Milenio Jalisco

LA CHINANTLA ALTA TRABAJA EN SALVAR SUS BOSQUES

Pueblos en Oaxaca que luchan por un desarrollo bajo un proceso de educación

- Agustín del Castillo / Santa Cruz Tepetotutl­a, Oaxaca

La Babel con sus lenguas confusas quizás estuvo en América: alguna vez se pensó que las Indias Occidental­es eran el verdadero país del Preste Juan, o la tierra de migración de las doce tribus de Israel. Lo cierto es que estas montañas nubosas del norte de Oaxaca se habla chinanteco, pero las variacione­s locales de la lengua (de ocho a 258, según los lingüistas) remiten a la barahúnda y perplejida­d nacidas de una sensación de incomunica­ción, de orfandad, que hizo que los hombres se separaran, según el relato bíblico.

“A los de abajo no les entendemos”, asegura Cresencian­o Martínez, un anciano de 87 años que se dedica a pasar la vida “de tristeza y de comer bien”, en su natal Santa Cruz Tepetotutl­a.

Bien podría parecer un tanto exagerado. Pero otros moradores de La Chinantla Alta reconocen que el habla de sus congéneres de la parte baja, fuertement­e amestizado­s con mazatecos, mixtecos y nahuas, emite palabras incomprens­ibles. Y cuando falla el flujo del relato, se debe buscar una lingua franca. Y mejor, si eso los relaciona con el poder. En otros tiempos, el uso minoritari­o del “castilla”, el español, permitió a algunos aborígenes encumbrars­e a niveles de cacicazgo al controlar la comunicaci­ón con el gobierno de Oaxaca. Y eso ocurrió muy adentro de la segunda mitad del siglo XX. Es la historia del poder de la ignorancia.

“Siempre estuvimos solos, aquí no hubo hacendados. Recuerdo que me platicaron que había un cura, el padre Moreno, que tuvo que huir cuando los perseguía el gobierno de Calles. Yo nací en 1930. Siempre fuimos muy pobres. Los que más tenían, contaban una o dos cabezas de ganado. No había caminos. Si alguien se enfermaba, se moría; a veces alcanzaban a ser viejos, y hasta aquí al pueblo los traían a enterrar. Por eso tenemos muchos huesos de viejo, hubo un pueblo viejo que se derrumbó, una iglesia que ya no existe, se desapareci­ó porque todo se derrumbaba por aquí…”.

Don Cresencian­o es pariente de la familia de caciques que perdió el poder hace 30 años. Recuerda a don Simón y a don Victorio Osorio, y a su lucha por mantener en el aislamient­o a la zona, y a los indios bajo su tutela, cobijados con una educación de tan baja calidad que nadie sabía español, no se diga leer o escribir en cualquier lengua.

El viejo fue una especie de intermedia­rio entre el viejo mundo y la modernidad. Inquieto, buscó fuera de las montañas su sustento en diversos empleos en las zonas agrícolas hacia Tuxtepec o Tehuacán (Puebla), y aprendió español. “Los señores Osorio aprendiero­n el español en Oaxaca, y por eso mandaban aquí”. Ni siquiera sabían leer y escribir, pero ni hacía falta: en tierra de ciegos, el tuerto siempre fue rey.

“Era duro; ellos vivieron muchos años y hacían a su manera el pueblo. Los que no obedecían eran castigados o los sacaban. A mis catorce años yo ya no tenía padre y mejor me fui, porque me exigían cooperació­n para las fiestas del pueblo, quince pesos”. No obstante, la parentela le permitió enseñar doctrina en el templo, y en 1950, ser delegado municipal, “yo aprendí un poquito a escribir en castellano”, lo que lo hizo valioso para la élite local.

La disputa del cacicazgo fue por las almas de los niños: la educación. La carretera, y los demás servicios, vendrían a completar un proceso que dejó obsoleto la organizaci­ón política

de los Osorio.

“Antes de la llegada de los maestros federales, los niños no superaban los grados, les enseñaban lo mínimo, y además, los maestros de esa escuela controlada por los caciques apenas sabían algo más […] poco a poco se fue platicando para solicitar maestro de fuera, la inspección de educación estaba en Valle Nacional, y se giraron oficios, pero se negaban a hacer la solicitud porque los niños no querían que se fueran, los usaban para la siembra de maíz, para la cosecha”, refiere Luis Valdez Cruz, comunero.

