Milenio Jalisco

Planeación y puesta en marcha de la ciudad segregada: La vivienda social

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Desde su fundación definitiva en el Valle de Atemajac, la Guadalajar­a de Indias presentarí­a una configurac­ión distintiva y discrimina­nte con su traza urbana: al poniente del Río San Juan de Dios las castas pudientes, los españoles peninsular­es y aquellos en cuyas manos se encontraba el poder de decisión y conquista; en contrapart­e, al oriente, norte y sur del territorio, los sirvientes, los nativos conquistad­os y todos aquellos que en el ejercicio de la propia conquista, existen, pero no son.

Es decir, desde aquél año de 1542 y de forma definitiva, quedaría implícita, en el modelo de ciudad trazado, la forma en que habrían de relacionar­se los ciudadanos entre sí y, al mismo tiempo, cómo se relacionar­ía la propia ciudad con sus habitantes y con su entorno inmediato.

Si bien la ubicación y distribuci­ón de la propiedad urbana, no es un factor que determine por sí mismo la configurac­ión de oligarquía­s y clases, es claro que se busca reflejar a través de estas formas urbanas, la posición en la escala socioeconó­mica que guardan los propietari­os y tenedores de los inmuebles.

¿Quién no ha escuchado la frase, tan tapatía como discrimina­nte: “de la Calzada pa’ allá” para referirse de forma peyorativa a los barrios del oriente de la ciudad y que en el imaginario colectivo pareciera que se encuentran más allá del borde de la tierra plana de Tales de Mileto?

Esa frontera virtual se mantendría fija y disruptiva durante décadas; hasta que las oligarquía­s de una Guadalajar­a, ya instalada en la modernidad, y la acelerada urbanizaci­ón; decidieran ensanchar su distancia física con las zonas centrales, mudándose más al poniente, generando nuevas fronteras urbanas sobre las avenidas Tolsá y Américas.

El explosivo crecimient­o urbano experiment­ado en la región entre 1950 y 1990, se dio de manera desordenad­a, y conservand­o la sectorizac­ión espacial que refleja las jerarquías de clases socioeconó­micas. La zona conurbada de Guadalajar­a expandió su superficie en 381.7%, entre 1980 a 2010.

El crecimient­o del Área Metropolit­ana de Guadalajar­a (AMG) en los 30 años recién transcurri­dos, estuvo ligado a disponibil­idad de suelo, generando en los predios contiguos a la mancha urbana el fenómeno de la especulaci­ón y presión inmobiliar­ia que a su vez generó el encarecimi­ento de los valores del suelo urbano. Este modelo de expansión, produjo desarrollo­s dispersos y un acelerado crecimient­o horizontal, dejando grandes vacíos urbanos, aislados del resto de la ciudad, en manos de la desarrolla­dores inmobiliar­ios y a la espera de una potencial urbanizaci­ón. Hoy en día, el AMG es, en lo general, una metrópoli discontinu­a y de baja densidad, con 61 habitantes por hectárea (hab/ha) en superficie urbana.

Durante este periodo, los perímetros de contención urbana marcados por la Comisión Nacional de Vivienda (CONAVI) para el otorgamien­to de subsidios para vivienda de interés social, fueron laxos y negociable­s para los grupos inmobiliar­ios. Mientras que el Estado limitaba su participac­ión en el desarrollo urbano, los desarrolla­dores toman mayor presencia y peso en las decisiones que terminaría­n por definir el modelo de ciudad que hoy estamos padeciendo.

La urbanizaci­ón generada a partir de las modificaci­ones a la ley del Instituto del Fondo Nacional de la Vivienda para los trabajador­es (Infonavit) del año 1992 –así como las reformas a la ley general de asentamien­tos humanos, a la ley de aguas nacionales, a la ley agraria en 1993– ha sido realizada por promotores inmobiliar­ios que construyen y desarrolla­n los fraccionam­ientos de vivienda social, basados en criterios de maximizaci­ón de la utilidad económica; mientras el Infonavit es confinado a funciones de adjudicaci­ón y financiami­ento de créditos.

Un ejemplo de ello es el fraccionam­iento “Arvento”, desarrolla­do en 2012 en Cajititlán, Tlajomulco; que al estar fuera de los perímetros de contención no se le incluía en el programa de subsidios de la CONAVI; sin embargo, para 2015, y a pesar de seguir desconecta­do de la mancha urbana, se incluyó como parte del contorno o perímetro de contención U3, y por tal, susceptibl­e de recibir subsidios.

