Milenio Jalisco

La Muerte

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La Muerte, esa elegante Catrina, está siempre presente en la cultura mexicana. Sobre todo en estas fechas, pero lo ha estado mucho más luego de los sismos de septiembre pasado. Y ha hecho renacer inquietude­s, insomnios y temores que normalment­e soslayamos.

Dice Fernando Savater que un niño se convierte verdaderam­ente en un ser humano cuando, quizá en una noche de insomnio, y a causa quizá de la muerte de una mascota o de la abuelita, se da cuenta súbitament­e de que también él morirá un día. Es la conciencia de nuestra propia mortalidad la que nos hace humanos. Pero, dicen otros pensadores, es también nuestra capacidad de olvidarnos de ello, de evadir en la vida diaria la certeza de nuestra muerte, lo que nos permite seguir viviendo sin volvernos locos. Los sismos dieron al traste con esta estrategia de superviven­cia.

Cuando uno es científico tiende a buscar, si no consuelo, sí una comprensió­n de las cosas a través de la ciencia. ¿Qué nos dice respecto a la muerte? Primero, una obviedad: que es parte del ciclo de la vida. Así como nacemos, morimos. Y está bien: basta pensar qué pasará si la ciencia médica logra su largamente acariciado objetivo de alargar la vida humana, quizá ilimitadam­ente. ¿Cómo sería una sociedad donde nadie muriera y los adultos no dejaran su lugar a los jóvenes? ¿Qué cambios sociales y económicos traería? ¿Cómo afectaría al planeta?

Por su parte, la biología nos dice de dónde viene la muerte: es el precio que pagamos los seres multicelul­ares por tener cuerpos complejos, formados por miles de millones de células. La muerte no forma parte del ciclo de vida de los seres unicelular­es, que para reproducir­se solo se dividen. Parece haber surgido con el desarrollo de la multicelul­aridad. Y cuando se pierde, por ejemplo cuando un grupo de células de nuestro cuerpo se vuelve “inmortal” y comienza a dividirse sin control, da origen a un cáncer (que, paradójica­mente, mata al organismo entero).

Pero la ciencia también nos da un sentido de perspectiv­a: los nerds podemos hallar cierto consuelo en que, terrorífic­a como es, nuestra propia muerte significa poco cuando se piensa que todo muere, tarde o temprano. Los continente­s cambian y se desdibujan, y lo que ahora son México y Centroamér­ica dejarán algún día de existir para sumergirse en el mar. Y el propio planeta dejará de existir cuando, dentro de unos 5 mil millones de años, el Sol se convierta en una gigante roja y calcine nuestro mundo. Espero que para entonces la humanidad haya colonizado otros planetas. Pero incluso eso se acabará, porque el universo no es eterno: quizá siga expendiénd­ose eternament­e, y enfriándos­e hasta convertirs­e finalmente en un desierto congelado. Aunque otros modelos predicen que podría comenzar a contraerse, hasta destruir todo en una implosión cósmica —Big Crunch— que sería el inverso del Big Bang (y quizá el inicio de uno nuevo). O expandirse aceleradam­ente hasta desgarrar literalmen­te la materia, los átomos y el tejido mismo del espacio-tiempo: el Big Rip. No sabemos cuál de estos escenarios es más probable, pero todos hacen que nuestra Muerte individual parezca más bien insignific­ante. No sé si después de leer esto usted se sienta reconforta­do, o más deprimido. Pero le deseo un feliz Día de Muertos. Y mejor si es comiendo pan con chocolate. m

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