Facilitan retorno de jóvenes repatriados
e voy a permitir compartir aquí un fragmento de una charla que se me ha pedido, sobre la universidad latinoamericana, dirigida a un grupo de estudiantes de doctorado en educación superior procedente de Colombia:
Esta es una oportunidad para hacer un alto en el camino: suspender el afán que nos sumerge --a veces ahogándonos-- en los asuntos cotidianos de la administración universitaria, y tratar de pensar en dónde estamos y hacia dónde nos dirigimos como universidad; mejor dicho, cavilar hacia dónde nos dirige la dinámica histórica que nos arrastra y, a pesar de las inercias, visualizar hacia dónde deberíamos ir, o hacia dónde quisiéramos ir. O lo más difícil: contestar la pregunta de cómo llegar a donde queremos ir considerando las dificultades y posibilidades que nos presenta la situación contemporánea de la universidad.
Cuando tratamos de pensar sobre nuestra institución y su circunstancia, ponemos a prueba nuestro conocimiento y nuestra imaginación, los valores que orientan nuestras decisiones y el compromiso que tenemos para con las responsabilidades que nos imponen la realidad y la época, la visión que nos permite forjar nuestras posibilidades. Ponemos a prueba, a final de cuentas, nuestra disposición para la acción; nuestra capacidad para hacer que la universidad incida en la cultura y en la vida social, y para que contribuya a la creación y recreación de la civilización. Por eso, pensar resulta no sólo difícil, sino también comprometedor.
¿Dónde está la universidad latinoamericana hoy en día?
Desde hace algunas décadas, nuestras universidades reciben la influencia de fuerzas económicas, políticas y culturales que las conducen por una senda determinada de modernización institucional, y al mismo tiempo las someten a una cantidad de exigencias y tensiones --muchas veces contradictorias-- que resultan difíciles de manejar.
Por una parte, las universidades viven procesos de burocratización y racionalización que las están convirtiendo en entidades complejas: compuestas de muchas estructuras internas, con mecanismos de gobernanza más exigentes, y con procesos de gestión interior que demandan mayores capacidades de coordinación con los actores de la vida universitaria y también hacia afuera de ella.
Las universidades están cada vez más tecnologizadas en sus maneras de gestionarse, educar e investigar; crecientemente buscan ofrecer opciones profesionales que respondan a los nuevos mercados de trabajo, y también establecer relaciones más estrechas con las empresas mediante la transferencia de conocimientos pertinentes para las necesidades de la producción.
Además, procuran internacionalizarse y adaptarse mejor a las necesidades de estudiantes que habitan un mundo globalizado y con formas de circulación de información más accesibles, lo que exige que el conocimiento que obtengan de la universidad deba distinguirse y tener mayor valor del que obtienen fuera de ella.
Estos procesos pueden ser más reales o más ideales, dependiendo de cada caso, pero constituyen el imaginario en el que nos movemos, son, para bien o para mal, el contexto de nuestro discurso institucional. Estamos lejos de la época en que las universidades públicas se miraban a sí mismas como espacios casi exclusivamente de contestación y lucha política, o de liberación social incluso. Durante un tiempo, por ejemplo, la Universidad de Guadalajara se asumía de manera oficial como una universidad socialista.
Pero pasaron los años y hoy estamos en otro momento histórico, lo que no significa que las tensiones sociales que dieron origen a esa autoimagen institucional hayan quedado resueltas, ni mucho menos. Tal vez lo que pasa es que se impuso en el mundo un paradigma de pensamiento político muy distinto y que se asume como capaz de resolver los problemas que la perspectiva socialista o socialdemócrata, o keynesiana, no fue capaz de resolver. Yo muchas veces digo que lo que vivimos ahora es un avasallamiento del discurso empresarial; que el lenguaje de las competencias, de la planeación estratégica, de la calidad y la mejora continua, etcétera, derrotó al lenguaje de las ciencias sociales, centrado más en la acción política, en la solidaridad social, en la crítica y la emancipación, en las promesas del saber científico considerado como un conocimiento que posee un potencial para ayudar a liberar a los seres humanos de sus condicionamientos...
