No más discriminación
Guadalajara la quiero, quizá por lo que fue, por lo que en ella he vivido y hoy trabajo para vuelva a ser. Siempre me ha impresionado, principalmente por mi profesión e inquietudes, la nostalgia de que en un tiempo los tapatíos eran los dueños de su ciudad. Por ello, la verdad no sabemos si debemos estar precisamente contentos por el hecho de que nuestra zona metropolitana haya alcanzado los 5 millones de habitantes cuando vemos claramente cómo, en apenas un par de generaciones, han cambiado tanto las cosas. El multicitado y multicelebrado “Tapatío un Millón”, fue un símbolo de esperanza y de sueños, de la aspiración a convertir a la capital tapatía en una de las principales del planeta, de ubicarnos en el nivel de las “grandes” al menos en Latinoamérica. Aquello sucedió el 8 de junio de 1964 pero, a partir de ese momento, se dio quizá el parteaguas histórico que hoy realmente no nos alegra y sí nos preocupa.
Aún nos relatan, como si fuera un ayer cercano, los años sesentas del “millón”, cuando las fuentes y las flores adornaban la ciudad, la avenida Vallarta tenía doble sentido y un bello camellón con macetones, Las Américas plena de banderas y rosas, mientras la hoy Patria era un riachuelo que venía de Los Colomos y cruzaba la “vieja” carretera a Zapopan, por contraste con la moderna Ávila Camacho. Los tapatíos gozaban su ciudad, había bullicio en el centro, la Calzada y Chapultepec se llamaba Lafayette, Díaz de León era Tolsá-Munguía y en vez de Federalismo había una calle barrial denominada Moro. Nos dicen que en su primer millón era fácil transportarse en camión de un lado a otro, pocos comían fuera de sus casas, el comercio todavía “dormía la siesta” de 2 a 4 y, sobre todo, la seguridad general era la regla y no, como ahora, la excepción.
Sin embargo, en esa década también vino el despertar al crecimiento urbano. El gobernador de entonces, Francisco Medina Ascensio, inició el periférico (una carretera sencilla bordeada de árboles) y sus “radiales” como Mariano Otero, López Mateos y muchas más. También se construyó el estadio Jalisco que suplía al vetusto parque Oro y el área del Agua Azul tenía una vida muy intensa con la Central Camionera (la vieja, claro), el zoológico y una activa estación de trenes donde llegaban y salían media docena de convoyes de pasajeros todos los días. Pero no tardaron en surgir en pocos años también los destrozos. Bajo la picota cayeron la bellísima Escuela de Música de la Universidad, la Plaza de Toros de El Progreso dentro del proyecto de la Plaza Tapatía que es hora todavía no encuentra perfil, igual que numerosas fincas hermosas e inmuebles históricos. Y la dinámica de expansión se disparó finalmente sin control, sin mesura, sin planeación alguna.
Este crecimiento ha sido, desde luego, exponencial. Sabemos que para llegar a su primer millón -que hay que aclarar fue en el municipio de Guadalajara, no en su área que antes no era considerada-, pasaron 400 años. En este término la ciudad del 64 a la fecha no ha crecido sino un 50 por ciento, pero otra cosa diferente es la zona conurbada. Ya desde sesentas y setentas se dio la unión con Zapopan y Tlaquepaque, en los ochentas con Tonalá y al terminar los noventas, la zona metropolitana ya tenía 3.5 millones de moradores, producto de una enorme migración procedente del centro y oeste del país, especialmente de la capital y del Pacífico. Como tal, la ciudad de Guadalajara llegó así a ser rebasada por sus propios municipios aledaños en número de habitantes. Y para el 2005, la suma de otros municipios, como Tlajomulco y El Salto, elevaron la población a más de 4 millones.
La zona de Guadalajara es la decimonovena conurbación de América; la primera es el Valle de México. Lo inquietante es que, según datos de World Urbanization de Naciones Unidas, el área de Guadalajara ha crecido un aterrador 20 por ciento en apenas década y media y México apenas supera ese indicador en 9 por ciento. La ciudad de Guadalajara, la del millón de entonces, en realidad actualmente es menor en número de habitantes a Ecatepec y va pareja con Tijuana, Puebla y una muy cercana Zapopan. La suma es lo que aniquila y, claro, modifica sobre todo el estándar de vida con todas sus consecuencias. De acuerdo al estudio más reciente del IESE (Cities in Motion), que considera ecología, tecnología, transporte, etcétera, Guadalajara es la tercera en bienestar del país, la octava en Latinoamérica y la 116 en el mundo. Y no es ciertamente la más feliz, condición que dicho análisis atribuye a Monterrey e incluso, antes de la nuestra, a la ciudad de México.
Cierto que nos sentimos hasta cierto punto halagados con nuestros 5 millones. Otra vez, como cuando nació Juan José Francisco, “tapatío un millón”, esperamos codearnos entre las grandes metrópolis, aunque, por imprevisión, gobiernos indolentes, fraccionadores voraces, corrupción y todo lo que sabemos, padecemos innumerables deficiencias y problemas interminables. Hoy nos toca a los de hoy, y no es suficiente mejorar en nuestras actividades profesionales ni en ser mejores personas, tenemos la responsabilidad de involucrarnos, de participar y ser actores que revisen, vigilen, opinen y pongan en práctica las acciones que requiere Guadalajara para volver a ser el mejor lugar para vivir.
El “tapatío conurbado 5 millones” no se celebró, pero, con todo, soñamos nuevamente, si bien aceptamos que, efectivamente, quizá ya nunca, como nuestros antepasados incluso cercanos, volveremos a vivir y ser los dueños de nuestra propia ciudad. Es muy importante que el Inegi incluya preguntas sobre discapacidad en el cuestionario básico para el censo 2020 y no solo en el cuestionario extendido como se pretende, ya que el tema sobre discapacidad quedaría sin información precisa, lo que incluso contraviene el artículo 31 de la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, impulsada en Naciones Unidas por México, y que habla sobre el compromiso de los Estados parte para generar información estadística, al igual que el objetivo 17 de la agenda de Objetivos para el Desarrollo Sostenible. Sabemos que para muchas autoridades les resulta muy comprometedor el reconocer y actuar en contra de la todavía situación de discriminación negativa hacia las personas con discapacidad; otro ejemplo: es inconcebible que han pasado 12 años desde que el gobierno del estado obligó a los concesionarios y permisionarios del servicio de transporte público urbano a incorporar el 10% de los camiones parcialmente equipados para que las personas con discapacidad y muchísimos adultos mayores puedan utilizar el servicio y desde entonces no hemos avanzado nada en dicho porcentaje. Oportunidades las ha habido, ya que se aprobó una nueva ley de movilidad y el reglamento de la misma y no hubo la decisión de avanzar en el porcentaje de camiones adaptados. José de Jesús Gutiérrez Rodríguez