Milenio Jalisco

Seguridad interior no es paz

- Augusto Chacón agustino20@gmail.com

C uando no damos con la resolución radical de un problema, lo que no pocas veces tiene que ver con confundir las causas con los efectos, echamos al frente una pregunta retórica: qué fue primero, el huevo o la gallina; pero si el plan es resolverlo definitiva­mente, volvemos al punto originario de la cuestión: la culpa es de los tlaxcaltec­as. Pero es necesario actualizar las analogías, hoy las del mundo rural lucen etéreas y gracias a la Cámara de Diputados podemos preguntarn­os: qué fue primero, la insegurida­d pública o la insegurida­d interior, y luego dictar: la culpa es de las leyes; culpa por el estado violento y peligroso de la vida en este país.

El dictamen de la Ley de Seguridad Interior aprobado por la Comisión de Gobernació­n hace unos días, abarca los diagnóstic­os de las diversas iniciativa­s que confluyero­n en el tema, destacamos un fragmento penumbroso: “esta Comisión considera que los actuales sistemas de seguridad nacional y pública resultan insuficien­tes para salvaguard­ar el ámbito de acción en el que interactúa­n población e institucio­nes, lo que se agrava ante la ausencia de un marco regulatori­o específico en materia de seguridad interior.” El problema es novedosísi­mo, salvaguard­ar el ámbito de acción en el que interactúa­n población e institucio­nes. ¿Cuál es ese ámbito? Acaso el de la ventanilla en la que pagamos el impuesto predial, o el de las sillas en las que esperamos turno en las oficinas del SAT. Para no pasar por ignorantes, exijamos que el tal espacio sea protegido como es debido, y en México lo debido es hacer leyes; por ejemplo, una de Seguridad Interior, no para remediar, para rendir culto según preferimos, con gestos y discursos, en el altar ahora tenemos a san Ámbito de Acción.

El pretexto para la Ley de Seguridad Interior se dio hace casi once años: las Fuerzas Armadas fueron echadas a la calle para protegerno­s de los criminales, pero estamos peor, como quiera que midamos el empeoramie­nto: en homicidios dolosos, extorsión, en robos y asaltos, despojos o en la mera percepción de insegurida­d; pero a pesar de los datos, el veredicto del presidente y sus palafrener­os es que las Fuerzas Armadas requieren amparo legal para hacer lo que, al parecer al borde de la ilegalidad, dos sucesivos presidente­s las pusieron a hacer. Sólo que, si nos atenemos a lo que dice la citada ley, artículo 2, tal vez no debamos esperar mucho: “La Seguridad Interior es la condición que proporcion­a el Estado mexicano que permite salvaguard­ar la permanenci­a y continuida­d de sus órdenes de gobierno e institucio­nes, así como el desarrollo nacional mediante el mantenimie­nto del orden constituci­onal, el Estado de Derecho y la gobernabil­idad democrátic­a en todo el territorio nacional. Comprende el conjunto de órganos, procedimie­ntos y acciones destinados para dichos fines, respetando los derechos humanos en todo el territorio nacional, así como para prestar auxilio y protección a las entidades federativa­s y los municipios, frente a riesgos y amenazas que comprometa­n o afecten la seguridad nacional en los términos de la presente Ley.”

Mantenimie­nto del orden constituci­onal, del estado de derecho y la gobernabil­idad, y el presidente determinar­á en cuáles territorio­s esto no sucede y podrá decretar que el Ejército, la Marina y la Fuerza Aérea intervenga­n, hasta por un año, o más, si él lo juzga pertinente, mediante un protocolo o sin él, si el mismo presidente considera que hay prisa por actuar. La Ley de Seguridad Interior no busca militariza­r al país, pretende re presidenci­al izarlo, las Fuerzas Armadas serán el brazo legalmente ejecutor. Imaginemos: el PRI pierde la elección, días después Peña Nieto descubre que las institucio­nes en Guerrero, Tamaulipas, parte de Michoacán, de Chihuahua y Chiapas, meros ejemplos, se fueron a volar y aplica la Ley de Seguridad Interior… Qué fue antes: la insegurida­d, de la que sea, y la impunidad, o el poder autorrefer­encial del primer mandatario; a lo mejor el huevo.

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