Todo eso quedó atrás y las universidades matizaron ostensiblemente su discurso y sus metas políticas; comenzaron una transformación que tuvo muchas cosas positivas, aunque también, como es natural, se trata de algo que ha tenido aspectos negativos, insuficiencias, contradicciones e incoherencias. Por lo menos, se puede afirmar que dicha transformación no ha sido capaz de resolver muchos problemas que siguen pendientes y que también ha creado complicaciones de nuevo tipo.
Pero volvamos a la descripción de la situación presente. Las universidades públicas mexicanas, como la de Guadalajara, se han enfocado en lograr lo que he mencionado arriba, al tiempo que han ampliado de manera espectacular su matrícula y se han sometido a mecanismos de gestión administrativa cada vez más complejos, lo que incluye la aplicación de procedimientos de evaluación, control de calidad, acreditación, certificación, participación en los rankings internacionales, fiscalización de recursos y aplicación de todo tipo de estrategias encaminadas a mejorar el funcionamiento interno y la pertinencia externa.
No podría ser de otra manera, en la medida en que las universidades están insertas en una sociedad nacional y mundial que atraviesa por muchos cambios, entre ellos lo que he señalado como el auge triunfal del discurso empresarial. ¿Pero cómo podríamos entender estos cambios? A partir de las implicaciones del desarrollo de las tecnologías de la información, la liberalización económica y la existencia de un capitalismo desbocado que somete a los gobiernos, las empresas, los empleados y los consumidores a una presión tremenda y a una necesidad de adaptación constante e interminable. Se ha impuesto la necesidad de la innovación en la producción y en los servicios, la flexibilización laboral y la constante aplicación de conocimientos a la vida económica...
Podríamos afirmar que la transformación que ha vivido la universidad en las últimas décadas ha consistido en una suerte de adaptación, necesaria y comprensible pero relativamente acrítica, a la lógica del mercado. Y que ese proceso ha llegado ahora a un momento que obliga a la universidad a revisarlo, si no quiere correr el riesgo de desfigurarse, la posibilidad de traicionar el legado histórico que le corresponde y que le da gran parte de su sentido.
Se trata de un análisis que también debe implicar la reflexión sobre las políticas del estado mexicano en materia educativa.
La Universidad de Guadalajara (UdeG) unió fuerzas con el Instituto Nacional de Migración (INM) para ofrecer apoyo a los jóvenes migrantes que han sido repatriados de Estados Unidos. Luego de la cancelación del Programa de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA, por sus siglas en inglés), por parte del gobierno estadunidense, acordaron facilitar el retorno de los jóvenes repatriados.
Ambas instancias acordaron ayudar y disminuir el rezago educativo de estos jóvenes de origen mexicano que sean obligados a salir de Estados Unidos para buscar una opción de estudios, tras la decisión tomada por el presidente Donald Trump.
El rector General de la UdeG, Tonatiuh Bravo Padilla, dijo que el endurecimiento de la política migratoria del actual gobierno estadunidense, “ha puesto en riesgo de ser deportados a más de 600 mil jóvenes mexicanos radicados en el país vecino, que se ha agravado con la eventual cancelación del DACA”.
Actualmente, esta Casa de Estudio ha recibido a 12 estudiantes repatriados que se han incorporado mayormente a alguno de los planteles del Sistema de Educación Media Superior y en licenciatura.
El convenio suscrito incluye también el apoyo a quienes participen en el Programa Emergente de Atención a Estudiantes Repatriados de Estados Unidos de América, diseñado e implementado por la UdeG. El objetivo es que los mexicanos repatriados inicien o continúen sus estudios en los niveles medio superior y superior, con la intención de garantizarles el derecho a la educación y reducir los efectos discriminatorios de su situación de vulnerabilidad.