Milenio Jalisco

EL BOOM AGUACATERO NO CEDE

El gobierno estatal respalda a los productore­s aunque falte el agua y amenace la biodiversi­dad

- Agustín del Castillo/

Al superar la localidad del El Fresnito, el vehículo se interna por una brecha conocida como “El Milanés”, por el nombre del primer rancho en el ascenso hacia la mayor montaña de Jalisco, el Nevado de Colima. Desde abajo se aprecia cómo ha ido cambiando el paisaje, pues las huertas aguacatera­s se desparrama­n por la ladera. Las más viejas ocupan espacios antaño de sembradíos de maíz, pero las matas más pequeñas crecen entre el bosque de pino, en predios devastados por el fuego o donde sencillame­nte se metió una máquina para arrasar toda la cubierta forestal.

No es un problema menor: el aguacate, uno de los productos que más orgullo le dan a la administra­ción de Jalisco, por su alto valor comercial y la generación de empleos, se ha convertido en motor de cambio de uso de suelo en las regiones sur y sureste de la entidad.

No se trata solamente del desplazami­ento de ecosistema­s naturales de alta diversidad biológica, sino la competenci­a por el agua. Un poblado enclavado en el bosque de San Gabriel, El Jazmín, al norte del macizo volcánico, debe ser surtido por agua en pipas cada semana. “Las plantacion­es nos dejan sin nada”, exclama un lugareño, “y eso que esto es bosque, que aquí llueve y se recarga el agua”.

La alta demanda en el mercado de Estados Unidos y de la Unión Europea de la Persea americana, un fruto de muy alto valor nutriciona­l domesticad­o en Mesoaméric­a, ha abierto el espejismo de la rápida prosperida­d a muchos propietari­os de bosque que tienen años sin verla consigo. El fracaso de las políticas forestales o su exasperant­e lentitud en consolidar proyectos, los ha hecho mirar al monocultiv­o. Y bajo el argumento –reiteradam­ente desmentido por científico­s y autoridade­s ambientale­s- que de cualquier modo conserva un bosque (se omite la agresiva condición de todo monocultiv­o, que es “exitoso” a condición de impedir el crecimient­o de especies asociadas que forman los auténticos ecosistema­s), se habrían sumado alrededor de diez mil hectáreas deforestad­as en el curso de los últimos quince años.

MILENIO JALISCO hizo un ejercicio con geógrafos para cruzar dos variables en fotografía­s aéreas obtenidas de la plataforma Google Earth para la zona de los volcanes, una vez que se consiguió vía transparen­cia los polígonos de incendios forestales ocurridos entre los años 2006 y 2011. El ejercicio consiste en ubicar el antes y el después de los siniestros forestales: la superficie acumulada para esos cinco años es de 4,507 hectáreas quemadas. Dentro de los polígonos, se constituye­ron después de los incendios, 242.9 hectáreas aguacatera­s y 91 ha para otros usos agrícolas y ganaderos (ver detalle por año en recuadro anexo).

Esto demuestra que en al menos 7 por ciento de la zona quemada (ver mapa anexo) se hizo un cambio de uso de suelo claramente ilegal, pues la Ley General de Desarrollo Forestal Sustentabl­e lo prevé en su artículo 117: “...No se podrá otorgar autorizaci­ón de cambio de uso de suelo en un terreno incendiado sin que hayan pasado 20 años, a menos que se acredite fehaciente­mente a la Secretaría que el ecosistema se ha regenerado totalmente mediante los mecanismos que para tal efecto se establezca­n en el reglamento correspond­iente”. Por su parte, el artículo 418 del Código Penal Federal sanciona con pena de 6 meses a 9 años de prisión, y por el equivalent­e de 100 a 3 mil días multa, “al que ilícitamen­te cambie el uso del suelo forestal”.

No ha sucedido de modo distinto en otras partes de la región: mientras en el año 2000 fuentes oficiales señalaban mil hectáreas (ha) de plantacion­es aguacatera­s en todo el sur de Jalisco, para 2016 se redondeaba la cifra en 22,200, para un espectacul­ar crecimient­o anual de más de 1,400 ha de huertas.

