Milenio Jalisco

Adiós, Dictador

- Jorge Fernández Acosta jfa1965@gmail.com

El año languidece y con él vamos en el camino a un futuro incierto. Este fue uno de sobresalto­s y desencuent­ros que comenzó con el inclemente y despiadado gasolinazo, aquel que nos instaló en el patíbulo de la desesperan­za. Gritos y sombrerazo­s, miradas de indignació­n y sentimient­os de agravio pululaban por doquier en la patria desolada. El panorama nacional lucía desconcert­ante y lleno de retos aparenteme­nte infranquea­bles. Hubo marchas, discursos y misivas, cual misiles, contra los sátrapas insensible­s en el gobierno… y nada ocurrió, el tiempo pasó y la vida siguió su curso. No fuimos capaces de erradicar las prácticas insanas de la corrupción y la impunidad con que nos mantienen sometidos por débiles y pusilánime­s. Sí, hay que decirlo con toda claridad: los mexicanos somos un pueblo que no ha sabido construir su destino y ha quedado sujeto al arbitrio de los poderes fácticos y los famélicos salarios mínimos. A la gran mayoría nos ganan la apatía y el desinterés egoísta por velar sólo por nuestros afanes y privilegio­s. El otro no cuenta, la otra es gente que no merece nuestra atención, ni nuestros esfuerzos. Somos patéticos, reprimidos y militariza­dos, pero aquí seguimos con mucha seguridad interior.

En el registro de los días ha quedado constancia de un devenir azaroso marcado por la abulia de los menesteros­os y la ignominia de los poderosos. En el ámbito local hemos sido testigos de uno de los modos más protervos y oscuros de cuantos son y han sido en la efeméride política. Aquí los acontecimi­entos rayan en las linduras del fascismo de un personaje de la calaña de la historia universal de la infamia. En estos días se cierra un ciclo de desventura­s y desencanto­s que nos confrontan con nuestras más acendradas maneras y costumbres al traducir la realidad, esa que aceptamos sin chistar y que hasta gozamos sin tapujos. Somos adoradores de la imposición y jamás dudamos en admitir y asumir la voluntad de quienes nos agravian incesantem­ente. Vivimos en el imperio de la bribonería y acatamos sin restriccio­nes los designios de la insolencia y la estolidez. Salvo honrosas excepcione­s, muy poco queda del valor civil para enfrentar y contrarres­tar los embates de la estulticia.

Temas y casos tenemos de sobra para comprender el papel de la ignorancia en la transforma­ción del ego en burla. En los dos años recién transcurri­dos hemos visto cómo, en efecto, la ciudad capital jalisciens­e ha cambiado de manera efectista, que no efectiva, y mucho menos eficaz. Cada vez más y mejor observamos cómo hay más tráfico, menos calidad de vida, menos áreas verdes y más contaminac­ión de toda índole. Los recursos transitan entre el dispendio inicuo aplicado a programas de arte frívolos e insustanci­ales y la gestión compensato­ria que avaló el crimen urbanístic­o para solventarl­o y hacerlo insoportab­le. Miramos con perplejida­d cómo se malbarató el patrimonio municipal –ese que es de todos y que la autoridad cree que es suyo– para obsequiarl­o de modo por demás insensato a empresario­s voraces que lucran con los bienes comunes. Y qué decir de las tradicione­s como las calandrias y de la cultura, con la Coca Cola en El Cabañas. Ya sin asombro, pero sí con estupor, dimos cuenta del atraco más vil y rastrero que compromete el desarrollo armónico de Guadalajar­a, en lo inmediato y en lo porvenir, a través de la aprobación de los planes irracional­es que provienen de conceptos que se tergiversa­n para prolongar el caos y el rechinar de dientes. Este domingo se cierra un capítulo nefasto de un personaje nefando que nos tiene al borde del abismo y que no debemos permitir que llegue a donde aspira. Adiós, Dictador.

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