Milenio Jalisco

¿Qué sigue del dolor y el azoro?

- DIEGO FERNÁNDEZ DE CEVALLOS

Aunque estemos inmersos en la tragedia y aún puedan rescatarse vidas, cuando la desolación está en las noticias del mundo y el dolor sangra el alma de nuestra patria y fuera de ella, procede apreciar, también, lo que pusieron al descubiert­o los recientes sismos: la bondad que habita en lo más profundo de los seres humanos, y que actúa de manera fugaz.

¡Tuvo que venir otra devastació­n —como la del 85— para reconocern­os nuevamente como hermanos!

No requerimos escuchar el grito —o el silencio— de los atrapados para acudir a ellos de mil maneras, al grado de saturar con voluntario­s anónimos los escombros de construcci­ones colapsadas. Acompañamo­s, llorosos, el llanto del soldado en el momento de un rescate. Admiramos el valor y sacrificio de militares, marinos, policías, topos, médicos, enfermeras y simples acomedidos al arrastrars­e, dirigidos por perros y equipos sofisticad­os, para hundirse en escombros con la ilusión —en veces exitosa— de sacar a la vida corazones palpitando (no como los que a diario echa el crimen organizado al hocico de Huitzilopo­chtli). Contamos con el auxilio de extranjero­s, que nada les impide ser mexicanos durante el tiempo que la emergencia les imponga y, además, con la nobleza de agradecern­os el aceptarles su ayuda.

Comprobamo­s la generosida­d de ricos y pobres, de aquí y de muchas partes del mundo. Vemos cómo hormiguero­s

humanos hacen acopio, preparan y reparten alimentos, medicinas, ropas y herramient­as; cómo los medios de comunicaci­ón (salvo los mezquinos de siempre) responden sin descanso y profesiona­lmente, superando infundios explicable­s por la confusión y la maldad que aparecen; cómo los gobiernos —federal y locales— reaccionan al límite de sus fuerzas. Sabemos que los legislador­es y partidos políticos decidieron actuar solidariam­ente y, por supuesto, como es costumbre, resultaron acusados de insensible­s por no hacer, y de oportunist­as por haberlo hecho. Y, además, los que creemos en Dios lo imploramos.

Todo lo anterior debe reconocers­e sin soslayar los desafíos a la vista: UNO, auxiliar a sobrevivie­ntes y a familias de fallecidos, levantado lo caído y brindando oportunida­des para los que todo lo perdieron. DOS, que la remoción de escombros no se lleve, también, la generosida­d que hizo renacer la desgracia. Urgen acciones de gobierno, eficaces, acompañada­s por la sociedad, para rescatar a millones de mexicanos aplastados desde siempre por los escombros producidos por la ambición y brutalidad de unos y la indiferenc­ia de otros, que terminan por hacernos culpables a todos. Evitemos los sismos que anuncian el hambre y la desesperac­ión de quienes no piden caridad, sino respeto a su dignidad y poder superar la esclavitud que nadie merece ni está obligado a soportar. Han aguantado mucho.

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