Marichuy, vocera del mundo indígena que reta al sistema
Se presentó en un salón lleno en la FIL, y contestó preguntas de José Woldenberg, politólogo y primer presidente del IFE
Marichuy Patricio quiere encarnar la crítica a la crítica, y así lo asume. Representante de los movimientos indígenas que desde hace 25 años reclaman un lugar en la mesa del desarrollo en México, país multicultural como ninguno en América, la nahua del sur de Jalisco advierte que buena parte de ese mundo de “pueblos originarios” no es Jauja: la mujer es víctima de un “sistema machista y matriarcal” que también debe ser reformado.
Una candidata diferente, que emerge entre descalificaciones y dudas de parte del variopinto sistema de partidos mexicano: los lópezobradoristas han decidido que es un “distractor” y ha sido pensada por la “mafia del poder” para restar votos al carismático tabasqueño que lucha por tercera ocasión para alcanzar la presidencia de la república; los oficialistas, y en general la derecha, señalan que se trata de una candidatura “testimonial” con menos posibilidades que el panismo histórico de la época de la “presidencia imperial” (1940-1994): una verdadera “brega de eternidades”.
La tuxpense, oriunda de uno de los poblados indígenas más representativos de Jalisco, al pie del Nevado de Colima y del humeante volcán de Fuego, no es ingenua: sabe que entra a terrenos desconocidos por indígenas usualmente marginados.
Desde una idea política totalmente distinta, reacia a la integración y favorable a asumir la diferencia y la diversidad como una verdadera riqueza, la emisaria de ese mundo históricamente marginal toca las puertas de la deteriorada democracia mexicana. Ayer ha tenido una presentación casi estelar, en medio de la Feria Internacional del Libro, al lado de uno de los padres del sistema político vigente: José Woldenberg. El académico no busca opacar a la dueña de la fiesta. Es un programa de televisión de la UdeG en que se limita a ser el apuntador para que Marichuy se explaye.
La descripción no es sorprendente: el país de las mineras, del narcotráfico, de los gobiernos corruptos, de la contaminación industrial, que condiciona la existencia de las comunidades de la fiesta y el colorido para el consumo del turismo multiculturalista. En todos los sitios, la aspirante presidencial ha tomado nota de las preocupaciones por el abandono, la precariedad de servicios básicos, las violaciones a la legalidad, la violencia, los despojos y los asesinatos que inundan buena parte del México indio. “No buscamos el poder, sino ser escuchados”. No lo dice con esas palabras, pero recupera una vieja fórmula de la crítica al viejo sistema priista: el gobierno debe – eco involuntario de Manuel Gómez Morín-, mandar “obedeciendo”.
La sala del hotel Hilton está abarrotada. La gente debe escuchar en silencio, porque es una grabación en vivo. En primera línea se encuentra la premio Cervantes mexicana, Elena Poniatowska. Sus añejos enfrentamientos con Woldenberg pasan a segundo plano: la afamada entrevistadora lo ignora cuando sube al proscenio para saludar a la abanderada indígena, no obstante su lopezobradorismo ostensible, como para tratar de enterrar la polémica de “panzonas inmensas” (o “mensas”, según la interesada versión que se prefiera) que endilgó a unas aborígenes juchitecas hace apenas unas semanas.
Es la marcha al mundo ilustrado de los libros de María de Jesús Patricio Martínez, la precandidata indígena, la que pide justicia para los “pueblos originarios”, pero también la que critica y pugna por la reforma de “usos y costumbres”.