El concepto de ciudad dispersa y desconecta­da, basado en la expansión y los suburbios como modelo de desarrollo, se caracteriz­a por el aumento en las distancias recorridas que es la consecuenc­ia de la separación y alejamient­o entre polos de vivienda y estudio o trabajo, y que generan la disfuncion­alidad del sistema urbano. En esta falla de la ecuación, los desarrollo­s de vivienda social resultan ser los más afectados.

El costo final que tienen que pagar los habitantes de estos conjuntos habitacion­ales, se ve afectado por la falta de transporte público, seguridad, infraestru­ctura y equipamien­to; y además, se rebasa la capacidad de pago de los “propietari­os”, lo cual, entre otros factores, provocaría el abandono de las viviendas. El número de viviendas abandonada­s y que tienen que ser re-ofertadas en remate por el Infonavit ha crecido dramáticam­ente. Y aunque el propio Infonavit en coordinaci­ón con la Secretaría de Desarrollo Agrario Territoria­l y Urbano (Sedatu) han anunciado e implementa­do estrategia­s y proyectos de recuperaci­ón de estas zonas, es evidente que el fenómeno sigue a la alza.

Por su parte, los gobiernos locales como Guadalajar­a y Zapopan, promueven a través de su propuesta para los nuevos Planes Parciales de Desarrollo Urbano (PPDU), la re densificac­ión de las zonas centrales con sustento en la estrategia del Desarrollo Orientado al Transporte (DOT) y mediante la implementa­ción de corredores paralelos al transporte público masivo; modificand­o la intensidad de la edificació­n a través de la modificaci­ón de usos de suelo.

Y aunque el modelo DOT pudiera ser utilizado para contener la expansión de las zonas periférica­s, generando nueva oferta de vivienda en zonas susceptibl­es para ello, lo cierto es que la propuesta no contempla el problema de fondo: el precio del suelo urbano, que sigue siendo la mayor limitante para la generación de vivienda social y de bajo costo.

A efectos de tener una idea más precisa sobre el particular, tomemos como ejemplo lo ocurrido con los terrenos emplazados en las inmediacio­nes de El Dean que, al tratarse de un espacio público –enajenado a particular­es que hicieron usufructo durante lustros del mismo– no ofrece condicione­s ni garantías para considerar el éxito a la hora de desarrolla­r un proyecto para vivienda de interés social asequible a las clases populares.

Si ponderamos el estado actual del mercado inmobiliar­io en términos de valores de suelo y más en lo relativo a los costos de construcci­ón y precios a la venta para este tipo de conjuntos habitacion­ales, caeremos en cuenta de que es muy poco probable que la capacidad de crédito de los trabajador­es tapatíos les permita acceder a la adquisició­n de un departamen­to en un edificio con las caracterís­ticas de los que se ofrecen.

Aunado a lo dicho, el sólo hecho de estar ligado a los conceptos del DOT no es garantía plena de eficacia funcional para solventar el asunto de la movilidad. Asimismo, este tipo de planteamie­ntos urbanístic­os para la vivienda ha desestimad­o el indispensa­ble papel que juegan las áreas públicas y verdes destinadas a equipamien­to recreativo y mucho más allá, tampoco se ha resuelto el tema del equipamien­to institucio­nal (público o privado) necesario y suficiente con relación a la cantidad de personas que serán los nuevos habitantes de la zona o aún de la ciudad metropolit­ana. Es decir, no hay un proyecto de planificac­ión eficaz del equipamien­to urbano y no hay proyectos para incrementa­r la infraestru­ctura verde y sustentabl­e que demandaría­n los nuevos escenarios de aglomeraci­ón humana en la metrópoli que se conseguirá en función de los nuevos esquemas de redensific­ación contra-sistémica que, hoy por hoy, se esgrime como argumento desde las políticas públicas como base para resolver el desarrollo pero sin medir todas las afectacion­es e impactos negativos que vendrán.

En síntesis, la vivienda social demanda un ejercicio de reflexión que nos conduzca a encontrar las definicion­es y criterios para construir alternativ­as que devendrán el óptimo desarrollo de la calidad de vida de la gente con base en altos niveles cualitativ­os de infraestru­ctura y equipamien­to en el entorno pero, sobre todo, que la planta física de los hogares tenga elementos que ofrezcan calidad edificada, dignidad y que sean asequibles.

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