Las montañas fantasmales de los tsa ju jmí
La tierra de los chinantecos tuvo una reputación equívoca desde hace ocho siglos, como fuente de oro; su riqueza verdadera es el agua y la biodiversidad
Son los tsa ju jmí, “gente de palabra antigua”, pero el mundo los conoce como chinantecos. Habitan entre las montañas zapotecas, al sur, y la llanura costera que ha conformado milenariamente el fragoroso río Papaloapan, hacia el golfo de México, al norte.
Su país se llama La Chinantla (“cercado”, en lengua náhuatl), una zona famosa en las crónicas prehispánicas y coloniales por su joyería de oro. La baja Chinantla fue sometida por los mexicas, obligada al tributo y fuertemente explotada en sus recursos naturales a lo largo de seis siglos, lo que se coronó con los desplazamientos de decenas de miles de habitantes para dos proyectos hidroeléctricos en los tiempos del “milagro mexicano” (1940-1970).
Y arriba, protegida entre las barrancas empinadas, está la Chinantla Alta, hogar de un bosque de niebla (mesófilo de montaña) de alta diversidad biológica, tierra del jaguar, del temazate rojo (ciervo sin cornamenta), del tucán pico canoa y de la espléndida oropéndola de Moctezuma (Psarocolius montezuma), un ave de color llamativo que pareciera referir al espejismo del oro, preciado metal más bien escaso, que se extrajo de sus riadas a lo largo de los siglos, pero de existencias exageradas por una bien ganada buena fama de los trabajos de los orfebres locales. Hoy se pueden observar piezas chinantecas en el Templo Mayor de la Ciudad de México, oro nacido en los remansos de los ríos, los “placeres” (un vocablo extraño, y vista la experiencia humana, no tan equívoco: “2. m. arenal donde la corriente de las aguas depositó partículas de oro”, dice la segunda acepción del diccionario de la Real Academia Española), en el corazón de estas montañas.
Pero el verdadero gran tesoro se revela al viajero en cuanto penetra, desde la ciudad de Oaxaca, en las accidentadas brechas que transportan a este mundo hasta hace muy poco, olvidado: el agua.
“El idioma chinanteco […] tiene una de las taxonomías etnobotánicas más complejas y una de las clasificaciones de los objetos naturales más abundantes. Destacan, por ejemplo, 30 términos distintos para referirse a las formas del agua y diversos rituales y creencias en relación a ríos, arroyos…” (Los chinantecos, Emma Beltrán, Álvaro González, publicación de Grupo Mesófilo AC).
Ramiro José Sánchez, secretario de bienes comunales de Santa Cruz Tepetotutla, conduce una breve incursión entre una pequeña caída de agua de un manantial de las decenas que existen en la sierra, y alimentan, en la parte baja, al Papaloapan, uno de los cinco ríos más caudalosos de México. Esa relación causal con una región tórrida que es de alta relevancia en producción agropecuaria y electricidad, lleva a los indígenas de las tierras altas a la certeza de que el gran valor del recurso debe ser compensado. Por eso están empeñados, desde hace más de 20 años, en la protección voluntarias de sus bosques. La posibilidad de capturar carbono y agua es el eje de la economía de los servicios ambientales, que esperan sea el motor de su progresiva salida de la marginación y la pobreza.
Al atardecer invernal, la floresta está llena de sonidos y colores acendrados por la luz mortecina del sol que se oculta por el poniente; insectos y aves pululan entre la apretada hojarasca, la humedad refresca, pequeños reptiles se desplazan asustados por la irrupción humana, los jilgueros lanzan su canto melancólico que seguro dio origen a la tuba. Es un sendero interpretativo que ha sido diseñado por los comuneros, apoyados por la asociación que conformaron en los años 90 para tratar de mantener sus tesoros naturales: Corenchi (Comité de Recursos Naturales de la Chinantla).
El fuerte trabajo de levantamiento de datos, de monitoreo directo, de recorrido de los caminos del viejo bosque, ha permitido conocer mejor a sus moradores. Uno de ellos es el jaguar (Panthera onca), el mítico dios de los pueblos antiguos. La economía ganadera puso en riesgo la relación con el gran felino, pero con el ordenamiento del territorio y la diversificación, asegura el joven dirigente que la fiera tiene futuro en sus montañas.
“Había problemas de ataques de jaguar anteriormente, pero ahorita ya no entra a la zona donde tenemos el ganado, son terrenos que están cercados; también le estamos dando su lugar, porque antes no tenía mamíferos qué comer, y como se quedaba sin alimento, bajaba. Muchos lo cazaban. Pero ahora el jaguar está ya en el bosque, y
El pueblo chinanteca busca reducir la pobreza en equilibrio con la naturaleza