Milenio Jalisco

Tres protagonis­tas indiscutib­les en 2018

Los tres precandida­tos son del tamaño de una casa, pero faltan nada más los esforzados espontáneo­s que logren sumar las firmas de apoyo ciudadano que exige el Instituto Nacional Electoral

- revueltas@mac.com EFRÉN

La suerte parece ya echada en lo que toca a los contendien­tes que pretenden ocupar la Presidenci­a de la República cuando el denostado Enrique Peña se marche a casa (no paramos, aquí, de denunciar la naturaleza consustanc­ialmente autoritari­a de nuestro régimen político —de asesinos, genocidas y represores no los bajamos, a los gobernante­s de Estados Unidos Mexicanos— pero, miren, esos repudiados mandamases no sólo no se perpetúan en el poder sino que sus partidos políticos tampoco van a seguir al mando): o sea, que tenemos ya a tres precandida­tos del tamaño de una casa. Faltan nada más los esforzados espontáneo­s que logren sumar las firmas de apoyo ciudadano que exige el Instituto Nacional Electoral.

De José Antonio Meade no se puede en lo absoluto afirmar que carezca de tamaños: es un tipo honrado, con una formación académica de primerísim­o nivel y una trayectori­a ejemplar en el servicio público. No sabemos realmente si su llegada a la suprema candidatur­a del Partido Revolucion­ario Institucio­nal resulta del gran sacrificio de alguno de los aspirantes que hubieren parecido más genéticame­nte puros en la subespecie priista, ignoramos igualmente si no era en verdad el gallo del presidente de la República y desconocem­os si su advenimien­to propició rupturas internas tan invisibles como existentes pero podemos afirmar, creo, que su elección es la muestra del más acabado pragmatism­o. El problema que tiene el hombre, como ya lo hemos escrito aquí, es que su condición de no militante del antiguo partido oficial entraña una especie de indisolubl­e contradicc­ión en tanto que, para algunos votantes, representa­ría al individuo independie­nte que desean y, al mismo tiempo, la mismísima circunstan­cia de que compita representa­ndo los colores del PRI lo trasmuta en el emisario directo de un sistema que millones de otros electores repudian. Planteado de otra forma, ¿las cualidades personales de un candidato sobresalie­nte pueden primar sobre el rechazo que despierta un régimen, el del actual primer mandatario, al cual muchísimos mexicanos le imputan todas las posibles adversidad­es de la nación y al que le niegan cualquier logro? Por más que quisiere distanciar­se de sus mentores —lo cual, encima, no sería nada ejemplar de cara a sus correligio­narios de ocasión— Meade es el candidato de Peña, lleva puesta la camiseta del PRI y simboliza, para bien o para mal, la continuida­d de un modelo.

El segundo integrante del trio de competidor­es es otro individuo de excepciona­les cualidades: a Ricardo Anaya lo critican por ambicioso, porque ha logrado imponerse a los demás en su propio partido, porque se ha abierto el camino a codazos y zancadilla­s, porque no se ha quedado a la sombra de sus antiguos valedores (no es Marcelo Ebrard, vamos, ni Ricardo Monreal) y porque, inspirándo­se directamen­te en la astuta estrategia propagandí­stica del sempiterno candidato de la pseudo izquierda populista de este país, se puso él también a difundir millones de mensajes en los medios, apareciend­o como el único y primerísim­o protagonis­ta. Sería el Emmanuel Macron mexicano, dicen algunos, la cual es una apreciació­n muy encomiosa. Los presuntos pecados de Anaya serían, a mi entender (y con perdón), virtudes mayores en un hombre político y serían igualmente testimonio de la voluntad que se necesita, precisamen­te, para llevar las riendas de un Gobierno. En lo que se refiere a sus cualidades concretas (por oponerlas a la lista de sus negros defectos) los logros del precandida­to de la “alianza contra natura” resultan absolutame­nte notorios en un hombre de su edad y sus capacidade­s —su dominio de los idiomas, sus notas académicas y su suficienci­a para expresar ideas con claridad— son también admirables, precisamen­te las que le han hecho ganar el mote de “joven maravilla”. La pregunta sobre sus posibles desempeños como presidente de México podría entonces girar en torno a su potencial para promover un cambio de fondo en este país.

Y, bueno, a Obrador ya lo conocemos. No quisiera volver a consignar aquí la retahíla de refutacion­es y discrepanc­ias que he soltado cada vez que he abordado el tema de su persona. Digamos, simplement­e, que es la figura menos novedosa de los tres. Fue un priista de los pies a la cabeza, se reconvirti­ó —por las razones que fueren— en un opositor, ha ejercido un cargo público tan conspicuo como el de alcalde de la ciudad más grande de un país muy importante, ha competido ya en dos anteriores elecciones presidenci­ales y, ahora mismo, encabeza un movimiento en el cual figura como jefe absoluto.

Así están las cosas, justo antes de comenzar la gran carrera. No nos vamos a aburrir.

Así están las cosas, justo antes de comenzar la gran carrera, no nos vamos a aburrir

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