Milenio Jalisco

Aseguran un camión con blindado artesanal

- Redacción/León

Una nube de polvo borró de pronto la estampa de esa destrucció­n, como si la vida tuviera dudas de esa decisión de muerte.

El Parque España se convirtió desde el martes del sismo en un gran centro de acopio. Encuentro a Jorge en el monumento a Cárdenas y caminamos al campamento acordonado del edificio donde aún se realizan trabajos de rescate. Conocí a González en una mesa de amigos de Guillermo Fadanelli. Pasamos las líneas de vigilancia y entramos a El Imperial, convertido en albergue. Ofrecen líquidos en la barra en la cual miles han bebido hasta el desmayo etílico; los baños en los que ha retumbado la música lo ocupan ahora rescatista­s civiles y militares. En el primer piso duerme la tropa, descansan cuatro horas al día; abajo duermen los civiles. La oscuridad le da un toque macabro a la escena de fatigas y desánimos. Ahorran la energía de la planta del lugar que encienden en la noche para iluminar ese pedazo urbano de emergencia­s.

Guillermo es el hermano de uno de los familiares del edificio que ha devorado a una hija y una sobrina. La familia ha tomado un lugar en una casa de campaña a las afueras de El Imperial. No duermen bajo techo, a la intemperie pueden seguir los trabajos en los derribos, si se trata de un ser querido, nunca se apaga la esperanza de un soplo de vida.

Nadie domina al azar. A las 12 y media del martes 19, una mujer sale del edificio de Álvaro Obregón, un asunto cualquiera la lleva fuera de ese perímetro de la muerte. El sismo la sorprende afuera. Al darse cuenta de la catástrofe, buscó a su hermano Guillermo: su hija y su sobrina quedaron dentro del derrumbe de esa esquina derruida. Se vuelve loca de desesperac­ión. Desde ese momento no se han movido de las afueras de El Imperial. Las familias de los 40 desapareci­dos soportan el paso del tiempo y el dolor, la lluvia, el polvo, el ruido enloqueced­or de las máquinas que taladran los escombros.

El campamento es una pequeña ciudad de leyes dictadas por la emergencia. Las carpas ordenan la desgracia: un puesto de comida, otro de ropa usada, un extraño paradero para masajes, una tienda de cascos y chalecos. Los rescatista­s israelitas marcan con tinta en un mapa líneas y flechas; los españoles diseñan una forma de acometer la montaña de la destrucció­n; el Ejército patrulla las breves avenidas del campamento y acordona las inmediacio­nes de los derribos; los civiles van y vienen, psicólogos y psicólogas, rescatista­s que han cargado cubetas de piedras sin parar. Dentro del Imperial, la oscuridad protege a quien reposa después de la batalla. ¿Quién derrotará al dragón de piedra?

Guillermo: le sugerí a mi hermana una autopsia para su hija. Si murió el martes o el miércoles, qué tristeza más cabrona. Si murió el sábado, quiere decir que las autoridade­s de rescate decidieron mal y tarde. Lo primero que pidieron los rescatista­s de Israel fue la enorme grúa que levanta placas gigantes de cemento. Debajo de cada losa se abre una esperanza.

Camino entre las breves avenidas del campamento de rescate. La entereza de los familiares atrapados me conmueve en el sentido más amplio y cierto del verbo conmover, esa trasmisión de emociones sin freno. Nadie olvida que a unos metros hay 40 cuerpos atrapados en los escombros. En cada carpa hay un compás de espera.

Guillermo: calculamos que en el edificio trabajaban 250 personas. En el cuarto piso, despacho de contadores, 40 o 50 personas. Algunas salieron antes del derrumbe; otras fueron rescatadas. Nos faltan las nuestras. Le pedimos a las autoridade­s identifica­r los cuerpos cuando salieran y no en una morgue, pero no nos cumplen. Vamos a exigirles que cumplan.

Pasé mil veces frente a este montón de cascajo sin ponerle atención. Me desespera no acordarme, pero así es la ciudad, un recuerdo vago de nosotros mismos. En mi memoria está la Sala Chopin, la esquina de Huichapan y Álvaro Obregón, el Sumesa de avenida Oaxaca, pero este edificio era como un fantasma en su esquina desconocid­a. ¿Desde la esquina del Parque España con su fuente a la que Pacheco le hizo un poema inolvidabl­e, podía verse esa mole de cemento?

Camino hacia la salida del campamento rumbo al Parque España, recuerdo estas líneas de Pacheco mientras veo a los lejos la fuente: “El surtidor se vuelve una columna del aire / pero la tierra llama, y el agua / vuelve a su semejanza”. Y luego esto. “Babel erguida en su imposible cohesión / de nuevo torre /que a su gran pesadumbre se rinde”.

Avanzo con el corazón revuelto por la desgracia. Pienso en Guillermo y su fuerza, en la casa de campaña, en una madre viuda de su hija. Una frase de Racine que aprendí en la universida­d viene por mí, me alcanza: en la tragedia solo conmueve lo verosímil. El destino castiga a ciegas. Me urge un vodka.

Elementos de la Policía Federal lograron el aseguramie­nto de 15 camiones con reporte de robo, entre los que destaca un camión de volteo con blindaje artesanal.

La unidad tiene planchas de metal en el cofre, para cubrir el motor y, además, tiene otras planchas que cubren las llantas traseras. La defensa tiene instalada una burrera tubular reforzada.

Este aseguramie­nto se derivó luego de atender la solicitud de apoyo para localizar un tractocami­ón articulado que fue robado en el camino estatal Celaya-San Miguel de Allende, zona en la que se ubicaron los 15 vehículos con reporte de robo. La Policía Federal ubicó un predio rural conocido como Rancho el Puertecito, ubicado en el camino viejo a Landín, en el municipio de Comonfort. Entre los vehículos incautados se encontró un camión marca Famsa, con placas de circulació­n de Guanajuato y que contaba con blindaje artesanal.m

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