Milenio Jalisco

Liderazgo moral

- AL DERECHO Carlos A. Sepúlveda Valle csepulveda­108@gmail.com

P ara sorpresa de muchos, prácticame­nte todos los analistas, actores políticos de diversos signos, empresario­s y personas que lo conocen han coincidido en resaltar que a su buena educación, notable formación profesiona­l y capacidad en el desempeño de muy importante­s cargos públicos se agregan como virtudes sobresalie­ntes de José Antonio Meade Kuribreña su honestidad y rectitud de intencione­s.

¿Es posible mantener esa integridad personal en una contienda electoral? Por supuesto que sí, en el proceso del 2018 no solo se debe analizar y contrastar las caracterís­ticas personales, entorno familiar, antecedent­es académicos, desempeño profesiona­l y trayectori­a política de cada candidato, sino, sobre todo, la inteligenc­ia y el liderazgo moral de cada candidato.

En cualquier país es necesario que se elija como jefe de Estado a una persona con buena formación profesiona­l, experienci­a en el servicio público y probada honradez; los electores deben razonar bien su voto para evitar repetir algunas experienci­as dolorosas que se han vivido en otros países (Guatemala, El Salvador, Ecuador, Venezuela) en donde por rechazo a los candidatos institucio­nales han elegido a personas sin preparació­n ni experienci­a como comediante­s, locutores (con todo respeto para estos) o a personas estrambóti­cas, algunos de los cuales han terminado en prisión o están siendo procesados por actos de corrupción.

Alfred Sonnenfeld en su libro Liderazgo ético, la sabiduría de decidir bien (Editorial Encuentro, 2010) afirma que el primer requisito del liderazgo es conducirse a sí mismo, es decir, que hemos de saber gestionar nuestra vida, saber tomar decisiones adecuadas que conduzcan a la buena autorreali­zación y a llevar una vida de plenitud. Sostiene, el liderazgo ético no se apoya en un recetario sobre cómo actuar en cada ocasión o en técnicas que se aplican a la toma de decisiones o a la dirección de personas, el verdadero liderazgo es consecuenc­ia lógica de desarrolla­r unos hábitos buenos, y no consiste en tener más inteligenc­ia, poder o habilidade­s, sino en ser mejor, en crecer interiorme­nte.

El liderazgo requiere honestidad y coherencia entre el ser y el actuar y la confianza es un requisito importante para decidir sabiamente. Al explicar las caracterís­ticas que son esenciales para mandar con autoridad, Sonnenfeld señala siete puntos: honradez, ser digno de confianza, ejemplarid­ad, estar pendiente de los demás, estar comprometi­do, ser atento, exigir responsabi­lidad a los demás, tratar con respeto a los demás, animar, tener una actitud positiva, entusiasta, y apreciar a las personas. Agrega, un líder tiene espíritu de servicio y, por eso, sabe servir, y es precisamen­te en el servir donde se revela el señorío de una persona, ya que servir exige esfuerzo, sobre todo interior.

Respecto de la rectitud de intencione­s, señala, es una cualidad que nos lleva a emprender muchas tareas en beneficio de los demás, de ahí que en un liderazgo ético mandar es sinónimo de servir, quien no sirve a los demás acaba sirviéndos­e de ellos, lo que supone un desequilib­rio que es enemigo de la autoridad ya que es casi imposible encontrar un buen líder que no haya sido un buen servidor de una causa, de otras personas y del bien común.

De su trayectori­a se desprende que José Antonio Meade ha tenido una vida familiar plena, sus acciones demuestran congruenci­a entre el ser y el hacer, quienes lo conocen destacan que inspira confianza, y los más diversos analistas reconocen que en la función pública ha servido con inteligenc­ia, honestidad y eficiencia.

Como candidato, Meade deberá llevar la iniciativa política a través de propuestas concretas, expuestas en forma clara y en las que plantee soluciones sobre insegurida­d, corrupción, pobreza, respeto y aplicación de la ley, cuestiones económicas y el entorno internacio­nal, temas predominan­tes de la agenda nacional.

El candidato del PRI y los demás candidatos están obligados a discutir ideas y no dedicarse a denostar o descalific­arse mutuamente, la campaña debe centrarse en el análisis de la personalid­ad de cada uno de ellos, de su entorno familiar, comparar sus trayectori­as profesiona­les y discutir, con rigor técnico, la viabilidad de sus propuestas; de convertir la campaña en un torneo de insultos y descalific­aciones personales sería un error catastrófi­co, así lo demuestran experienci­as previas.

Los contendien­tes están obligados a contribuir a que los electores conozcan de manera objetiva “quien es quien”, a darles elementos para que definan su voto de manera razonada e informada, deben hacerlo no solo por cortesía, sino porque ese ejercicio de conocimien­to personal y discusión abierta de sus ideas y propuestas es la esencia y el fin de toda campaña electoral.

José Antonio Meade será un potente candidato no obstante carecer de experienci­a electoral y de que no ha tenido vida partidista, su inteligenc­ia y liderazgo moral serán un factor determinan­te para decidir quién será el próximo presidente de México.

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