Campañas y travesías
L as campañas políticas en México han dejado de tener el color, fiesta, alegría y entusiasmo del pasado, todos, candidatos, invitados, habitantes de las poblaciones visitadas y quienes asistían a los mítines y a los eventos gastronómicos que se ofrecían, siempre disfrutaban de esa experiencia y la recordaban con gusto.
Ahora todos los actos están sobre regulados, la ley señala que las campañas para presidente deben durar noventa días, no obstante, estas empiezan desde noviembre (siete meses antes de la elección), además, ya no hay un candidato “invencible”, son muy competidas y por el temor a excederse en gastos, las campañas han dejado de ser lo festivo que fueron a pesar de que los eventos de todos los partidos están animados con estridente música de reggaetón o similar.
Algo parecido a una campaña es la travesía que hizo un virrey en el siglo XVII. Jorge Mejía Prieto en el libro ¡Ah, qué risa me dan los políticos! narra que en 1640 el rey Felipe IV nombró virrey de la Nueva España a Diego López Pacheco, marqués de Villena, quien el 10 de marzo de ese año salió de Escalona, España, rumbo a la ciudad de México, a donde llegó el 18 de agosto, cinco meses después.
Mejía relata que la caravana del nuevo virrey estaba compuesta por su familia, funcionarios nombrados por el rey, ocho coches de Cámara, cien mulas de silla y cien mulas de repuesto, que al iniciar el recorrido pasó por Toledo en donde ambos cabildos, eclesiástico y civil, salieron a recibirlos y los agasajaron, lo mismo sucedió en los diversos pueblos que pasaron antes de embarcarse en Cádiz el 8 de abril.
Nos dice que un joven que venía como secretario escribió una carta a un familiar, en la que entre otras cosas le cuenta: “Durante la travesía tuvimos muchas diversiones para entretener a su Excelencia, casi no había día sin una hermosa fiesta. Hicimos tres graciosas mascaradas, representamos ocho comedias, y a menudo teníamos danzas y toros de manta. Se ofició la fiesta de la Santa Cruz con toda pompa (venían tres obispos), y con más exquisita magnificencia celebramos el Corpus. Tuvimos misas, sermones y procesiones entre disparos de artillería y mosquetes en todas las cubiertas de las naves (además de la capitana venían varias embarcaciones)… También se hizo un certamen poético y el virrey y los principales dignatarios dieron premios espléndidos, ya en dinero, ya en joyas”.
Esos festejos para halagar al virrey no terminaron al desembarcar en Veracruz el 24 de junio, continuaron a lo largo de todos los pueblos que atravesaron en su recorrido a la capital, en todas partes encontraron un suntuoso recibimiento, arcos triunfales, flores, espléndidos regalos; que en Puebla los festejos se excedieron en magnificencia, las damas de sociedad se desbordaban de alegría y piropos para los españoles, hubo carros alegóricos, carreras de caballos, peleas de gallos, funciones teatrales, autos sacramentales y bailes en las casas principales.
El 18 de agosto de 1640 fue la gran entrada a la ciudad de México, la gran comitiva de recibimiento estaba formada, entre otros, por los cien miembros más ilustres de la Universidad, los principales funcionarios del Santo Oficio, escribanos, regidores, caballeros de diversas órdenes, los miembros de los tribunales, los alcaldes, los porteros de la Real Audiencia, y al final los oidores. Las calles estaban llenas de adornos y los festejos se prolongaron dos meses más, durante ese tiempo se quemaron castillos, ruedas de luces, toritos, hubo mucha música y danzas, comedias, combates simulados, corridas de toros mañana, tarde y noche, el Ayuntamiento obsequió a la concurrencia con refrescos, dulces, pasteles y nieve.
El viaje del nuevo virrey, desde que salió de Escalona y llegó a la ciudad de México duró 161 días, más los dos meses de festejos, en total fueron más de siete meses de celebraciones, regalos, gastos, fiestas, pompas y rituales de poder, todo ese derroche tenía como finalidad -dice Mejía- mostrar al pueblo el absolutismo del poder monárquico de España, delegado en la persona del virrey.
Este relato del viaje de un virrey designado en el siglo XVII nos muestra que existían mucha semejanzas con las campañas de los candidatos del PRI a la presidencia de la República en el siglo XX, la duración de la campaña y la travesía, el tipo de festejos era muy similar (en nuestra era ya no había tedeums, pero sí había repique de campañas en casi todos los pueblos); los signos de ostentación, la seguridad de ganar la elección y el ejercicio del poder de manera casi omnímoda son coincidencias no menos importantes.
Alguien dijo que lo más bonito de ser diputado es la campaña, creo que tiene razón.