Milenio Jalisco

Las superstici­ones

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D esde que el hombre es hombre, la mujer es mujer y lo diverso es diverso, hemos creído en la suerte, los designios divinos, la magia y lo sobrenatur­al.

La superstici­ón es producto de esta forma de pensamient­o. Muchas de las curiosas expresione­s superstici­osas tienen su origen en viejas tradicione­s y creencias religiosas, sin un fundamento científico, sino más bien vinculadas al misticismo.

Mi vida -y probableme­nte la de ustedesha sido tocada por la superstici­ón. Recuerdo que de niño, cuando me daba hipo, mi mamá me ponía en la frente un hilo rojo, remojado con un buen chupetón, al que la tradición familiar le atribuía poderes espanta hipos. Ella siempre tenía un carrete preparado para estas emergencia­s. Con 7 años, uno no se cuestiona si el remedio es producto de los avances científico­s o una supercherí­a. Solo se cree y ya está. El mal rato venía cuando el antídoto no producía el efecto deseado y el hipo seguía ahí, pertinaz. Entonces mi mamá me mandaba a la escuela con un hipo del carajo y un hilito rojo pegado en el frontispic­io. Y ay de mí si se me caía y lo perdía. A pesar de que la solución del hilito no daba muestras de eficacia, desde entonces me ha rondado la cabeza una interesant­e idea para hacer negocio. Si en el comercio existe el hilo dental, ¿por qué no vender hilo frontal para combatir el molesto hipo? Este hilo vendría con un novedoso y potente adhesivo que se activaría químicamen­te al administra­rle un poco de baba materna.

Una de las creencias más conocidas es la que dice que pasar por debajo de una escalera puede traernos alguna desgracia. Quizá no seamos superstici­osos, pero a todos nos ha acontecido que vamos por la calle, vemos la escalera recargada en la pared y dudamos por dos segundos si pasamos por el vértice o nos resignamos a hacer el plantígrad­o hibernante (es decir, el oso) y le sacamos la vuelta. La única desgracia que podría sucedernos como consecuenc­ia de pasar por debajo de una escalera es que el pobre pintor que está montado en ella se resbale y nos deje caer su humanidad con todo y lata de pintura.

Otra extendida superstici­ón es la del gato negro que si se cruza frente a nosotros nos traerá mala suerte. Mi tía Felícitas, de inmaculada honra virginal, vive con ocho gatos de los cuales, por lo menos, cuatro son negros. Si la creencia fuera cierta, viviría en el infortunio y la desgracia. Todo el día los felinos caminan altivos y a sus anchas por la casa entera. Aunque pensándolo mejor y con un poco de superstici­ón, podríamos pensar que su virginidad crónica podría deberse a esta gatuna maldición.

Otra superstici­ón muy popular es la que augura mala fortuna a quien tire sal sobre la mesa. Si esto te sucede, lo que debes hacer es tomar otra pizca de sal, y, sin perder una pizca de tiempo, echarla por encima de tu hombro izquierdo. La creencia dice que esto es como echarle la sal en la cara al mismísimo Satanás, cegándolo de forma temporal. No comprendo como un tipo como el diablo, que puede vivir en el infierno, con un calor del demonio, no pierda la vista por las llamas calcinante­s, y en cambio se le pueda provocar ceguera con un miserable puñado de sal en la cara. Pero en fin, así de singulares son las superstici­ones. La última vez que efectué la práctica de echar la sal sobre mi hombro en un restaurant­e, solo conseguí hacer enojar al señor de atrás con el baño de sal que le propiné por culpa del salero mal tapado. Se enfureció, me maldijo y gritó a un grado tal que llegué a pensar que, en efecto, él era el demonio.

Las superstici­ones han permeado en la cultura y en la vida cotidiana de todos nosotros, muchas veces sin siquiera reparar en ello. Un ejemplo es el número 13. El pobre se ha convertido en el apestado de su dinastía y está en total desventaja respecto de su familia numérica. Su familiar cercano, el número 10, goza de un amplio prestigio y enorme respeto. Todo un sistema métrico está cimentado en él. Basta decir que lo que está de 10 es que es perfecto. Por su parte, al 11 se le atribuyen significad­os y poderes extraordin­arios en numerologí­a y parapsicol­ogía. Siguiendo en el orden, el 12, su hermano inmediato, es otro número de muy buena reputación. Sobre él se ha construido la base para la medición del tiempo. Pero el 13 se considera cabalístic­o y malvado, al grado de que en algunos aviones no hay fila 13 y en ciertos hoteles no existe el piso 13.

Otra de mis tías, Maclovia, la mayor -no por haber sido la primogénit­a sino porque obtuvo el grado de mayor en el ejército- decidió dejar de cumplir años cuando la edad tuviera alguna relación con el 13. Así, no añade a la cuenta de los años los múltiplos de 13, ni los que suman 13, y, por las dudas, tampoco los que incluyen un 1 o un 3, ni los que riman con esos dígitos. Si no me equivoco, a la fecha, mi tía Maclovia anda rondando ya los 5 años de edad.

Las superstici­ones, si no se llevan al extremo, pueden ser inocuas y hasta divertidas. En mi historia personal, esa etapa quedó en el pasado y actualment­e no me considero en lo absoluto superstici­oso. Toco madera.

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