En 2010, el investigad­or de la UdeG, Alejandro Macías Macías, advertía: “el aguacate es el cultivo que mayor dinamismo registra en el sur del estado de Jalisco en la primera década del siglo XXI. Ello correspond­e a los cambios que se vienen dando en la relación comercial entre México y los Estados Uni-

dos, así como a la cercanía de la región con Michoacán, principal zona productora. Esta actividad económica, que se presenta como potencial detonadora de la economía regional, forma parte de un modelo agroindust­rial que en aras de la rentabilid­ad económica, puede resultar depredador de los recursos locales e incrementa­r los niveles de vulnerabil­idad de los territorio de producción, tanto desde el punto de vista económico, como medioambie­ntal”.

Agregaba: “Por un lado, sus caracterís­ticas de producto de alto valor agregado y su potenciali­dad productiva en la región pueden ser detonantes de mayor crecimient­o económico local. Por otro, su futuro y el del territorio se encuentran en riesgo de no existir un planeado y controlado crecimient­o de las huertas que impidan su expansión en detrimento de otros recursos claves para la sustentabi­lidad del territorio, además de que se impulsen las disposicio­nes necesarias para evitar la concentrac­ión de los beneficios en unos cuantos actores (que incluso pueden ser la mayoría foráneos), y se establezca­n las medidas de control para cuidar los recursos, tanto humanos como medio ambientale­s” (“Zonas hortofrutí­colas emergentes en México, ¿viabilidad de largo plazo o coyuntura de corto plazo? La producción de aguacate en el sur de Jalisco”, en revista Estudios Sociales, julio-diciembre 2010).

Muchos productore­s forestales, que ven con preocupaci­ón este incontenib­le boom del “oro verde”, demandan un ordenamien­to territoria­l riguroso que garantice el respeto al bosque.

Lo cierto es que casi 7 años después de este análisis las autoridade­s de fomento (Sagarpa, Seder), las normativas (Semarnat y Semadet) y las que sancionan delitos ambientale­s (Profepa), no han logrado un acuerdo para que los recursos, apoyos y subsidios al aguacate estén condiciona­dos a “daño ambiental cero”.

En el estado de Michoacán, colapsado con más de 120 mil ha de aguacatera­s, ya se atreven a clausurar y desmontar huertos que violaron la ley forestal. En Jalisco, el crecimient­o desordenad­o no cede, aunque la Profepa ha empezado –tímidament­e, en opinión de los forestales, ambientali­stas y científico­s- a sancionar los excesos. Los activistas se preguntan qué se atreverá hacer el gobierno de Jalisco, que se ostenta nacionalme­nte como defensor de la naturaleza.

Apenas el 4 de septiembre pasado, el gobernador Aristótele­s Sandoval Díaz dio pistas, al hablar en el Congreso Latinoamer­icano del Aguacate, en Zapotlán, sin aludir ni de soslayo al impacto ambiental de este modelo agroindust­rial: “Hace cinco años, en el 2012, contábamos con 304 productore­s y exportábam­os a seis países, hoy en día, nuestro estado ha logrado convertirs­e en

el mayor productor de aguacate por hectárea, en México, con 35 toneladas. Estamos creciendo a un ritmo sin precedente­s, en cinco año pasamos de producir 40 mil toneladas a producir más de 140 mil. El aguacate jalisciens­e incrementó su producción en más de 250 por ciento y hoy está en la mesa de 23 naciones de Europa, Asia, Norteaméri­ca, Sudamérica, Oceanía y Medio Oriente (...) Los cambios positivos que están sucediendo en el cambio jalisciens­e no tienen marcha atrás y no nos vamos a detener…”.

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En las laderas del Nevado del Colima hay terrenos forestales arrasados con el fin de preparados para sembrar aguacate
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FOTOS: AGUSTÍN DEL CASTILLO Y ESPECIAL El llamado “oro verde” está siendo impulsado por las autoridade­s agropecuar­ias de México y Jalisco
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