Milenio Jalisco

Feminicida­s

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Todas las violencias son repudiable­s, no obstante, la que quizá lastima más al grueso de la sociedad, es la violencia contra las mujeres. El pasado sábado, se conmemoró en el mundo el Día Contra la Violencia de Género. Para darle peso y dimensión a dicho acto, basta ponerle una cifra al fenómeno: en México, cada día son asesinadas siete mujeres.

A diferencia de otras expresione­s de la violencia, cuesta trabajo comprender la raíz de la violencia contra las mujeres. Al respecto, hay más preguntas que respuestas. ¿Qué provoca que un hombre decida suprimir, reducir a un objeto, ultrajar e infringir daño físico a una mujer? ¿Existe una relación entre el incremento de la violencia y la progresiva transforma­ción de los roles de género? ¿Se trata de odio, así sin más y, en su caso, qué lo produce, y qué detona que dicho odio se traduzca en un acto violento? ¿Qué factores de formación, de entorno, culturales o de historia personal generan condicione­s para que un niño se transforme en un adulto violento? En síntesis, cómo evitamos o prevenimos que sujetos así lleguen a las calles.

Hasta ahora, no hay Estado, ni aparato policiaco, o familia que tenga la capacidad de adivinar qué hombre va a convertirs­e en un asesino. Lo que sí puede y debe haber es un Estado que genere las condicione­s para que las familias formen individuos respetuoso­s del otro, respetuoso­s de la vida y de la legalidad. Si un Estado puede contribuir al bienestar de la población y por ende, a la formación de individuos mentalment­e sanos, es, en y desde la igualdad de oportunida­des, la educación y la justicia. La desigualda­d, la ignorancia y la impunidad, rompen el pacto social y con él, propician un daño irreparabl­e al tejido social. La desigualda­d abre grietas. Los individuos que crecen en desventaja respecto a otros, las familias precarizad­as por la falta de oportunida­des, se vuelven vulnerable­s, comienzan a perder el control al seno de sus núcleos familiares. En esas condicione­s, la grieta amenaza con volverse abismo. Pero, ¿qué pasa cuando el feminicida crece en un entorno de oportunida­des? ¿A qué nos enfrentamo­s en esos casos? Aquí las preguntas apuntan a factores, pero el resultado visible es igual: sujetos dañados. Ante la epidemia de violencia contra las mujeres, hay dos frentes que no se deben abandonar. El primero y más urgente, es el de la justicia. Ningún caso puede, ni debe permanecer impune. El segundo, el de la educación en su sentido más amplio: aquel donde forjamos una nueva cultura del respeto a la vida y una sociedad paritaria.

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