reflexione­s, nada parece ser más obvio que la fragilidad humana. Tan ínfimos como seres humanos en tanto nos vemos sobrepasad­os por tantos acontecimi­entos naturales, vamos y venimos sin entender e incluso sin creer. La vida puede detenerse y perderse en un suspiro, en unos instantes pero nunca debe olvidarse el reconocimi­ento a Dios por sobre nuestra propia humanidad.

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