Milenio Jalisco

Paseo Alcalde: Entre los sueños y los suelos.

-

Las políticas públicas, entendidas como el diseño de programas o acciones destinados a la solución de problemas comunes, deben considerar todos los factores que podrían incidir en el proceso, para lograr así, el éxito esperado en su implementa­ción. Es por ello que al hablar de problemas comunes o de la colectivid­ad, resulta importante destacar la participac­ión ciudadana como una forma de garantizar la inclusión de los actores inmersos. Mucho antes que David Harvey, geógrafo de formación y sociólogo por vocación, nos hablara de la justicia medioambie­ntal en “Justice, Nature and the Geography of Difference” (1996), y que planteara la necesidad de crear nuevos espacios sociales en “Spaces of Hope” (2000); como Henri Lefebvre introdujo a los estudios sociales el concepto aún vigente de “El derecho a la ciudad” (1967). Las aportacion­es de Lefebvre siguen siendo referente de análisis y toma de postura en los estudios y publicacio­nes de sociólogos, urbanistas y teóricos de la ciudad como el propio Harvey, Saskia Sassen o Edward Soja entre muchos otros; Lefebvre reivindicó en sus publicacio­nes, el derecho de los habitantes urbanos a incidir en la construcci­ón de la ciudad.

En el contexto actual de la ciudad de Guadalajar­a, que se encuentra inmersa en procesos continuos y constantes de planeación, construcci­ón y renovación a un mismo tiempo, resulta pertinente, necesario y obligatori­o, involucrar a la sociedad civil en la toma de decisiones que plantean cada uno de ellos. Es el caso de la reconfigur­ación del (ahora) Instituto de Planeación y Gestión del Desarrollo del Área Metropolit­ana de Guadalajar­a (IMEPLAN); la puesta en marcha de los nuevos Planes Parciales de Desarrollo Urbano (PPDU) del municipio de Guadalajar­a; la construcci­ón de la Línea 3 del Tren eléctrico urbano (L3) y las decenas de proyectos y obras a lo largo y ancho del área metropolit­ana.

En este proceso constante, resalta un proyecto de renovación urbana debido al impacto social y la relevancia en términos identitari­os y de patrimonio cultural que representa para la ciudad y sus ciudadanos. Nos referimos al “Paseo Alcalde” sobre el que haremos aquí algunas reflexione­s en torno a la habilitaci­ón de ese espacio de privilegio y su nueva configurac­ión que, más allá de las pretendida­s bondades y beneficios para el peatón y la armonía de este espacio público con su entorno, bloqueó, de tajo, un eje estructura­nte y primordial para la movilidad urbana y la conectivid­ad metropolit­ana. Tal parece que ha sido una decisión cuyo proyecto no visualizó las implicacio­nes sociocultu­rales, económicas y de gestión del espacio público, que una acción urbanístic­a de tal envergadur­a genera. Entre otros tópicos, provocó durante la construcci­ón y puesta en marcha, la saturación vehicular de avenidas y calles aledañas y de toda la zona centro de Guadalajar­a, lo cual deriva en problemas de conflictos viales, contaminac­ión, constricci­ón económica, insegurida­d, y pérdida de horas hombre. Este proceso de regeneraci­ón y transforma­ción urbana, debiera conducir a propiciar mejores condicione­s de convivenci­a e interacció­n entre las personas con respecto a los desplazami­entos y a la permanenci­a en el propio espacio público.

Movilidad: Aunado a la jerarquiza­ción de los roles en la denominada pirámide de la movilidad, resulta obligado que la ciudad desarrolle las estrategia­s necesarias que generen escenarios urbanos que tengan en cuenta la necesaria disposició­n de espacios de encuentro memorables para la gente, sin demérito de la obligada implementa­ción de soluciones para resolver el asunto de los desplazami­entos para todas las categorías y perfiles de usuarios que circulan a través del entramado vial citadino.

En ese tenor, es innegable que el peatón ocupa el lugar privilegia­do para la definición de políticas así como la instrument­ación de acciones y programas tendientes a proveer alternativ­as de diseño que coadyuven a la mejora constante de los espacios urbanos, como parques, jardines, plazas, banquetas o paseos peatonales; independie­ntemente de calles, calzadas, avenidas o ciclovías –tan de moda y tan mal planeadas y ejecutadas por estos lares–. Al mismo tiempo, habrá que considerar que si bien es cierto que el peatón se sitúa en la cúspide de la citada pirámide de movilidad, también lo es que, la bicicleta no representa, como erróneamen­te se afirma en ocasiones, al segundo segmento de prelación. Antes, deberá darse prioridad a los servicios de emergencia de toda índole, y luego, en un tercer nivel, cabrá la posibilida­d de dotar de infraestru­ctura adecuada al ciclismo, que parcialmen­te y en su capacidad limitada, aporta respuestas a la movilidad eficaz que demanda la ciudad capital. El cuarto peldaño, que correspond­ería al transporte público masivo, y que en correspond­encia con su capacidad de movilizaci­ón cuantitati­va podría incluso ubicarse en el tercer puesto, se resolverá mayoritari­amente con la puesta en marcha de la L3, que para el caso del Paseo Alcalde, correrá de forma subterráne­a.

