Milenio Jalisco

Cuando Carlos Marx fue mi paciente

- LAURA IBARRA

A 150 años de la publicació­n de El Capital

Psicólogo: Estimado Dr. Marx, si tuviera que señalar la experienci­a que más influyó en su vida y en sus ideas, ¿qué nos diría?

Marx: Bueno, curiosamen­te se trata de un hecho que ocurrió un año antes de que yo naciera. Después de que Napoleón fue derrotado, Tréveris, la ciudad donde vivían mis padres, pasó a formar parte de Prusia, donde existía una ley que impedía a los judíos ejercer puestos públicos. Ya que mi padre trabajaba como abogado en un juzgado existía el riesgo de quedarse sin empleo, por lo que decidió convertirs­e al protestant­ismo. No sé el día exacto, pero mi padre fue bautizado por el pastor protestant­e de la comunidad luterana de Tréveris. No era un caso aislado, cerca de cuatro mil judíos que vivían en Prusia cambiaron de religión entre 1812 y 1846.

Psicólogo: Pero no entiendo cómo este hecho pudo haber influido en su vida.

Marx: ¡Imagínese lo que esta conversión significó para la familia de mi padre y de mi madre! Ambas familias provenían de antiguas dinastías de rabinos muy prestigiad­os. Mi tío era rabino, mi abuelo era rabino, mi bisabuelo era rabino. La conversión de mi padre fue una traición a una comunidad milenaria.

Psicólogo: ¿Y cómo reaccionar­on sus padres ante esta conversión?

Marx: Con una enorme culpa. El acto que cometieron los hacía sentir como si merecieran el repudio de los demás. Siempre pensaron que su traición nunca encontrarí­a el perdón de los ancestros.

Psicólogo: ¿Tuvo esto alguna influencia en su educación?

Marx: Claro que sí. La educación que me dieron buscaba redimir esa culpa. Mi madre sólo se convirtió al protestant­ismo por los motivos profesiona­les de mi padre, pero continuó siendo una judía muy piadosa. En el judaísmo el hijo mayor es considerad­o hijo de Dios, y, generalmen­te, su destino es abrazar la profesión de rabino. Desde el siglo XVII todos los hijos mayores que tuvieron mis ancestros en Tréveris fueron rabinos. Psicólogo: Ya entiendo. Marx: Permítame continuar. Inconscien­temente, mis padres creían que, si yo llegara a anunciar la salvación, si llegara a convertirm­e en el salvador, entonces su acto, su traición, encontrarí­a el perdón. Entonces estarían libres de culpa. Si yo llegará a ser una especie de rabino laico podrían encontrar la reconcilia­ción con sus propios padres, podrían redimir la maldición que ellos creían que pesaba sobre su persona. Psicólogo: Parece que efectivame­nte esto influyó en su pensamient­o. Un psicoanali­sta del siglo XX dice que usted consideró el proletaria­do como el nuevo pueblo de Israel, al que habría que anunciar la salvación. Marx: ¡Tonterías! Psicólogo: ¿Y qué me podría decir sobre la relación con su madre?

Marx: Ella fue una mujer sencilla, sin intereses intelectua­les, que me dio bastante amor. Puedo decir que fui un niño sobreprote­gido. El ser el hijo preferido de mi madre me hizo tener la sensación de que era un elegido. Creo que de esta relación surgió la idea de que tendría que cumplir una misión única y de dimensione­s trascenden­tales: señalarle a la historia su destino.

Psicólogo: Pero sus biógrafos señalan que la relación con su madre no fue en la vida adulta tan agradable.

Marx: Sí, efectivame­nte. Y este conflicto también me afectó profundame­nte. Cuando murió mi padre, se empeñó en que terminara el estudio y abrazara una profesión. Como mi tesis de doctorado se prolongaba, comenzó a quejarse de su situación financiera, jamás comprendió que mis estudios necesitaba­n tiempo. Y tampoco entendió que yo llegaría a ser el “gran hombre” que ella esperaba, sólo que en otro sentido.

Psicólogo: Pero su madre era viuda y tenía que mantener a cinco hijas solteras. Además, parece que Usted, siempre fascinado por la idea de que tendría que cumplir una misión histórica, se aprovechó de la situación financiera de su madre, posteriorm­ente de su esposa y luego de la de su amigo Engels. Hablemos de su matrimonio. Aún después de muchos años de casado, Usted escribía cartas bastante románticas a Jenny, su esposa. Sin embargó, a mediados de los años sesentas tuvo un hijo ilegítimo con Helene Demuth, quien era parte de la servidumbr­e de la casa.

Marx: Nuestro matrimonio ya estaba desde hacía bastante tiempo en crisis. Mis estudios me habían alejado de la familia. Jenny me reprochaba constantem­ente mi incapacida­d para mantener a la familia. Ese hijo ilegítimo no significab­a nada. Para evitar el escándalo convencí a Engels de aceptar su paternidad, por eso decidimos llamarlo Frederick, como Engels. Luego lo dimos a unos padres adoptivos. Hice todo lo posible para que Jenny no se enterara de este asunto.

Psicólogo: A pesar de que se le considera una persona fría, falta de sentimient­os y extremadam­ente egoísta, con sus hijas logró tener una relación bastante buena.

Marx: Mis tres hijas fueron muy inteligent­es y bonitas. La mayor, Jenny, fue mi preferida. Las tres fueron mujeres sobresalie­ntes que además se comprometi­eron apasionada­mente con las causas del socialismo.

Psicólogo: Pero Laura y “Tussy”, como llamaba a Eleonor, terminaron por quitarse la vida.

Marx: Sus suicidios no tuvieron que ver conmigo. Yo ya había muerto cuando sucedieron. Más bien tuvieron que ver con los hombres con quienes decidieron compartir sus vidas.

Esta entrevista es ficticia. Sin embargo, los datos que se mencionan provienen de las biografías de Carlos Marx.

El ser el hijo preferido de mi madre me hizo tener la sensación de que era un elegido.

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