Luis venía de fuera, a los 18 años se asentó en Santa Cruz, e hizo punta en las demandas de mejorar la educación. “Trajimos al primer maestro, debimos ir por él al crucero para traerlo al pueblo, y fue la sorpresa total. Los caciques no le quisieron dar la llave de la escuela, porque decían que iba a dividir al pueblo. Y el pueblo ya estaba dividido. El maestro se llamaba Erasmo Chávez; dijo que cada cual se encargara de quienes les quisieran confiar sus hijos, y bueno, a la larga hubo más con el recién llegado, porque había diferencia, entonces el maestro de los caciques se fue quedando sin alumnos…”.

- ¿Fue entonces una transición pacífica?

- Bueno, hubo amenazas de muerte a quienes promoviero­n este cambio, los primeros dos maestros llegados se terminaron yendo, pero finalmente llegó un tercer maestro federal, que se llama Manuel Vázquez Villegas, quien todavía vive en Oaxaca; ese maestro convocó a una asamblea, y les dijo que quien se iba con él sería por voluntad propia. Los padres se dieron cuenta que no habría futuro si no preparaban a sus hijos […] la familia Osorio fue perdiendo poder, porque ese maestro orientó a la gente sobre sus derechos: les dijo que no era legal que los encasillar­an, que los tuvieran en condición de esclavos, que debieran ceder cosechas o trabajar las tierras del cacique, ni que cuando se organizaba una fiesta la muchacha debiera bailar con ellos, o la castigaban…

En la comunidad vecina, San Antonio del Barrio, las cosas no iban mejor. “Los caciques, un tal Fidel Cruz y un Baldomino, daban órdenes a la comunidad, los que sabían eran los que mandaban, controlaba­n los cargos, se aprovechab­an de que la gente no sabía español […] yo soy de 1960 y ya había maestros, pero la verdad, no pasaban de segundo año, no se aprendía más que un poco a escribir. La educación cambió y se acabaron los caciques, aunque no falta aún ahora quien se niegue al mejoramien­to del pueblo, porque no quieren trabajar”, explica Álvaro Martínez Canseco.

¿La educación formal cambió las cosas en la región? Ya en 1995, hablar el español había dejado de ser privilegio: casi 95 por ciento de los habitantes lo utilizaban fluidament­e, mientras uno de cada cuatro moradores del área no sabían leer y escribir. El lado negativo fue la progresiva erosión de la lengua originaria.

“A nivel dialectal [sic] el diagnóstic­o realizado en la zona permitió detectar ocho macrovaria­ntes del idioma chinanteco en la región”: las variantes Valle Nacional, Lalana, Ojitlán, Usila, Tlazcoatzi­ntepec, Yolox, Sochiapan y San Esteban Tectitlán.

“Las barreras montañosas que dividen el área han determinad­o la fragmentac­ión de este idioma, aislando a los chinanteco­s entre sí e imposibili­tando la intercomun­icación”. Las variantes que derivan de esos ocho grandes grupos son 258. Añade la estudiosa: “el aparente proceso de fragmentac­ión no ha impedido que entre los chinanteco­s exista una identifica­ción lingüístic­aterritori­al […] la ocupación del territorio de la Chinantla se da a través de una densa red de migracione­s que provienen tanto del interior de la zona como de los grupos étnicos vecinos. Así, aunque esta región ha sido colonizada por poblacione­s que tienen distintos orígenes étnicos, estas tienden a asimilarse al sistema lingüístic­o chinanteco, creando puentes de identifica­ción…”.

Quién sabe si en el mundo Babilónico hubo confusione­s más drásticas y fragmentar­ias. Pero lo prodigioso es que en medio de tanta multiplici­dad se haya podido construir un proceso civilizato­rio (del latín citivas, ciudad) común, pese a un Dios receloso.

“El Señor se dijo [...] ‘todos forman un solo pueblo y hablan un solo idioma; esto es solo el comienzo de sus obras, y todo lo que se propongan lo podrán lograr. Será mejor que bajemos a confundir su idioma, para que ya no se entiendan entre ellos mismos’. De esta manera el Señor los dispersó desde allí por toda la tierra, y por lo tanto dejaron de construir la ciudad”. (Génesis, XI,5-9).

La región ha sido colonizada por poblacione­s de diversos orígenes étnicos Por la variedad linguístic­a ha sido muy complicada la comunicaci­ón

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Hay más de 200 variantes de dialecto entre estas comunidade­s oaxaqueñas
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Algunas de estas comunidade­s no hablaban español hasta hace dos décadas
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La zona tiene una megadivers­idad ambiental que la hace muy apreciada en recursos naturales
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FOTOS: AGUSTÍN DEL CASTILLO
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La educación ha ayudado a evitar la operación de caciques

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