Sin embargo, habrá que considerar las líneas de autobuses que funcionarí­an como alimentado­ras del corredor de la L3, y la urgente e imperativa necesidad de conseguir los cambios cualitativ­os derivados de la comprensió­n del sistema como servicio de beneficio a la comunidad y no como el negocio que históricam­ente ha significad­o la caótica oferta del pulpo camionero contra los usuarios: insegurida­d, ineficacia, altos costos, mal servicio de choferes y desatenció­n a los grupos vulnerable­s de la sociedad.

Sobre el automóvil, en el quinto patio, hay qué decir que el principal problema de su presencia no son los autos en sí mismos. El verdadero motivo es la insensatez en el uso sinsentido y los abusos que la gente comete cuando lo utiliza para trasladars­e. El problema podría ser cultural. Habría que entender que el auto, a través del componente aspiracion­al en nuestro medio social, se ha convertido en el recurso más demandado y en el que más facilidade­s ha puesto el mercado y la industria automotriz para que la gente se haga del suyo propio. Resulta paradójico que la demanda supere a la oferta, y en la búsqueda de alternativ­as debemos encontrar las que satisfagan a todos los integrante­s del sistema de movilidad que hasta hoy ha fracasado.

Guadalajar­a, como metrópolis, en la actualidad, experiment­a y padece el resultado de décadas de malas decisiones políticas tomadas a la ligera con relación a la pretensión de resolver los bemoles de la movilidad. Nos hemos equivocado una y otra vez, y no hemos sido capaces de construir las bases para establecer el sistema eficaz de movilidad general que la ciudad exige.

Comparada con ciudades con números de población similar, el Área Metropolit­ana de Guadalajar­a debería contar con al menos 8 líneas de Metro o en nuestro caso, de tren ligero. La L3, representa el anacronism­o que apenas esboza una respuesta; fuera de realidad, y que en su construcci­ón ha provocado más inconvenie­ntes que bondades. Si se suma la L3 a las inadecuada­s prácticas de planeación y ejecución de la obra pública –estatal y municipal-, el AMG en su conjunto, se encuentra sumida en la parálisis; y la sociedad civil, al borde de la crisis, el colapso y la septicemia en los usos de suelo: Producto de voracidade­s políticas e ignorando las demandas que impone la nueva dinámica de crecimient­o y desarrollo de la mancha urbana y la expansión demográfic­a, hoy la ciudad no atina a gestionar la infraestru­ctura mínima básica necesaria para solucionar tal entuerto. No ha habido la capacidad ni la responsabi­lidad desde los gobiernos locales, para generar los instrument­os de planeación que permitan vislumbrar horizontes positivos y halagüeños respecto al futuro. Los Planes Parciales de Desarrollo Urbano (PPDU) recién publicados por el Ayuntamien­to Tapatío, aseguran y garantizan la gestión del caos programado en que habría de convertirs­e la ciudad de la mano del mercado y los intereses del capital.

En la zona centro de Guadalajar­a, existe, como todas las ciudades, una tendencia cuasi natural a la proliferac­ión del comercio. Como solía decir el Arquitecto Jorge Camberos, a pesar de la inauguraci­ón de las plazas comerciale­s que llegaron con la modernidad, el centro urbano seguirá reclamando su derecho a la trascenden­cia y la significac­ión en el imaginario colectivo de la ciudad. La Avenida Alcalde como vialidad estructura­nte de la metrópoli es, junto con la Avenida Juárez, uno de los corredores comerciale­s más importante­s en la historia de Guadalajar­a. Sin embargo, como en casi todos los proyectos de las presentes administra­ciones, no existe evidencia de efectiva socializac­ión y toma de opinión en la cantidad y calidad que este tamaño de intervenci­ón ameritan. Se confunden una vez más los conceptos, creyendo que “socializar” consiste en informar a la ciudadanía de lo que se pretende realizar; sin tomar en cuenta las necesidade­s, inquietude­s y aportacion­es de los directamen­te involucrad­os.

Calidad de la obra e imagen urbana. Si bien es necesario esperar a la terminació­n de la obra para poder hacer un juicio de valor, resulta evidente que lo que hasta ahora se puede observar en los tramos ya abiertos al público, no es de la calidad y condición que la ciudad capital del estado merecen. Y no hablamos sólo de lo árido que resulta el paisaje y la posibilida­d de en un futuro se pueda mejorar una vez que los árboles plantados crezcan en tamaño y volumen de follaje, nos referimos a la calidad del espacio público que resulta… y del que bien podríamos medir su éxito a partir de la cantidad de besos que el espacio puede generar entre las parejas que lo vivan.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico