Milenio Jalisco

El sismo que viene/ IV (nosotros)

- CARLOS PUIG Twitter: @puigcarlos

Pasan los días y la nueva normalidad se va acomodando entre nosotros.

En Oaxaca y Chiapas, donde la situación ya era preocupant­e antes de los sismos, hoy es de desesperan­za.

Vivo en un país en que el gobierno pide a los ciudadanos que donen lonas y lápices de colores, no bromeo, y los habitantes de Juchitán tienen que hacer horas de colas para tener una, y protegerse de la lluvia mientras duermen en la calle. Otros, también mexicanos, se convocan en la colonia Condesa para darse abrazos, y en las redes sociales, que dominan, los jóvenes urbanos mexicanos se siguen celebrando porque dicen que ellos hicieron que la solidarida­d fuera posible. “Millennial­s Moviendo a México (MMM)”, se lee en una foto que circula en Instagram.

Semana y media después del sismo, la emergencia se va convirtien­do en crisis, y todo ese enorme espíritu mexicano que autocelebr­amos con las mismas ganas que ayudamos, esa solidarida­d que pensamos, creo que sin razón, única en el mundo, comienza a asomar algunas grietas.

El entusiasmo nunca llegó a Lomas Estrella, a unos kilómetros de la colonia Roma; se alivianaro­n las broncas de Graco porque pocos volvieron a Morelos, en comunidade­s más pequeñas no llegaron ni gobiernos ni muchos voluntario­s; de Xochimilco nos olvidamos todos un par de días y ahora la gente no tiene nada, y qué decir de Oaxaca o Chiapas y algunas zonas de Guerrero y Puebla o la frontera del Estado de México y Morelos, donde el desastre natural se unió al desastre social.

Lo viví en 1985 y lo he visto estos días: la inmensa energía y voluntad de los ciudadanos, pero también la natural ineficienc­ia de la organizaci­ón espontánea.

Creo, como lo dice Héctor Aguilar Camín, que el sismo que viene no tiene que ser una fatalidad. Y por eso he escrito esta semana de nuevos esquemas financiero­s para la protección, de nuevos esquemas de supervisió­n en la construcci­ón, de utilizar todo el conocimien­to científico disponible en actualizac­ión de leyes, normas, reglamento­s y políticas públicas para zonas de riesgo…

Y, por qué no, pensar en la construcci­ón de organizaci­ones de voluntario­s para que estén mejor preparados, que tengan protocolos, entrenamie­nto, planes y roles específico­s para cada uno, para cada necesidad, coordinado­s a la hora de la emergencia. Existen en otros países.

Es un compromiso serio y a largo plazo, que tiene lugar para los espontáneo­s y los organiza mejor.

Con las víctimas, siempre, las víctimas, en el centro.

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