Milenio Jalisco

Saldos del desencuent­ro

México no se entiende sin crítica, hemos perdido demasiado por la complacenc­ia y la falta de ejercicio reflexivo y autocrític­o; es justo el reclamo por la insegurida­d, pues representa una herida profunda en el cuerpo nacional

- LIÉBANO SÁENZ http://twitter.com/liebano

En la percepción y en el estado de ánimo de la opinión pública, son muchas las dificultad­es y los problemas que hoy día se padecen en nuestra sociedad. No obstante, con excepción de la insegurida­d, la realidad es que la situación ahora es menos adversa a la del pasado. Además, de una mejora en las condicione­s de vida, ahora tenemos más libertades, informació­n y participac­ión. El problema es perdernos en la circunstan­cia por carecer de perspectiv­a. Por eso en las condicione­s actuales, con todo y que no se valoren los cambios, la exigencia y la crítica son necesarias; el problema está en quedarnos en ello, y perder sentido de lo que se ha hecho bien, porque se ha vuelto socialment­e cómodo o rentable asumir una postura crítica, irreductib­le e intransige­nte.

El país no se entiende sin crítica. Hemos perdido demasiado, en muchos sentidos, por la complacenc­ia y la falta de ejercicio reflexivo y autocrític­o. Pero debe quedar claro que una sociedad incapaz de reconocer lo que está bien hecho cancela su potencial para mejorar.

En un entorno singular, un evento anual de una reconocida y acreditada organizaci­ón civil abocada a mejorar la seguridad, el Presidente de la República se refirió a la incapacida­d de ciertos sectores de la sociedad para identifica­r logros, méritos y avances. Las expresione­s presidenci­ales abrieron una polémica, particular­mente por quienes se sintieron incómodos al asumirse aludidos en las expresione­s del primer mandatario.

Es justo el reclamo por la seguridad, pero también es necesario no restringir­se en esto, es útil y convenient­e proponer soluciones como bien lo ha hecho Causa en Común, la organizaci­ón convocante del evento. Sin embargo, también es indispensa­ble reconocer el mérito, sobre todo, de aquellos que exponen su vida para ganar terreno al crimen; hay muchos que cumplen con responsabi­lidad y lealtad y, por lo mismo, deben ser también reconocido­s y motivados en su tarea.

La insegurida­d que se padece representa una herida profunda en el cuerpo nacional, además del trágico saldo para muchas familias. Va más de una década sin que podamos revertir una situación grave de falta de paz en algunas zonas del país. Muertes y desapareci­dos han sido el saldo. Pero ha habido victorias importante­s, aunque ha faltado continuida­d respecto a lo que se ha hecho bien en el ámbito local. Es una paradoja ver que los ciudadanos votan por otro partido o candidato independie­nte, como sucedió en Nuevo León, con la expectativ­a de mejorar en temas que son su preocupaci­ón fundamenta­l como el de la insegurida­d, para advertir en poco tiempo que la situación cambió, pero para empeorar.

Va más de una década sin revertir una situación grave de falta de paz en algunas zonas del país

En este espacio hacíamos referencia al Reporte Latinobaró­metro 2017 sobre la pérdida de aprecio de los mexicanos sobre la democracia y sus institucio­nes. Esta realidad amenazante ocurre frente a nuestros ojos porque no hemos podido construir una voluntad compartida en muchos de los temas fundamenta­les para los mexicanos, particular­mente los que se refieren a la seguridad. En su lugar han sido manoseados por el debate electoral y se han utilizado con oportunism­o, en el afán no tanto de aportar propuestas y soluciones, sino de capitaliza­r la frustració­n y el enojo social por la situación.

Esto conlleva dos consecuenc­ias muy negativas: la primera, hacer creer que es voluntad individual de un líder iluminado o de un candidato mesiánico el que las cosas cambien, cuando la transforma­ción que se requiere incluye la colaboraci­ón de órdenes de autoridad, poderes públicos y sector político. La segunda, es que excluye a la sociedad en su responsabi­lidad para cambiar. Mejorar la seguridad necesariam­ente requiere no solo una mayor participac­ión social, sino también entender los términos de una forma de complicida­d social que, por la vía de la omisión de muchos y la acción de algunos, limita o, en algunos casos, de plano hace nugatorio el esfuerzo institucio­nal para combatir de fondo al crimen.

Gobiernos vienen y van, partidos que de gobernante­s pasan a la condición de opositores. La democracia implica el tránsito temporal de presidente­s, gobernador­es y alcaldes. Ellos concluyen su responsabi­lidad, pero las institucio­nes permanecen y la sociedad persiste con sus fortalezas, virtudes, anhelos y problemas. En todo ello estimo que hemos perdido perspectiv­a, y que la política y el reclamo social elude la necesaria exigencia de que todos nos involucrem­os en la solución del problema y que ampliemos los espacios de encuentro y participac­ión para una acción compartida. La renovación democrátic­a de poderes lleva al desencanto precisamen­te por no entender el problema en su justa dimensión.

El saldo del desencuent­ro de la sociedad con sus autoridade­s es negativo. A la desconfian­za se suma la incapacida­d de reconocer y motivar lo que bien se hace, a la vez de que muchos asumen sin razón indolencia o indiferenc­ia de las institucio­nes para cumplir una de sus obligacion­es fundamenta­les, que es la de proveer seguridad. Ya ha pasado mucho tiempo y persistimo­s en la misma situación.

En el tema de combatir al crimen hay diferencia­s, pero también hay un terreno común como es el respeto a los derechos humanos, una justicia sin coartadas, acabar con los extremos de impunidad existentes y privilegia­r una acción preventiva que permita atacar las causas que propician la delincuenc­ia en sus variadas expresione­s. También en el diagnóstic­o queda claro que la mayor debilidad institucio­nal está en las policías municipale­s, no todas, pero sí la gran mayoría.

Recurrir a las fuerzas armadas para hacer frente a la embestida del crimen organizado ha sido un recurso excepciona­l que se ha vuelto regular, precisamen­te porque el avance de un nuevo modelo policial ha sido muy menor respecto a la magnitud del problema. Ante la tardía toma de decisión, lo que debiera hacer el Congreso es aportar un piso legal para dar certeza y claridad a este tipo de intervenci­ón. Ha pasado demasiado tiempo y se ha dicho mucho, pero no se ha podido avanzar.

La sociedad reconoce y agradece que las fuerzas armadas asistan a los poderes civiles en el combate al crimen. Pero la situación del combate que libran nuestros militares y nuestros marinos no puede quedarse en la abstracció­n, y cualquiera que sea el rumbo que tomemos, sobre un modelo conocido o en torno a una posibilida­d inédita, las institucio­nes deberían pronunciar­se con prontitud. El vacío legal o las limitacion­es actuales solo le convienen a la delincuenc­ia.

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HÉCTOR TÉLLEZ El jueves el Presidente promulgó la ley contra la desaparici­ón forzada.
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