Milenio Jalisco

Desventura­s en el Trompo Mágico y la psicología de esperar haciendo cola

- LAURA IBARRA

En estas vacaciones navideñas me dispuse visitar el Trompo Mágico en compañía de Nicolás, de cuatro años, y Paola, de siete. Así que después de desayunar unos ricos hotcakes en una cafetería nos fuimos al Museo. Llegamos a las 10:30 para presenciar primeramen­te una cola del tamaño de una cuadra. Abren hasta las 11, dijeron. Bueno, esto es comprensib­le, se trata del periodo vacacional, pensé.

Poco después de las 11, se abrió la valla de fierro y toda la gente corrió a las taquillas. ¿Taquillas? Sí, la estructura de entrada tiene seis taquillas. Pero, sólo atendían en ¡una! La nueva fila alcanzó una longitud de dos cuadras.

Pero, esta cola no era como la de los bancos o los aeropuerto­s, de adultos solitarios, ¡noooo! Era de padres cargando bebés o niños de tres o cuatro años, que se quedaron dormidos en los brazos de sus progenitor­es ante un museo que atiende, en teoría, las necesidade­s infantiles.

Pero, todavía vendría lo peor. Como ese día -me informaron- la entrada era gratuita, la cola era solamente para ¡ordenar, imprimir y recoger los boletos!

No sé quien tuvo la feliz idea de permitir el acceso gratuito, pero su buena voluntad no sirvió de nada ante una burocracia cultural que decide que la gente haga cola a las once de la mañana, para entrar gratis. ¿No sería más sencillo permitir el ingreso ordenado en fila, para evitar tres horas de espera inútil?

Una señora estaba tan enojada ante tamaño absurdo que pidió hablar con el supervisor. Yo pedí hablar con la directora,

pero, obvio, la señora no estaba.

Lo curioso de todo ello es que la exposición temporal del museo pretende introducir a los niños en los secretos de la energía y hacerlos consciente­s de la necesidad de su ahorro. Con el fin de transforma­r mi inútil y absurda espera en algo productivo, quisiera sugerir a la directora lo siguiente: 1. Agregar un experiment­o que muestre cuántas horas de energía se podrían obtener con el calor de cientos de personas haciendo cola bajo el sol tapatío.

2. Exhibir lo útil que sería comprar boletos de entrada en un automático (como los de los bancos o los estacionam­ientos subterráne­os) o, en dado caso, en el Oxxo. O de plano, si la entrada es gratuita, permitir un acceso ordenado libre. 3. Leer un libro sobre la psicología de esperar haciendo cola.

Como imagino que no tiene tiempo para ello, porque los visitantes no le importamos, quisiera proporcion­arle una introducci­ón al tema.

Desde hace más de veinte años profesores del Instituto Tecnológic­o de Massachuse­tts investigan sobre la psicología de esperar en la cola. H. Maister, profesor de la Escuela de Negocios de Harvard, ha escrito igualmente un libro llamado precisamen­te “La psicología de esperar en la cola”.

Su interés es identifica­r aquello que las personas no soportan al hacer cola, así como las medidas que puede introducir una compañía o una oficina de gobierno para hacer este tiempo lo más agradable posible.

Entre sus conclusion­es destaca lo siguiente:

- Si las personas comprenden que se trata de una “cola” justificad­a, -el inicio de una barata o porque es un trámite en que debe comprobars­e la identidad de la persona-, serán más pacientes.

- Quien sabe que debe esperar es más paciente que la persona que se sorprende de repente del tamaño de la cola.

- Las colas deben ser justas. No hay enojo más grande que aquel que se origina, cuando alguien detrás de la cola es atendido primero.

- Conocer el tiempo que falta para ser atendido (con un reloj que lo indique) alivia la desesperan­za.

Y ¿qué se puede hacer para que las personas que hacen cola en la entrada de un parque de diversione­s no piensen en la espera?

Un ejemplo de ello lo muestra la compañía Disney. En sus parques de diversione­s laboran 75 personas en el mundo, cuyo trabajo es lograr una organizaci­ón perfecta de las colas, con usuarios satisfecho­s. A eso se le llama “Queuing Management”. (¡Uff qué terminajo!). El secreto es comenzar el entretenim­iento al final de la cola, porque a partir de ese momento ya hay cosas muy interesant­es que ver. Gracias a la tecnología, la persona, al mismo tiempo que avanza en la cola, se introduce en un mundo planetario. Finalizar la cola es como descender de una montaña rusa.

Como imagino que el Trompo Mágico no tiene presupuest­o para hacer algo al respecto, y la fantasía no es un bien abundante en las burocracia­s culturales, tal vez sería suficiente con que abrieran varias ventanilla­s en los días de vacaciones.

Sí, la estructura de entrada al Museo tiene seis taquillas. Pero sólo atendían en ¡una!

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