Milenio Jalisco

FÁBULAS DE NOCHEBUENA

Lea dos relatos mexicanos sobre la Navidad

- Glafira Rocha

No es una buena fecha para nacer, pero tampoco para morir. ¿Comprendes esto?, es necesario que me digas si esta comunicaci­ón te está llegando, es importante, no puedo continuar si no te esfuerzas en decir una palabra. Dame una señal.

El día anunciado, cumpliría mis nueve años. Alrededor de las doce de la noche entre el 24 y 25 de diciembre de 2017, justo durante la cena navideña. En ese instante, la línea continua del tiempo, deja de existir.

Cuando cumplas los nueve, papá le gritará a mamá y caerá en el piso, será un paro cardiaco fulminante a sus 36. Es el día en que dejas de hablar, pierdes la voz, ¿dime por favor si me estás escuchando? Ya van a ser las doce de la noche del 24 de diciembre del 2053 y aún no sé si estos mensajes te están llegando. Quiero corroborar si mis intentos de entablar una conexión funcionan. Es muy sencillo, esta informació­n nos ha llegado a través de todas nuestras existencia­s, somos viajeros y nos pasamos la estafeta, a mí me fue legada en el 2026, ¿entiendes? Se trata de recuperar la voz, de cambiar el pasado, de que no te pierdas en la marea de las burlas constantes, del claustro autoimpues­to, de una risa que jamás volvió… eso creía. Tuve que escuchar el mensaje, me esforcé por hacerlo y por eso quiero entrar en contacto contigo. Uno de los viajeros me dijo: “los viajes en el tiempo no necesitan de una máquina, eso es una mentira, ha sido un pretexto para que la tecnología cumpla la función primordial dentro del complejo desarrollo de la estructura humana”. Mientras lloras y ves que se llevan a papá, te digo: “hay una parte tuya que está en otro grado de desarrollo psíquico y espiritual, le llamamos el yo multidimen­sional”. En alguno de los encuentros me explicaron que el secreto para hacer el viaje está en abrir el corazón, tuve que descifrar ese código, investigué en diversas tradicione­s y todas llegaban al Anahata, un vórtice de micro–energía que nos pertenece a todos, gira al contrario de las agujas del reloj, tiene dos extremos, uno se conecta con la parte frontal a la altura del corazón y el otro en la espina dorsal. Esta energía en miniatura se relaciona con la glándula thymus, que aloja a las emociones y al sistema inmunológi­co. Cerramos esta micro–energía por el miedo. ¡Ya deja de llorar, concéntrat­e, nos quedan pocos segundos!: “es necesario abrir el vórtice para que me puedas escuchar”. Es en el silencio, desde el desprendim­iento de toda preocupaci­ón, que podemos hacer el viaje y encontrarn­os. Escucha mi voz pero déjala fluir, confía. Aún con tus ojos abiertos, imagina la apertura en el tórax y deja que el silencio permee, este es el secreto para la conexión. ¡Eso es, has perdido la voz! Durante el silencio, las palabras flotan, las observas a lo lejos sin pertenecer a ellas, dejas que viajen. Pasados y futuros aparecen, no te fundas en su danza. Mantente en el presente, en la claridad, enfócate en esa energía que baja hacia tu pecho y después confía. Suelta y escucha.

Un niño de nueve años ya sabe llorar sin necesidad de que un dolor físico le sea infligido, entiende perfectame­nte cuando su padre muere y decide, de alguna manera incomprens­ible, que es mejor dejar de hablar. Los doctores me dijeron de una disfonía espasmódic­a perenne, la chamana comentó que el susto permitió que una entidad se robara mi voz. Lo cierto es que decidí escribir sin parar en el pizarrón electrónic­o–multifase y no quise una voz artificial. Algo dentro de mí me decía que era lo mejor. Las navidades fueron silenciosa­s aún con mamá presente. Pero esa navidad del 2044 fue diferente, en medio del ruido apagado se presentó la taquicardi­a, quise que saliera mi voz para decirle a mamá, pero ella, dentro de su mirada perdida, no se dio cuenta. Respiré profundo en medio

de la confusión, caminé hacia la ventana para que me diera el aire, pero un dolor en el pecho, tal vez como lo sintió papá, paralizó mis sentidos. Morí, el corazón entró en huelga y dejó de funcionar. En medio de la incertidum­bre de dejar la existencia, escuché una voz infantil, como aquella que perdí a los nueve años: “No se trata de recuperar la voz, hemos decidido perderla, porque solo desde el mutismo es que en realidad podremos viajar por el tiempo. Si lo sabes tú, lo sé yo. No tengas miedo, el miedo es el que mata, no el corazón que se rinde en sus funciones. Deja que tu pecho se abra, que palpite a un nuevo ritmo. Permite que las palabras corran en el río de un pensamient­o vacío y entonces, la verdadera y silenciosa voz, será la guía en el camino por la espiral del tiempo”.

Pum, pum, “Suelta y escucha”. El corazón late de nuevo. El futuro es el presente y el pasado aún no existe. Ahora entiendo mi propósito: esta fecha es la que algunos viajeros escogemos para nacer, para morir, para dejar un mensaje. Escribo esta carta, para que tú, quien ahora lee, conozca el secreto y emprenda el viaje. Esta es mi señal. Glafira Rocha (Culiacán, Sinaloa, 1974) es autora de Azul, El rumor de los días que vendrán y Minerva quiere volar, entre otros libros.

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