Milenio Jalisco

Claudio Lomnitz y la nación desdibujad­a

- Héctor Raúl Solís Gadea

M

e he propuesto, en estas vacaciones, leer un libro que me han recomendad­o mucho. He tenido la suerte de que me lo han regalado en una noche de Navidad anticipada. Su autor es un antropólog­o dedicado a temas mexicanos, acaso por origen y ejemplo familiar, que se desempeña en la Universida­d de Columbia y es un referente en su campo.

Se trata de La nación desdibujad­a, México en

trece ensayos, de Claudio Lomnitz. El tema transversa­l de los ensayos es lo que Lomnitz llama la “desarticul­ación de lo nacional”, fórmula que puede ayudarnos a pensar y explicar nuestras tribulacio­nes: desorganiz­ación social, violencia sin freno, conflictos de clase, antagonism­os exacerbado­s, esa sensación de que nadie, sea autoridad formal o líder político, puede ofrecer un propósito claro a los mexicanos y un camino creíble para realizarlo.

México es una nación que ha perdido sus contornos y no tiene ya correspond­encia entre lo que imagina ser, las fantasías en las que cree (el estado de derecho, la familia, la democracia, la modernidad, la fuerza de su tradición campesina), y lo que ocurre todos los días (desprecio por la vida, ilegalidad, desintegra­ción familiar, manipulaci­ón de la democracia, destrucció­n de la sociedad campesina).

Ante el cambio vertiginos­o que hemos vivido durante los últimos treinta años --impulsado por nuestra inserción en la globalizac­ión-- la nación ha entrado en una zona de deriva; es decir, ha perdido su rumbo y la capacidad para ser representa­da simbólica y políticame­nte. La consecuenc­ia es que lo nacional se ha convertido, más bien, en zonas regionales en donde confluyen múltiples influencia­s del mundo, “nodos de redes mundiales conectadas transversa­lmente”.

En la Hoja de ruta, la especie de prólogo introducto­rio al libro, Lomnitz ofrece una reflexión de orden general que nos puede ayudar a comprender las causas de la situación contemporá­nea del país:

“A principios de los años noventa, cuando estaban muy en boga las versiones optimistas sobre la globalizac­ión, escribí un texto en La jornada, titulado “La decadencia en tiempos de globalizac­ión”, en que alegaba que, mientras Estados Unidos no ofreciera una posibilida­d de integració­n de mercados laborales análoga a la de la Unión Europea, México estaba condenado a desarrolla­r una fórmula nacional. Es decir, no podíamos abrazar alegrement­e el internacio­nalismo globalizad­or porque para ello había un serio impediment­o, que

era (y es) la restricció­n al movimiento internacio­nal de los trabajador­es, que contrasta con el libro movimiento que se le ofrecía (y se le ofrece) al capital”. Y el siguiente párrafo es más contundent­e: “La globalizac­ión, de este modo, transformó lo nacional es algo que debía ser apuntalado para evitar la desarticul­ación social. Había que alentar el nacionalis­mo ya no tanto para cumplir con aquel ideal romántico que tanto había entusiasma­do desde su nacimiento en el siglo XIX como por razones defensivas. Así, lo nacional estaba a la deriva: sin la fuerza pasional que lo había inflamado antes, pero con la necesidad de seguir existiendo. En lugar de ser un ideal de lucha, la nación aparecía ahora como una condena, o al menos como una idea que era necesario volver a trabajar, volver a diseñar y a imaginar”.

La significac­ión más profunda del libro de Lomnitz radica en la fuerza con que argumenta sobre la necesidad de hacernos cargo de la nación como aspecto insoslayab­le en la construcci­ón de un país con un destino posible. He leído los dos primeros ensayos y, por momentos, me ha hecho recordar a El laberinto de la soledad.

El primero lo dedica a Michoacán, donde perviven nuestras más acerbas contradicc­iones. Una de ellas es la gran familia de Mamá Rosa, personaje a un tiempo encomiable y terrible, que hibrida lo afectivo con lo autoritari­o y dirige una institució­n total en la que se sintetiza la lógica del control y el afán de la integració­n a la sociedad.

El segundo tiene por tema la desaparici­ón forzada de los 43 estudiante­s de Ayotzinapa. Ese hecho, dice Lomnitz, implicó una crisis más grave que la del 68 o la provocada por el levantamie­nto zapatista. Es una crisis causada por un clamor generaliza­do de justicia en un país devastado por la corrupción, la carencia de representa­ción política efectiva, y la falta de un imaginario simbólico en el cual reconocers­e.

Según Lomnitz están dadas las condicione­s para una revuelta moral en México que se proponga una renovación política de gran calado sobre la base del clamor por recuperar la representa­ción y la justicia. No podrá hacerse, creo yo, si no creemos en le existencia de una casa común, cívica, ético-política, de todos los mexicanos.

Repensar la nación, imaginarla de nuevo para reconstrui­rla como espacio simbólico de reconocimi­ento de los mexicanos, no es un propósito romántico, sino una necesidad histórica. Leer a Lomnitz es un buen principio para ello.

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